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Valencia

El triste regreso de la horca

M.ª JOSÉ POU AMÉRIGO

Lunes, 6 de noviembre 2006, 04:23

Se puede defender el indulto para Sadam Huseín? ¿Y el cambio de la pena capital por otra que no suponga su muerte? Resultan provocadoras las preguntas y más de uno puede sentirse molesto incluso sólo por hacerlas. Evidentemente la petición de no matar a Sadam no resta ni un ápice de su culpabilidad ni de la condena rotunda y sin paliativos que merece la muerte de 148 chiitas en 1982 ordenada por él, a juicio del tribunal. Sadam es, a todos los efectos, un asesino que merece un castigo. Y, si es posible, una reforma.

Sin embargo, lo que ahora se pone en juego es la coherencia de esa opinión pública mundial que se manifiesta habitualmente en contra de la pena de muerte, por no hablar de los grupos norteamericanos que se reúnen a las puertas de las prisiones donde tienen lugar las vergonzosas ejecuciones. ¿Se reunirán ahora en Bagdad?

Sin cuestionar la decisión del tribunal ni su capacidad para tomarla ni la gravedad de los hechos juzgados, la pregunta es: ¿la abolición de la pena de muerte es o no una apuesta por la que quiere luchar Occidente como signo de su capacidad para no pagar al asesino con su misma moneda? Si lo es, lo es con todos.

Es cierto que Sadam, a diferencia de los 148 chiitas, ha tenido la posibilidad de ser escuchado y de defenderse. Ahora bien, cuando se cuestiona la pena de muerte porque se contempla como una forma de hacer justicia poco acorde con los Derechos Humanos, encabezados por el derecho a la vida, debe hacerse ante cualquier caso, no sólo ante el caso que nos enternece o que resulta próximo porque es español.

Pocas simpatías acapara un asesino como Sadam pero el Estado y la comunidad internacional deberían demostrarle que están por encima de su vileza sustituyendo la horca por otra pena, grave pero civilizada, de forma que no se cuestione la justicia pero tampoco la superioridad moral del Estado sobre el delincuente.

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