¿Tienes una pizca de polonio?

Por estas fechas es normal sentir cierta aprensión al encontrarse con un amigo griposo o entrar en una tienda donde los dependientes tienen la voz gangosa y el clínex a punto por miedo a ser contagiados del resfriado.

Ahora, en cambio, desde que las autoridades británicas se dedican a hallar polonio 210 hasta en los bidés de Buckingham Palace, da no sé qué simplemente encontrarse con cualquiera en cualquier sitio, sobre todo, si el afortunado tiene cara de espía. Y ¿quién no conoce a alguien con cara de espía? Luego, quizás, tiene la lucidez de un mosquito lo que le hace poco susceptible de ser captado por el KGB para sus servicios de inteligencia pero el aspecto le convierte en sospechoso.

Al lado del polonio, el virus de la gripe –incluida la aviar ¿quién se acuerda?– es una anécdota sin importancia. ¿Qué son tres días en cama en comparación con irse de okupa a un ataúd hermético para no dejar libres las radiaciones incluso tras cerrar los ojos definitivamente?

La localización de polonio 210 en diversos lugares de Londres anima mucho al turista de fin de semana. Si hubo quien compró en el mercadillo callejero de Berlín trozos del Muro al poco tiempo de que este cayera, quizás también haya quien conserve, cual souvenir, una pizca de polonio 210 como recuerdo de su estancia en la capital británica.

Es loable sin duda la transparencia de Scotland Yard para exponer los resultados de sus investigaciones pero a cualquier ciudadano le debería preocupar la existencia de tantos rastros radiactivos y la posibilidad de que, como el polonio 210, otros estén usando sustancias de ese tipo para espolvorearlas por doquier a la caza de un espía licencioso, un chivato molesto o simplemente un periodista preguntón. Es normal, por tanto, que los británicos estén asustados y, en justa correspondencia, no es razonable que las autoridades de otros países cercanos ni siquiera planteen la posibilidad de analizar su territorio en busca de sustancias como esa.