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FERMÍN APEZTEGUÍA
Domingo, 30 de noviembre 2008, 03:44
A Pedro Cavadas, África le cambió la vida. Estaba acostumbrado a recorrer las calles de Valencia en su tercer 'Porsche', con Supertramp y Alan Parsons pasados de revoluciones, cuando el continente negro se cruzó en su camino. "Habíamos ido a Kenia a hacer turismo de adrenalina, con la idea de salvar a unos cuantos negritos y volvernos a casa. Pero después de aquel viaje, nada fue igual". Tras muchos años comportándose "como un quinceañero, intentando mear más lejos que los demás", el reconocido cirujano descubrió en la frontera entre Kenia y Uganda que el "mundo real está en África, no es el nuestro". No se lo pensó dos veces. Regresó a su ciudad, malvendió el 'carromato' -término con el que él se refiere al Porsche- y el dinero que obtuvo con la operación se lo envió a un africano que había puesto en marcha un programa de educación de niños. Después, se compró "un jeep barato, el más económico que encontré", y comenzó a construir, sin quererlo, la leyenda que desde entonces le rodea. Convencido de que "todo es lícito en el quirófano si el fin es mejorar la calidad de vida del paciente", Pedro Cavadas se ha convertido, con 43 años, en el cirujano plástico más popular de España gracias a sus operaciones al límite de lo imposible. Su nombre es noticia en los medios de comunicación, tanto por la espectacularidad de su trabajo, como por su capacidad para resolver lo que para el resto de la especialidad ya no tiene remedio. Ha trasplantado con éxito manos perdidas veinte años atrás; ha reconvertido un brazo derecho en izquierdo; ha salvado el de otro paciente cosiéndoselo durante días a una pierna; ha recompuesto penes, cráneos... Y ahora, el más difícil todavía, se prepara para un trasplante de cara. Con semejante tarjeta de presentación, no es de extrañar que su consulta, lo más parecido que hay al santuario de Lourdes, esté siempre a tope. "Que conste que soy agnóstico por la gracia de Dios", puntualiza. Cada tarde que recibe, atiende a una media de 50 pacientes, "desde las cuatro hasta las nueve, las diez o las once de la noche". Cientos de personas, más bien miles, llaman a su puerta conscientes de que se trata de la última esperanza. "Eso para mí es muy gratificante, no lo niego. Es todo un reto, pero también una responsabilidad importante, que me obliga a estar siempre al día de los últimos tratamientos. Si yo les digo no, ellos saben que se acabó, no hay más", explica el cirujano plástico. Pedro Cavadas dirige en Valencia una clínica privada y una fundación con su nombre, que le sirve para agradecer a África el sentido que un día dio a su vida. Amante de la aventura y la naturaleza, tiene en marcha varios programas de salud en Kenia y Tanzania, que visita cuatro veces al año durante quince días. La mayor parte de su tarea consiste en curar heridas abiertas. "En África, las peores fieras son las personas. Las disputas, por un simple pozo de agua, se resuelven a machetazos o a tiros", describe Cavadas. La atención a los niños también forma parte de su misión humanitaria. En algunas zonas, muchos menores son víctimas de rituales contra el sida que acaban en salvajes mutilaciones de pene. Cuando la atención a los chavales requiere un cuidado mayor que el que la expedición puede propiaciarle, el cirujano se los lleva a su casa de Valencia, donde la terapia comienza por enseñarles como funciona un interruptor de la luz o se abre y cierra un grifo de agua. La cirugía de campaña que practica en Kenia y Tanzania es el reverso de las grandes operaciones, con tecnología punta, que practica en su clínica y en el hospital La Fe, donde se forjó. Aquí, como allí, su filosofía de trabajo es la misma: "Nadie que requiera de mí un tratamiento se va a quedar sin él por falta de dinero". He ahí el sentido de su fundación. El especialista valenciano fue el tercero de cinco en una familia de clase media, que le educó en la constancia, la solidaridad y, sobre todo, en el valor del estudio. Creció entre y , pero fue de los niños que jugaba poco, ni siquiera a médicos, y veía menos televisión. "Muchas veces he sentido que he perdido la infancia y la juventud de tanto estudiar, pero no me arrepiento", afirma. Animales, minerales y fósiles le fascinaban tanto de crío, que lo lógico "hubiera sido que estudiara Biológicas, Veterinaria o Paleontología". Pero como todo en su vida, según cuenta, una carambola hizo que terminara en la Facultad de Medicina, "sin saber de qué iba ni por asomo", argumenta Cavadas. Su primer día de quirófano tuvo lugar en cuarto de carrera, en el Clínico de Valencia. "Lo recuerdo bien. Estaba calladito, quietecito, no me atrevía ni a respirar. Hubo que hacerle a un paciente un legrado, que es un raspado en la superficie de un hueso. Está claro que para eso no me necesitaban a mí, pero aquella experiencia me encantó", dice deletreando con énfasis las dos últimas palabras. Terminó la carrera con las mejores notas, se doctoró y culminó su formación en La Fe, después de haberse colado por quirófanos de Estados Unidos, San Francisco, Detroit, Dallas, Alabama. Iba a mirar. Quería saberlo todo. Historia de dos princesas "Tengo habilidades innatas, como mi capacidad para el estudio y otras que me enseñaron de pequeño, como el esfuerzo y la constancia, pero el 90% de mi éxito se debe a las horas que he dedicado y dedico a estudiar", confiesa Cavadas. El día que tuvo que elegir especialidad, se inclinó por la cirugía plástica y reparadora, pero se prometió no gastar su conocimiento en la estética. "No me gusta, cero patatero". Luego buscó un campo propio. "En la residencia aprendí que si quieres tener trabajo hasta hartarte, tienes que dedicarte a lo que no se dedica nadie. Y como se trataba de eso, elegí la microcirugía". Alto, bien parecido, con un rostro que recuerda a Adrien Brody, el actor de de Roman Polansky, Pedro Cavadas (1965) es un hombre divorciado, que se deshace en elogios por su ex esposa y que hace malabares para dedicar el mayor tiempo posible a sus hijas. Son dos princesas que llegaron de China con "un añito" y ahora tienen 8 y 4. La mayor se llama Ruolan, la pequeña Xiaodan y las dos "están para comérselas". No le gusta el fútbol, ni el tabaco. Tampoco lleva bata blanca, ni es amigo de trajes y corbatas porque, según dice, eso de "disfrazarse de médico" no va con él. Su jornada de trabajo es tan larga, desde las ocho y media de la mañana hasta más allá de las nueve de la noche, que a menudo puede vérsele por la clínica sin comer, mordisqueando mendrugos de pan. Tiene claro que lo primero es atender el dolor de sus enfermos, el físico y el emocional. "Los pacientes son, para él, más importante que cualquier otra cosa en la vida", destaca su hermana Virginia, que dejó veinte años de profesión como promotora inmobiliaria para sumarse al proyecto de Pedro y ser su contable, su agenda, su relaciones públicas. Lo que dice no es amor de hermana. La Sociedad Americana de Microcirugía quiso reconocerle "como referencia mundial en el campo de los trasplantes" entregándole un premio en Nueva York y, a última hora, no acudió porque tenía una urgencia. Pasa a la página siguiente.
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