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PPLL
Domingo, 1 de noviembre 2009, 01:24
No es fácil sacarle de forma voluntaria que tiene 65 años, la gran mayoría de los cuales los ha dedicado a salvar la vida de niños. Por la Casa Cuna Santa Isabel de Valencia, a la que llegó en 1965, han pasado 1.500 chicas, como ella las llama, todas las cuales han sido atendidas durante el embarazo, el parto y el posparto. «La vida tiene que ser siempre una buena noticia», afirma.
Orensana de nacimiento, se considera valenciana y hasta pide, medio en serio medio en broma, el título de hija adoptiva de Valencia. Se califica de monja trasto, que confunde momentáneamente a San Pedro y a San Pablo, que confiesa que es del Valencia CF y que desvela cómo huele un «porrete» porque la experiencia obliga y ella ya lleva «mucho recorrido».
Una experiencia decisiva cuando tenía 17 años le hizo ingresar en las Siervas de la Pasión: «Voy a dar mi vida para que los niños tengan vida», se dijo y la frase se ha convertido en el motivo de existencia. Barcelona, unos años en Alemania y Valencia, en 1965, de donde ya no se ha movido. «Toda una vida aquí», afirma.
En tres frases ha nombrado tres veces la palabra vida. Es su constante: ayudar a vivir a las madres, ayudar a vivir a sus hijos. «Ninguna mujer quiere abortar; sólo aborta si no tiene otra alternativa».
Había estado sor Aurora en una manifestación en Valencia contra el aborto y volvió a manifestarse en la última protesta, en Madrid, porque el viaje les resultó gratis. Gratis: necesita dinero para las chicas, para sus hijos, y, aunque dice que lo consiguen gracias a la Providencia, sabe que Dios ayuda a quien se ayuda y da el teléfono (963 790 133) para quien quiera colaborar «y pon también una cuenta corriente», que allá va la de Bancaja: 2077-0374-81-3108757407.
Nueve personas trabajan a tiempo completo en la Casa Cuna y otras nueve son colaboradoras. Hay déficit de vocaciones, dice sor Aurora, déficit que se suple con personal voluntario no religioso. Para ayudar a la habitual veintena de madres y la docena de niños que se hallan allí alojados: el único requisito es estar embarazada y no querer abortar. Acogida, primero; promoción y enseñanza, en segundo lugar; reinserción social de la madre y del niño, por fin.
Cuando acaba la entrevista, sor Aurora se ausenta unos segundos y vuelve con un niño acunado en sus brazos tan guapo como negro: «Mira qué preciosidad», me dice. Y baja la voz: «Ahí está la madre. Es de Camerún. Acaba de cumplir 16 años».
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