La tartana y el ‘low cost’

Con las nuevas medidas de seguridad en los aeropuertos, dentro de poco, tendremos que rescatar la tartana y el landó para ir a cualquier lado. En ellos, ni hay ni hay muyahidín dispuesto a estrellarlos contra edificios emblemáticos. Entre otras cosas porque, con sus dimensiones, como no los estrellen a 20 por hora contra la fuente de la plaza de los Patos, no van a conseguir grandes impactos mediáticos.

Con la tartana y el landó, por ejemplo, llegaríamos antes a Madrid desde Valencia que en coche por la autovía. En la tartana vamos a nuestro ritmo por la A-3 sin que perdamos ni puntos ni grapas porque la Guardia Civil puede incluso sacarnos no sólo fotos sino verdaderos posados, es decir, nada que ver con los bólidos que van a 200 y cuya estampa fotográfica se limita a una cortina de humo.

Es verdad que un coche de caballos no puede competir con un avión. De hecho, para ir en él no hacen falta dos horas de cola, ni meter botellitas en bolsas de plástico ni pasar por un escáner chivato con manías persecutorias.

Yo, sin ir más lejos, tengo una habilidad especial para irritar a los escáneres de Barajas y conste que no llevo implantes dentales ni clavos en los huesos ni marcapasos en el corazón y ni tan siquiera silicona pues los michelines son de fabricación casera y yo diría que hasta artesanal.

Con el incremento paulatino de la seguridad, viajar en avión resulta más costoso que ir en romería hasta el destino, sobre todo cuando no está lejos, como Madrid. Si hemos de acudir al aeropuerto mucho tiempo antes por las colas, andar la distancia de Barajas a Madrid dentro de la propia T-4 para coger un taxi y después esperar el atasco de hora y media en la M-30, seguro que quienes van en diligencia por la autovía nos adelantan.

Y, encima, pueden llevar la botellita de mistela para acompañar el panquemado de la merienda.