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ELENA CRIADO
Sábado, 14 de marzo 2009, 03:54
Acude a la entrevista y se le ve calmado. La procesión va por dentro. Ha pasado una de las peores semanas de su vida tras haber sido detenido por la policía al arrancar tres cámaras de videovigilancia del instituto de El Pla, centro donde trabaja. Se sentía vigilado, dijo. Pasó dos días en los calabozos. Pero no quiere hablar del asunto. Sobre todo, porque cualquier declaración puede acabar en su contra en el proceso judicial abierto contra él. Le ha pedido el alta al médico tras haber sufrido una crisis de ansiedad. En libertad condicional con cargos, el lunes volverá a dar clase. No está orgulloso de lo que hizo pero no hay vuelta atrás. Le duele por los chavales, porque sabe que hay que predicar con el ejemplo. Bueno, la verdad es que habíamos quedado para hablar de su nuevo libro, , una novela cuya acción discurre entre Estambul, Múnich y Alicante. -En su nuevo trabajo versa sobre un escritor que tuvo su momento de gloria y de un traductor que es un escritor frustrado. ¿Qué hay de Luis Leante en La luna roja? -Es la primera vez que hablo de cosas cercanas a mi, del mundo literario. Los protagonistas del libro, que son un traductor y un escritor turco, tienen muchas cosas de mi, como la duda, el éxito, el proceso de escribir un libro..., pero no es un libro autobiográfico. -Un libro en el que habla del Museo de la Universidad de Alicante, del edificio de la Colmena, de la librería de viejo, Raíces... -Todo eso existe. Cuento cosas tal y como me han pasado y muchos de los personajes son reales. Son conocidos o amigos míos (se ríe) a los que les he cambiado el nombre. Quería hacer esta novela de ficción y mezclarla con la realidad haciéndole un guiño a mis amigos. -¿Cómo surge la novela? -Cuando me dieron el Premio Alfaguara en 2007 por recorrí veinte países de Latinoamérica promocionando el libro. Hablada todo el día de literatura, pensaba en los modos de escritura... estaba continuamente en contacto con traductores de rumano, de ruso, porque se estaba traduciendo a esos idiomas y para desconectar fui a Estambul. El impacto que produjo en mi esa ciudad fascinante, la cultura, fue tremendo. -La narración se sitúa en el presente, pero siempre retorna al pasado. ¿Es que le cuesta olvidar tiempos mejores? -No, no es eso. Es que no me gusta ni escribir ni leer de manera lineal. En casi todas mis obras voy y vuelvo, busco la complicidad del lector, su parte activa. Yo escribo como un puzzle que el lector tiene que completar. Está claro que es mucho más trabajo pero da más satisfacciones. Desde mi punto de vista, claro. -¿Le ha resultado más fácil escribir La luna roja con un Alfaguara en la mano? -No tengo más confianza ni más presión. Tengo la sensación de que ésta es mi primera novela. -Pero ganar premios ayuda. -Claro. El mundo de los escritores que no rompen las barreras editoriales es muy grande. Yo he sido uno de ellos y he estado en un batallón de mucha gente muy buena. Pero publicar es muy complicado. Se crea como un embudo. Lo cierto es que es desesperante. -¿Y hay alguna fórmula mágica? -La constancia es lo que rompe la barrera editorial. Eso y la paciencia. A los 20 años no puedes ser un escritor magistral. A los 25 ya empiezas a saber de qué va el mundo de la literatura. Creo que novelista puedes empezar a serlo a partir de los 40, con una madurez narrativa, con más técnicas en tu posesión y sobre todo, con más experiencias vividas. A mi me ha funcionado el trabajo y la constancia. -El anterior trabajo se ha traducido a 21 idiomas y se está promocionando hasta en China. ¿Qué expectativas tiene para el nuevo libro? -La editorial está entusiasmada con la novela y parece ser que también va a empezar a publicarse en Italia. Pero esto es como todo. Tengo muchas expectativas, todas muy buenas, pero te puedes sorprender. Es como cuando abres el mejor bar del mundo y no entra nadie, o cuando abres un melón que tenía buena pinta y está malísimo. Ya veremos. -Imparte clases de Latín a estudiantes de Bachillerato en el instituto El Pla de Alicante. ¿Qué le dicen sus alumnos? -Bueno, (se sonríe) muchos han leído alguno de mis relatos juveniles porque están dentro de la programación del centro y me piden que se los dedique. -En esos últimos días sus alumnos han salido a defenderle. -(Emocionado). Me identifico mucho con los chavales. Quizá no sea un buen ejemplo educativo pero me apasiona la docencia. Por mi forma de ser conecto con ellos y soy feliz dando clase. Lo que no me gusta es la burocracia que rodea a la enseñanza. Todo lo que nos está ocurriendo a los profesores, la cantidad de cosas que nos estamos tragando... -¿A qué se refiere? -A tener metidos en un mismo saco a alumnos que quieren ser médicos con los que no quieren ni estudiar. La Ley Educativa de Calidad, la LOE, obliga a todos, sin importar sus necesidades, a cursar enseñanza hasta los 16 años. Sin ofrecer alternativas. -Una tabla rasa. -Yo creo en la igualdad de derechos pero no podemos ofrecer lo mismo a un alumno que va para neurocirujano o otro que no ofrezca el menos interés por aprender. A éste joven también hemos de ofrecerle opciones como realizar talleres, formarle, darle una salida profesional a sus cualidades.
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