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A. RALLO
Domingo, 29 de marzo 2009, 05:31
Maestros, catedráticos, militares, empresarios y funcionarios. Nadie está a salvo de caer en un exceso de velocidad o una alcoholemia. Y esto supone tener que vérselas ante un juez. Y todos -para evitar la cárcel- deben cumplir con los Trabajos en Beneficio de la Comunidad (TBC). No existe excusa que valga. Muchos han desempolvado el significado de las siglas TBC, ahora cada vez más en uso. Hace dos años, para la mayoría la expresión sonaba a chino. Algo raro. "A mí eso no me tocará", pensaban. Pero sólo en lo que llevamos de año, la 'gracia' ya le ha tocado a un millar de conductores en la provincia de Valencia. La Fundación Blasco Ibáñez firmó esta semana un convenio con Instituciones Penitenciarias para ofrecer la posibilidad de cumplir esta pena si siguen un taller de sensibilización en seguridad vial. "Es que la gente se cree que aquí solo vienen delincuentes. Pero están muy equivocados", indica Vicente Andrés, gerente de la entidad. LAS PROVINCIAS comprobó en su visita a una de estas sesiones que el estigma social sobre los condenados -aunque sea por tráfico- persiste. "¿Alguien no quiere salir en la foto?", pregunta el fotógrafo. Más de la mitad de los alumnos salen de la sala. Sólo los más jóvenes -salvo excepciones- permanecen. "En algunos casos, ni su familia sabe que han sido condenados y que tienen que hacer estos talleres", aclara el responsable. La demanda para prestaciones sociales sobrepasa ampliamente la oferta de plazas, algo más de medio millar en la provincia. La lista de espera supera el millar. Esta misma semana, la secretaria general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo, hizo un llamamiento para que Ayuntamientos y oenegés se comprometan con este asunto. "Todas las penas se cumplen", afirmó pese al mensaje en el que solicitaba implicación a las Administraciones y oenegés. Pero de la imagen que se pretende trasladar a la realidad, en demasiadas ocasiones, hay un mundo. Algunas penas pueden haber prescrito y otras muchas condenas rozan el límite: un año para las de 30 días. En la fundación ya tienen fines de semana reservados con talleres para el año 2010. Los cursos divididos en 32 módulos constan de diferentes materias. Entre ellas, primeros auxilios, psicología, pedagogía, conocimientos legales. Las jornadas son de cuatro horas. Y se puede elegir horario. O mañana o tarde. "Aunque ahora acude más gente por las mañanas porque en esto el paro también se nota". Una vez terminan las sesiones se hace una evaluación. Pero no todo es teoría. El objetivo final se resume en concienciar. Y en esta tarea resulta básica la participación. Por ejemplo, se realizan ejercicios en los que uno de los condenados simula ser Guardia Civil y el otro hace de infractor. El conductor, además, debe contestar al agente con un lenguaje poco respetuoso. Una situación que suele repetirse con cierta frecuencia. Se trata de ponerse en el lugar del otro. Las condenas por alcoholemias son las mayoritarias. Muy por encima del resto de delitos penados con este tipo de trabajos. A continuación, aparecen los conductores sin carné. Pedro, 40 años Prefiere ocultar su nombre real. Y evita salir en la foto. Se sienta en la parte final del aula. Su condena, como tantas otras, tiene su origen en el alcohol. "Una tarde me tomé entre 8 y 10 cervezas". El número quizá sea lo de menos. La cantidad es ya suficiente para 'cantar' en el alcoholímetro. El juez le impuso un año sin conducir y 1.700 euros de multa. Aparte, los trabajos en beneficio de la comunidad. El curso al que asiste le parece "bien", a secas. Pero lo prefiere a otras opciones. "Por ejemplo, yo barriendo por ahí no aprendo nada. Aquí sí". A Pedro ya se le han ido las ganas de volver a beber al volante de por vida. "El castigo ya es suficiente. Incluso abusivo", añade. Su enfado recae sobre el año que ha estado sin conducir. "Podían haber fastidiado mi trabajo, y yo no he matado a nadie". Por suerte, pudo continuar su trabajo en el almacén de su empresa. Agustín, 26 años Su relación con una conocida discoteca valenciana no es agradable, al menos, una vez abandona el local y deja de oír la música. Dos veces ha sido 'cazado' al dejar la sala, cerca de Pinedo, con exceso de alcohol. En la última ocasión, reventó una rueda contra una rotonda. "Cuando llegó la policía, acabé esposado porque me negué a hacer la prueba". Tras más de siete horas en el calabozo, al fin, accedió a soplar. El resultado es para llevarse las manos a la cabeza: 1,15 mg/l. Agustín asegura haber escarmentado tras ocho meses sin carné. "Ahora se me ha acabado la tontería", reconoce con una ligera sonrisa. Por lo menos admite el peligro que corrió aquella mañana: "Sí, podía haberme pasado algo más... aunque iba despacio porque había bebido". Andrea, 29 años La presencia de hombres es mayoritaria en estos talleres de sensibilización, pero las mujeres también se ven envueltas en situaciones de este tipo. No hay distinciones entre sexos. Andrea, de 29 años, tuvo un cumpleaños de esos que no se olvidan. Y no precisamente por lo bueno. "Iba con cinco amigas en el coche y me salté un semáforo...No me di cuenta". La mala suerte hizo que la Policía Local lo viera. "Además, llevábamos gorros y corbatas". De tal forma que el panorama que vieron los agentes no admitía dudas. "Incluso nos tuvieron esperando dos horas porque no tenían el alcoholímetro". Al final, apareció el positivo. Su sentencia salió en junio de 2008. Terminará de cumplir su pena esta semana. El tiempo transcurrido esulta una buena prueba del retraso que acumulan las prestaciones sociales. El taller le parece la pena menos mala. Y más cuando en febrero le dijeron "que podía ir a barrer a la cárcel". El curso incluso le ha cambiado los hábitos en la conducción. No es que haya dejado de beber -que también- sino que cuando conduce "voy con mucho más miedo, fijándome en todos los detalles". Eric, 24 años Es el más joven de los testimonios. Su imprudencia fue coger el coche de un amigo sin tener el carné de conducir. "Era sólo para probarlo", se disculpa. "Se lo quería comprar", insiste. Eric, por aquel entonces acudía a la autoescuela, pero no pudo resistir las ansias de probar el coche. El capricho no le salió gratis al joven: 1.500 euros de multa más 30 días de trabajos en beneficio de la comunidad. "Al principio venía a los cursos muy 'quemado', pero luego coges confianza con los profesores y compañeros". También a Eric le sirven las clases: "Sí, sí. Hay veces que te ponen unos vídeos que te revuelven las tripas". arallo@lasprovincias.es
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