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A. Rallo
Miércoles, 4 de noviembre 2015, 20:44
María Ángeles aguarda en su domicilio de Manises antes de regresar junto a su hija. "Allí tengo su ropa", dice al mismo tiempo que señala una pared. Al fondo de la estancia se acumulan varias bolsas en el suelo. "Se la estoy lavando. Me da una pena pensar que nunca más se la pueda poner..." Llora. No se libera de la impotencia de no poder volver atrás. "Mire, es que cierro los ojos y sólo veo cómo están torturando a mi hija. Y yo no puedo hacer nada".
Marta, de 32 años de edad, espera un milagro. Donde creyó encontrar el amor, en realidad, halló una crueldad sin límite. Ahora paga las consecuencias de aquel brutal desengaño, sensación compartida por las víctimas de violencia de género. Nunca está sola en la habitación del Hospital La Fe. Las visitas de sus padres y hermano se suceden. Tras dos meses en coma inducido, la joven sufre irreversibles lesiones cerebrales. "Si me preguntan si hay algo peor que la muerte, diría que sí, esto: ver sufrir a tu hija en estado vegetativo en la cama del hospital con daños gravísimos".
A su familia nunca le gustó aquel chico con el que comenzó a salir en febrero. Luis se encuentra hoy en prisión provisional. "Lo había visto dos o tres veces. Me parecía excesivamente controlador, aunque sabía venderse. Incluso me ofreció su ayuda para solucionar un problema personal", cuenta María Ángeles. Desde entonces, se instaló en sus allegados la sospecha acerca de la actitud del joven. "Siempre pensé: ¿Se dará cuenta mi hija?". Sí advirtió el peligro, pero "confió" en solucionar el problema sin tener que recurrir a la Justicia. Por eso nunca denunció. La familia quizá desconocía que su pareja había sido condenada a dos años y nueve meses de prisión por maltratar a su exmujer. Marta, por desgracia, iba a ser la siguiente.
La joven decidió romper con Luis en julio. "Mamá, no te preocupes. Ya no somos nada", le dijo para tranquilizarla. Pero no lo logró. "Sentía que mi hija tenía miedo". La situación también preocupaba a sus compañeras de trabajo. El agresor había iniciado una extrema vigilancia sobre su ex. Pese al final de la relación acudía a recoger a Marta a la residencia de ancianos donde trabajaba. "Ella, por no montar el espectáculo, accedía a irse con él". Las llamadas al complejo eran constantes. Incluso, en alguna ocasión, al parecer, se hizo pasar por guardia civil. Marta es "sensible, humana y cariñosa". Su trabajo no era únicamente un medio de vida. Desarrollaba su profesión con un importante componente vocacional. Los problemas de los mayores eran también los suyos.
La tragedia estalló el 1 de septiembre. Marta vivía esa sensación tan placentera de empezar las vacaciones. La expectativa de un viaje a Zurich era lo suficientemente atractiva para despertar su ilusión y olvidar definitivamente esa tortuosa relación. Pero no le dio tiempo para cumplir con una de sus principales aficiones. Luis, preso de ira ante semejante plan en solitario, merodeaba por los alrededores del piso de la joven, en la localidad de Manises. La investigación ha desvelado que incluso llamó a la propia agencia de viajes minutos antes de la brutal agresión. Las cámaras de un banco cercano lo cazaron con su vehículo dando vueltas por el barrio.
El hombre subió al domicilio y golpeó a Marta con sorprendente violencia. Una vecina llamó a la policía tras escuchar el grito desgarrador que provenía de la vivienda. Mientras, a esa hora, su madre esperaba en casa a su hija. "No quise llamarla, por eso que dicen que las madres somos muy pesadas", lamenta.
Con una silla
La entrada de los agentes en el domicilio descubrió una escena dantesca. Marta, rodeada de sangre, no se movía. Tenía un fuerte golpe en la cabeza. Su ex presuntamente le atacó con una silla de madera. A continuación, trató de estrangularla. Un cable de antena colgaba de su cuello. Marta agonizaba.
El agresor huyó. Al cabo de una hora fue interceptado en un centro de salud. Acudió para curarse de una herida en la nariz causada en una supuesta pelea con un amigo, explicó a los sanitarios sin ofrecer más detalles. Además, aprovechó el lapso de tiempo para contactar con un despacho de abogados. Quizá para ser asesorado sobre cómo actuar ante una probable detención. "¿Cómo se puede tener ganas de matar a una persona normal? Ni los animales hacen esto", reflexiona María Ángeles. El agresor estaba diagnosticado de un trastorno depresivo tras la orden de alejamiento de su primera pareja. En el hospital, como terapia, se le había recomendado vivir en el campo y dedicarse a la huerta y a cuidar animales, según consta en la causa.
La madre confía en la justicia. Su letrado Francisco Canet Rives ejercerá la acusación particular. "Buscaremos la máxima ejemplaridad en el castigo. El daño es tan brutal e inmerecido...". María Ángeles narra su historia trufada de lógicas dosis de desesperación. Busca convencer a otras madres y parejas jóvenes de que deben denunciar ante la mínima sospecha. "Mi hija intentó solucionarlo con bondad". Pero eso, en determinadas circunstancias, resulta claramente insuficiente. Temerario, incluso. "Ella no había visto esa maldad en nadie. Se confió", resume como el lema que quiere transmitir al resto de familias.
La víctima necesitará cuidados toda su vida. Su madre espera que sea trasladada al hospital de la Malvarrosa. La mujer no tiene más que palabras de agradecimiento para el personal de la Fe. "Mi hija también lo hubiera hecho por ellas", sostiene. La víctima fue Marta. Pero cientos de mujeres viven a diario con esta amenaza. ¿Será hoy el día que acudan al juzgado de guardia?
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