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AGUSTÍN VILLANUEVA
Domingo, 21 de junio 2009, 04:22
En una visita a Karl Vivary, lugar de recreo de los "jerarcas" del socialismo, me hice una mejor idea aún sobre como entendía el socialismo el concepto igualdad: los que mandaban vivían de maravilla y los que obedecían a la planificación y que el Estado pensaba y hablaba por ellos. El presidente del Reino de España entiende perfectamente lo que significa la igualdad, todo para Cataluña y el resto para las demás Comunidades Autónomas; no importa nada que Madrid y la Comunitat Valenciana sean la primera y la cuarta en aportar más a todas las demás Comunidades, como no tengo allí mi granero de votos, pues eso.
No hay igualdad verdadera si quien hace más que otro no es más que otro. Como manifestaba Lord Acton, la más sublime oportunidad que alguna vez tuvo el mundo se malogró porque la pasión por la igualdad hizo vana la esperanza de libertad.
Querer la igualdad por su propio bien no es razón para querer una igualdad más que otra. Un hombre una paga y un hombre un voto no son reglas que proporcionen su propia justificación. Anthony de Jasay manifiesta que no todo el mundo tiene que apreciar la igualdad; si el Estado democrático necesita el consentimiento y obtiene alguno produciendo cierta igualdad, es función de la ideología liberal inculcar la creencia de que esto es una cosa buena. La igualdad es para un sistema de normas como la simetría para un diseño. La esencia de la igualdad es la simetría. Es el supuesto básico, es lo que la gente visual o conceptualmente espera encontrar. Para la simetría como para la desigualdad, naturalmente buscan una razón suficiente y les perturba que no haya ninguna. Una de las preocupaciones centrales del igualitarismo, las relaciones de simetría u otras que predominan entre trabajadores, trabajo, paga y necesidad. Una posible relación es igual paga igual trabajo, una igualdad que puede extenderse a la proporcionalidad en cuanto a que más o mejor trabajo debería renumerarse con más paga. Si esta regla es buena, es razón suficiente para la desigualdad de las renumeraciones.
Otra regla posible, que plantea de Jasay, es conservar la simetría no entre trabajo y paga sino entre el trabajo y la satisfacción de las necesidades de los trabajadores: mientras más hijos tenga un trabajador (que no se entere la miembra) o más lejos viva de su lugar de trabajo, más debería pagársele por un trabajo igual. Esta regla produciría una paga desigual por un trabajo igual. Igual paga por igual responsabilidad desplazará pues por regla general la igualdad entre dos cualesquiera de las restantes dimensiones características de la relación entre el trabajador, el trabajo y la necesidad.
El mismo Engels nos dice: la idea de la sociedad socialista como el reino de la igualdad debería superarse ya, pues sólo produce confusión en la cabeza de la gente. Y no digamos nada cuando se crea un Ministerio de la Igualdad (porque no el Ministerio de la Verdad, el de la Anticorrupción etc.), y que hace la igualdad con los más débiles (los embriones o los que tienen defecto físico, etc.)¿Lo matamos?
No es cierto que todos los hombres han nacido iguales (lo dice una persona que es el pequeño de ocho hermanos, 25 sobrinos, 20 sobrinos nietos y catorce sobrinos-biznietos). De la circunstancia de ser en realidad los hombres muy diferentes se deduce, según manifiesta Hayek, ciertamente, que si los tratamos igualmente, el resultado será la desigualdad en sus posiciones efectivas, y que la única manera de situarlos en una posición igual es tratarlos de distinta forma. Si bien el Estado ha de tratar a todos igualmente, no debe emplearse la coacción en una sociedad libre con vistas a igualar más la condición de los gobernados. El Estado debe utilizar la coacción para otros fines. La pretensión de igualdad es el credo profesado por la mayoría de aquellos que desean imponer sobre la sociedad un preconcebido patrón de distribución. Lo malo son los patrones de distribución deliberadamente escogido, sea en un orden de igualdad o de desigualdad.
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