Ni en frío ni en caliente

Parece que por fin se han decidido a hablar de la Ley del Menor, eso sí, como en los toros, entre división de opiniones y con las ya conocidas frases políticamente correctas de que «no se debe legislar en caliente» y que «en realidad esto es culpa de la sociedad».

Parece que «en frío» no se acuerda ni el apuntador de ponerle coto a las actividades delictivas de esos locos, ya no tan bajitos, que se dedican a aterrorizar como adultos experimentados a esa sociedad culpable. Y «en caliente», no se debe. Como si ese tipo de delitos fueran a desaparecer o a disminuir, dejando ese espacio «frío» de tiempo para hacer una ley en el ambiente de adecuado sosiego. No sé si los señores legisladores y políticos se han dado cuenta de que los episodios «calientes» cada vez se repiten con mayor frecuencia, y, por tanto, los periodos para legislar «en frío» son cada vez más breves. Según eso, no se legislaría nunca. Como a nadie se le escapa, llevamos varios sucesos similares en poco tiempo. Aún están buscando el cadáver de Marta del Castillo, viendo cómo unos niñatos sin escrúpulos ni respeto a nada ni a nadie torean a la policía, a la fiscalía y se mofan de la familia, cuando nos enteramos de que, en el mismo día, doce menores, cinco por un lado y siete por otro, han violado a dos jóvenes, una de ellas discapacitada. ¿Qué pasa? ¿Que mientras sigan campando a sus anchas no pueden tomarse medidas disuasorias como rebajar la edad penal o replantearse las penas?

Los que tienen que legislar son profesionales a los que se les supone cierta altura de miras y buen juicio para desempeñar el papel que tienen asignado sin dejarse llevar por sus pasiones.

Y luego esta la otra cantinela: la responsable es la sociedad. De ser responsables, desde luego unos lo son más que otros, que hay que ver lo que nos está tocando tragar en materia de comunicación, de programación televisiva y de proyectos de ley que lanzan un mensaje de dale a tu cuerpo alegría, Macarena, que ya te resolveremos el problema en el ambulatorio y los papás no se enteran. Al final los menores no entienden que no se puede hacer lo que a uno le dé la gana, cuando le dé la gana.

Se quiere hacer responsables a los padres, que en parte puede que lo sean. Pero ¿cómo se hace entrar en razón a un hijo capaz de violar a una niña discapacitada? Además, sin levantarle la mano, porque el que acaba en el cuartelillo es el progenitor que osó darle un cachete.

Se incita a los menores a desarrollar comportamientos de adultos, se les reconocen derechos y se promueve un trato de igual a igual frente a padres y maestros; sin embargo, cuando hacen un mal uso de esos derechos resulta que hay que tratarlos como menores irresponsables que no sabían lo que hacían. Pues no, hay que ser fragata de noche, y fragata de día, no fragata de noche y barquichuelo de día. El que es un hombretón para abusar con sus amigos de una joven, sea o no menor, que si van en cuadrilla poco va a importar, lo son para asumir las consecuencias. Porque en este mundo en que vivimos, chavales de once, doce o trece años saben perfectamente lo que es una violación, un robo o una paliza. Saben que está mal, pero no les importa, porque sólo importa el «yo quiero».

Y si hemos llegado al punto en que no diferencian entre el bien y el mal, habrá que dotar al sistema judicial de las herramientas necesarias para proteger a la sociedad de esos individuos, por jóvenes que sean.

A lo que no hay derecho, es a que esos menores estén en la calle y la familia de su víctima se haya tenido que mudar a otro pueblo para no encontrárselos. ¿Qué mensaje positivo le envía esto al agresor? Que no pasa nada, que lo que ha hecho carece de importancia y que le quiten lo 'bailao'. ¿Y a la agredida? Que a esa sociedad enferma le importa menos su sufrimiento que el bienestar de quien le arruinó la vida.

Esto tiene que cambiar, y «en frío» no podrá ser, porque el incendio avanza.