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MANUEL ALCÁNTARA
Viernes, 3 de noviembre 2006, 04:10
Los cuerpos que han gloriosamente ardido acaban abultando lo que un par de ceniceros repletos. ¿Qué hacer con el quevediano polvo enamorado? Por lo pronto, la sociedad que gestiona el cementerio de Granada ha ideado poner a la venta colgantes con un hueco en su interior donde se aloje una sílaba del muerto. Quienes los adquieran podrán conservar un fragmento de ser querido para los restos.
No sé si es una buena idea, ni si tendrá éxito comercial, pero es bastante acorde con estas fechas. Agustín de Foxá me dijo una vez que si la muerte tuviera nacionalidad sería española. Tampoco lo sé. Podrían disputarnos ese título en Egipto o en México o quizá en cualquier otro lugar.
En España ha crecido mucho la demanda de cremaciones, ya que los difuntos tienen problemas de vivienda. Pronto veremos cómo se construye en los cementerios. Para los especuladores del suelo todo es campo, incluso el camposanto, y a nadie le extrañará que se recalifiquen estas silenciosas barriadas. La verdad es que han quedado muy céntricas.
La solución parece que está en que la gente que pasó por aquí, además de no dar un ruido, ocupe menos sitio. Serán colgantes, mas tendrán sentido. Colgantes con una cruz de oro o de plata, o bien de cuero, según el poder adquisitivo del afligido deudo.
A algunos puede parecerles algo macabro eso de llevar en el cuello lo que puede llevarse dentro del corazón, pero otros se sentirán confortados teniendo tan cerca unos gramos de ceniza. Aunque el ser humano sea un animal inconsolable, ha ideado muchas técnicas de consuelo. Hay tumbas suntuosas, con mármoles insignes y letras doradas que hospedan a difuntos pudientes.
Otros están diluidos en el aire. Para quienes los recuerdan todos los días pueden ser de noviembre. Lo cierto es que hay dos clases de personas que no debieran morir: las que quisimos y las que nos han querido.
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