El torpe cruzado de Ratisbona
M.ª JOSÉ POU AMÉRIGO
Domingo, 3 de diciembre 2006, 05:14
Como teólogo, Ratzinger no tiene precio pero, como cruzado, deja mucho que desear. Los cruzados llegaban a Constantinopla para arrebatársela a los infieles cortándoles la cabeza si era necesario. Ahora, en cambio, el presunto Gran Inquisidor y promotor de cruzadas desde Ratisbona, se dedica a rezar hacia La Meca al Dios clemente y misericordioso. Seguro que alguno habrá pensado que si Ricardo Corazón de León levantara la cabeza a quien se la cortaría sería al propio Papa.
Gracias a Dios, quien comanda ahora los es alguien que se alegra de rezar descalzo en una mezquita en un gesto equivalente, como ha dicho el cardenal Etchegaray, al de Juan Pablo II, ante el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén.
No en vano, ese gesto ha sido alabado por la prensa turca que ha llamado simpático a un Papa que reza como un musulmán. Así ha demostrado, de nuevo, que el problema entre cristianos y musulmanes no es la fe sino el uso que algunos en un colectivo y otro hacen de lo religioso para beneficio propio, sobre todo, para incrementar su poder.
El riesgo ahora es confundir la lección de la mezquita Azul. Esta no tiene que ver con un sincretismo difuso sino con la capacidad para mirar juntos hacia La Meca o hacia Jerusalén, es decir, para reivindicar que la llamada Alianza de Civilizaciones debe tener en la valorización de la fe su eje principal e inaugurar así una nueva relación de respeto y aprecio mutuos.
La convivencia entre religiones empieza por asumir la naturaleza trascendente del ser humano y pasa por respetarla y permitirle su exteriorización con una cruz, un hijab o un maguén David.
Eso no sólo lo ha entendido la Iglesia con Benedicto XVI sino también el Islam que, en la persona del Gran Muftí de Estambul, aceptó a un Papa en su casa y le invitó a rezar con él, quién sabe si con un recuerdo para Roma en su peregrinaje interior hacia La Meca.
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