El Día de los Buenos Deseos
M.ª JOSÉ POU AMÉRIGO
Jueves, 30 de noviembre 2006, 05:31
Si no existiera la Navidad, El cortinglés habría inventado el Día de los Buenos Deseos.
De hecho, ya existe una cosa parecida con esa costumbre del llamado amigo invisible que es el regalo de un desconocido. Con él nos sentimos generosos hacia quien no hubiéramos pensado, quizás, si no nos hubiera tocado en el sorteo. Además, tiene un halo de misterio añadido al pretender descubrir quién nos contempla de la manera que refleja el regalo recibido.
La Navidad, a pesar de todos sus fastidios, saca lo mejor del ser humano y le recuerda que hay otras personas en el mundo y que algunas viven peor que él. Estas fechas tan vituperadas recuperan la humanidad que llevamos dentro, aunque sea a cuenta de la historia de Mr. Scrooge y nos obligan a mirar más allá de nosotros mismos siendo solidarios, pensando en qué regalo gustará más o aguantando a la abuela y sus batallitas de todos los años.
Por eso resulta triste que haya iniciativas, como la de un colegio de Zaragoza, que pretendan suprimir la celebración de la Navidad por no ofender a los alumnos de otras religiones. En este caso, además de lo que supone para quienes sí son creyentes, resulta una propuesta empobrecedora. Es cierto que se debe cultivar cierta sensibilidad hacia quienes en lugar de celebrar la Navidad, celebran Ramadán o el Yom Kippur. Por eso, la presencia de niños de distintas religiones en un centro escolar es una inmejorable ocasión para que todos conozcan otras festividades, su origen y sus modos culturales diferentes de celebrarlas, con sus comidas apropiadas, sus encuentros familiares, sus rituales y hasta sus leyendas.
En cambio, eliminar la realidad religiosa y cultural para igualar a todos en la nada es un acto de deslealtad hacia el propio ser humano. La diversidad debe ser un motivo de enriquecimiento, nunca de problematización, y la única forma de que lo sea es poniéndola en común, no suprimiéndola y recluyéndola al ámbito privado de cada cual.
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