La tolerancia se queda pequeña

Hoy se celebra el Día Internacional de la Tolerancia, instituido por la ONU en 1995. “Tolerancia” es un concepto tan mínimo que resulta escaso. Es cierto que en un mundo tan complejo como el nuestro desde el punto de vista social, político y religioso, lo menos que se puede pedir es tolerancia hacia los demás para que todos tengamos un sitio donde vivir plenamente.

Sin embargo, en la actualidad muchos han vaciado de contenido el concepto de “tolerancia” de forma que “tolerar” se considera sinónimo de “consentir”, es decir, de vivir dejando vivir. Nada menos. Pero nada más.

Ello se explica por el verdadero sentido que hoy se le da a la tolerancia y la razón por la que Naciones Unidas comienza, en los años 90, la celebración del Día de la Tolerancia: como reivindicación de un comportamiento opuesto a la intolerancia. De ese modo, se explica la reducida llamada a convivir en el límite de la permisividad hacia el otro pero sin necesidad de interesarse por él.

La verdadera dimensión de la tolerancia es mucho más profunda por eso conviene hablar más de respeto a la diferencia, aceptación del otro y aprecio por los demás.

Así lo ha expresado Benedicto XVI de forma significativamente insistente en los últimos meses.

Lo ha hecho ante los obispos canadienses, para quienes “intolerancia”, como ocurre en el entorno que vivimos, se refiere a ausencia de respeto hacia lo religioso en el espacio público. Y lo ha repetido ante los judíos de la Liga Anti Difamación para quienes “intolerancia” tiene un sentido histórico y actual mucho más doloroso y cruel.

En ambos casos, lo que el Papa ha exigido es una convivencia basada en algo más hondo que la indiferencia pacífica. No se trata de un mero “dejar vivir” sino de un interesarse por el otro, aceptándolo como un vecino cuyos valores son importantes, enriquecedores y dignos de ser apreciados e incorporados por lo que significan, no solo por no crear conflictos con su rechazo.