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JUANA CAMPS
Domingo, 7 de junio 2009, 04:16
Según el rito del tachán, tachán esta semana se inauguró por todo lo alto Myrtus, un nuevo espacio diseñado por el arquitecto Ramón Esteve y pensado para albergar grandes bodorrios con paisaje rural y menú de diseño. Yo pensaba que la recesión frenaría el número de matrimonios, pero el rito del casamiento, la despedida de soltera con pseudoerótico, la lista de boda, el brindis etílico del padrino y el crucero romántico perduran en nuestras costumbres. Y es que las ceremonias son como una alfombra roja particular. Los novios no están nominados a ningún premio ni serán portada de ninguna revista, pero saben que todos comentarán su boda de forma cruel y despiadada. A la valenciana.
Bien. El caso es que quiero hablar de Myrtus, que se anuncia como el local ideal para congresos, banquetes y celebraciones en Puçol. El jueves celebró una gran fiesta de apertura que acogió al todo Valencia (sin exagerar: dejémoslo en el medio o el cuarto). Pero no sólo la Valencia de la alta sociedad, sino también la de la economía, la cultura y el espectáculo. Llegué al lugar del crimen a las nueve en punto, cuando aún no se había ceñido la noche sobre las siluetas y comprobé que Myrtus es un edificio abierto, luminoso y minimalista donde todo huele a murta.
El evento comenzó a las diez de la noche, cuando Francisco Pérez Puche dio la bienvenida a los asistentes. Después soltaron sus discursos las responsables del proyecto, M.ª José Lladró y M.ª José Roca, pero yo no me enteré de nada. Me encontraba ronroneando de placer con tanto estilismo. Y es que las damas desempolvaron sus mejores vestidos y los caballeros se encorbataron para la ocasión.
Nada de peinados marmóreos, manicuras francesas y corsetería de pilingui. Lo que triunfó es el minivestido, los taconazos, la suntuosidad de la carne, la piel de canela fina. Eso sí que es un buen karma y no lo de Richard Gere.
Cuando aparqué el chasis en una silla, pude observar muy atenta a los imputados, ya saben, casi seiscientas personas, aunque abultaban y bebían como dos mil. Escribí tantos nombres en mi cuaderno que parecía la taquígrafa de las Cortes: Carlos Senent y Matilde Conesa, Vicente Lacomba y Amparo Morte, Polo Barrera y Ester Simó, Pepe Romero y Carmen Sorli, Mayrén Beneyto, Juan Antonio y M.ª José Murgui, Rafa Gómez-Ferrer y M.ª José Navarro...
Más gente: Manolo Uña y Tani Ivars, Francisco Bover y Tere Arbona, Agustín Díez Cisneros y Marisa Torrijos, Antonio Casanova y Anne Igual, Alfonso Pascual y Socorro Maldonado, Vicente Payá y Lourdes Bover...
Por el lado de la empresa la alineación la componían Paco Roig, Juan Roig, Silvino Navarro, Arturo Virosque, Lorenzo Pérez, Iván Martínez-Colomer, Juan Ramón Díaz.
El surtido de apellidos continuó con Quico y Nacho Gómez-Trénor, Alfonso Maldonado y Lucía de Miguel, los Lluch y todas sus ramificaciones, las hermanas Fitera, además de los Lladró y sus extensiones. Podría emplear esta crónica para completar la relación de asistentes, pero me falta resuello y, naturalmente, espacio. Resumiré diciendo que allí estuvo la flor y nata, la nata con fresas y el banana split. Por cierto: el pincho de solomillo, exquisito.
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