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E. PÉREZ
Domingo, 7 de junio 2009, 04:10
La Exposición Regional Valenciana no sólo sirvió de catapulta para las empresas valencianas. Fue un escaparate en sí mismo, un regalo para los amantes de la arquitectura. De hecho, la imagen de muchos de los edificios que enmarcaron el recinto ferial -situado en el margen izquierdo del cauce del Turia- saltaron a las primeras páginas de prestigiosas revistas de arquitectura.
Valencia, y en particular los arquitectos que participaron en el proyecto del Ateneo Mercantil, echaron el resto en construcciones como el Arco de Entrada, el Palacio de la Ciudad (hoy de la Exposición) o la Pista Central, algunos de las más de 80 edificaciones -ya sean públicas o privadas, como quioscos o pequeñas tiendas- que llenaron los 164.000 metros cuadrados de recinto.
Al contrario que los edificios de anteriores certámenes celebrados por todo el mundo, los de la Exposición Regional se construyeron para perdurar. La construcción se acometió «con una solidez que contradecía cualquier lógica», apunta el arquitecto y profesor titular de la Universidad Politécnica de Valencia Fernando Vegas, quien a finales de los 90 realizó una tesis doctoral sobre la arquitectura de la Exposición de 1909. Ahora, el espíritu de esta obra, alimentado con decenas de fotografías de la época, ha inspirado el libro 'Valencia 1909. La arquitectura a exposición', editado por el Ateneo Mercantil.
Todos los palacios oficiales se alzaron en fábrica de ladrillo y se forjaron con estructuras de hierro. Ni siquiera en los adornos de las fachadas se recurrió a materiales ligeros. El coste de los edificios da cuenta de ello. Uno de los más costosos fue la Fuente Luminosa -209.000 pesetas-. A su condición escultórica se unió el empleo de alta tecnología de entonces para combinar electricidad y agua.
Para llegar al recinto expositivo era preciso cruzar el cauce. Para ello se construyó una pasarela, pero no de cualquier forma. Fue la primera estructura en Valencia hecha enteramente en hormigón armado. Soportó el paso de miles de personas, pero no pudo con la fuerza torrencial de las aguas en la riada de 1957. «Quedó gravemente dañada, y posteriormente se desechó su restauración y se decidió su completa sustitución», cita Vegas en el libro, que puede adquirirse en el Ateneo.
Lo que no pudieron resistir los edificios fue la enorme deuda que generó el certamen -un millón de pesetas al finalizar la Exposición Nacional de 1910-, la ausencia de ayudas públicas, la falta de acogida de las iniciativas de reutilización de los inmuebles o la necesidad de devolver los terrenos a sus propietarios, ya que el suelo no se compró sino que se utilizó a cambio de compensaciones o indemnizaciones. No obstante, ya de antemano estaba previsto que sólo tres edificios perduraran, los que actualmente están en pie -el Palacio Municipal, hoy de la Exposición; el Asilo de la Lactancia y el Palacio de la Industra, luego sede de Tabacalera-.
Ello pese a la insistencia de mantener los inmuebles, peticiones que incluso llegaron del propio rey Alfonso XIII, según las investigaciones de Fernando Vegas. El 22 de febrero de 1910 el monarca, durante una audiencia, dijo a Tomás Trenor: «Valencia, para honor suyo, debería conservar los edificios más bellos de la Exposición, rodeándolos de un parque».
Estilo propio
Cada uno de los arquitectos que participaron en este proyecto dejaron su huella en los edificios. Vicente Rodríguez, apodado 'el alma de la exposición', se encargó del Palacio de Bellas Artes y el Gran Casino. En cada caso adaptó el diseño a la funcionalidad. Se inspiró en el clasicismo francés.
En el caso de Carlos Carbonell, autor del Salón de Actos, destacan sus pinceladas neobarrocas, mientras que Francisco Almenar emprende el diseño de sus pabellones con una actitud absolutamente abierta y ecléctica. Así introduce, por ejemplo, referencias neoegipcias en el Palacio de la Agricultura. En el caso de Francisco Mora, plasmó un 'gótico moderno' en el actual Palacio de la Exposición. Para Vegas, la hibridación de estilos constituye precisamente un «objeto de interés e investigación, puesto que tras ella se esconde la voluntad expresiva del pabellón».
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