El otro habitante de la Moncloa

Debe de ser duro vivir en la Moncloa. Sobre todo, para el perro de ZP, o sea, para el perro que tienen los Rodríguez. Desconozco la raza y el nombre de un personaje ya célebre en apenas 24 horas gracias a las protestas del personal de limpieza de la Moncloa. Sin embargo, siento una especial solidaridad hacia el animalito ante la situación que se le ha creado. Si fuera torero o folclórica, llenaría horas de televisión. Pero, como es perro, no hay posibilidad de perseguirlo con el micro por el aeropuerto para saber cómo está viviendo este minuto de gloria desde que los limpiadores y limpiadoras de la Presidencia del Gobierno decidieron hacer pública su protesta por tener que sacar al pobre chucho a pasear.

Afortunadamente, el perro estará viviendo suponemos que feliz y ajeno por completo a la polémica que, en pocas horas, le atribuye, a través de blogs y confidenciales, lujos casi asiáticos y prebendas propias de jeques árabes. No sólo a él sino también al perro de la vicepresidenta, y , respectivamente.

Dan ganas de pedir un reportaje a la carta sobre los animales gubernamentales: ¿qué miembros del Gobierno tienen animales domésticos? ¿Qué animales? ¿Quién los cuida? ¿Está la Moncloa preparada para tener animales (no humanos, quiero decir)? ¿Quién paga sus cuidados?

Seguramente ni los trabajadores de CC. OO. que han protestado a las puertas del Palacio, estarán satisfechos con que todo se reduzca a no querer cuidar de dos canes, pero es inevitable que, ante la lista de tareas extra conocidas, la prensa se fije especialmente en los pobres perros aunque no sea ni lo más importante ni la tarea más ingrata de todas.

En cualquier caso, ni en vísperas de la campaña de Navidad –un periodo especialmente sensible para la concienciación ciudadana sobre la responsabilidad de adquirir animales– ni cuando el Gobierno quiere endurecer la legislación para perseguir a quien los maltrate, resulta aleccionadora la situación de los perritos de la Moncloa.