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VICENTE GARRIDO GENOVÉS
Domingo, 22 de marzo 2009, 03:49
Hace unos días se inauguró una unidad especial en la Colonia San Vicente Ferrer de Burjassot, destinada a los menores que tienen una medida judicial como consecuencia de haber ejercido violencia contra los padres. La psicóloga del programa asegura que estos jóvenes actúan así porque es algo que les sale a cuenta, y no le falta razón. Ahora bien, ¿cómo lograron llegar a esa situación en la que sus padres tuvieron que pedir auxilio a la justicia? Mi respuesta a esta pregunta está relacionada con otra pregunta, la que se hacía en las páginas de LAS PROVINCIAS la fiscal responsable de menores, Gemma García, en el sentido de "si realmente aumenta el número de casos o es que ahora se denuncian y antes no se hacía". En primer lugar me ocuparé de este primer interrogante, y para ello tenemos que ver dos cosas. Por una parte, si ahora la sociedad facilita o dificulta la educación de los hijos en comparación a lo que sucedía hace una generación. Y por otra tenemos que comprender qué soluciones ofrecen las autoridades a este problema. Por lo que respecta a lo primero, me parece meridiano que en esta generación las familias han perdido capacidad de educar a sus hijos, porque nunca habíamos tenido una sociedad tan tóxica como la actual, donde, entre otras cosas, sucede que hay una enorme cantidad de modelos violentos consumibles a cualquier hora por los chicos, su acceso al alcohol y las drogas ha ido ampliándose, la autoridad de los profesores y adultos en general ha ido dismuyendo, al tiempo que el ideal de "ser y mantenerse joven" ha permeabilizado la filosofía moral de nuestro tiempo. Todo esto ha quitado autoridad y capacidad de influencia a los padres, los cuales, además, tienen que enfrentarse a unas circunstancias laborales mucho más estresantes que las de años atrás, porque la precariedad y las exigencias para conservar el lugar de trabajo han ido en aumento. Si a esto añadimos que los divorcios y separaciones son cada vez más frecuentes, tendremos el perfil de muchas de las víctimas de este maltrato: madres, en particular separadas, ejerciendo de cabeza de familia. En efecto, son las madres las más afectadas por la violencia de sus hijos, hasta tal punto que es otra forma de maltrato hacia la mujer. Frente a esto la sociedad no dispone de otra respuesta que el juzgado, ya que la atención infanto-juvenil en salud mental está muy poco desarrollada y los padres difícilmente obtienen lo que necesitan cuando van a este servicio. Y esto es lo que explica que ahora vayan más casos a los juzgados: el aumento es real. Sin embargo, es cierto que una vez que la atención de los medios se pone en este problema se animan a denunciar padres que antes no lo harían; es un efecto de imitación, pero que responde al hecho de que cuando la situación se ha vuelto insostenible los padres van a donde sea. Y ocurre que ahora hay muchos más padres en esa situación de los que había anteriormente. Y así llegamos a la primera de las incógnitas, la del porqué. Lo políticamente correcto es echar la culpa a los padres: no supieron educar a estos niños, y ahora se les han subido a las barbas, podrá pensar el ciudadano de a pie. Pero si la mayor permisividad de estos padres fuera la causa real, y dado que ahora tal permisividad está muy extendida, entonces, ¿por qué no hay cientos de miles de casos de maltrato a los padres? La respuesta es que estos chicos no son jóvenes cualesquiera, son ejemplos del síndrome del emperador: adolescentes de familias con padres "normales" que son muy difíciles de educar, y con los que, en efecto, los padres no fueron todo lo buenos que ellos necesitaban. Cuando los menores están internados ya vemos a los padres agotados, después de años de lucha están derrotados. No deberíamos juzgarlos en ese momento. ¿Qué hubiéramos hecho nosotros si nos hubiera tocado un hijo así? En mi libro "Antes que sea tarde", presento datos y casos que reflejan la particular personalidad de estos niños. El síndrome del emperador no es el producto de que ellos obtuvieron todo cuando quisieron y los padres se despreocuparon de su educación, sino de su peculiar temperamento egocéntrico y con menor capacidad de sentir las emociones morales que sus coetáneos. ¿Por qué si no tantas veces estos maltratadores tienen hermanos del todo normales? Los padres no lo hicieron de manera perfecta, de acuerdo, pero reconozcamos que hoy, más que nunca, les hemos puesto las cosas muy difíciles. Hay que ser padres sobresalientes para educar a hijos que no quieren como deberían querer. Muchos lo consiguen, pero el extenuante precio que pagan queda en la intimidad de su hogar.
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