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Un ‘collidor’ en plena tarea de recolección de clementinas.
Un collidor cobra más por kilo de clementina que quien la produce
Valencia

Un collidor cobra más por kilo de clementina que quien la produce

Por recolectar esta fruta se perciben 11-12 céntimos por kilo, mientras que las pocas operaciones de compra en el campo a precio fijo se realizan ahora a sólo 9-10

VICENTE LLADRÓ

Domingo, 17 de diciembre 2006, 05:38

Tomás es uno de tantos miles de citricultores valencianos que está pasando el calvario de ver qué hace con su cosecha de clementinas, mientras teme que acabe quedándose en el campo, y el, sin dinero ni ganas para volver a poner en marcha otro año de gastos y esfuerzos para producir de nuevo lo que se está convirtiendo en fuente de tanto disgusto y decepción.

Primero aguardó en vano la acostumbrada llamada de compradores. Luego, cuando empezaba a inquietarse, porque la cosecha maduraba y no sabía a qué atenerse, empezó a preguntar por los bares, a llamar a ‘corredores’ de otros años. Fue cuando entendió que la cosa se estaba poniendo muy mal, peor que nunca: no quedaban compradores, han desaparecido de la escena. En casa, su mujer, su suegro y sus hijos le animaban a intentar la aventura de defenderse ellos mismos la producción. ‘‘Cogeremos cajones en la furgoneta, iremos sábados y domingos, recolectaremos lo que podamos y lo venderemos a fruterías y amigos’’.

A Tomás le pareció mucha aventura incierta, mucho movimiento sin resultados claros, y siguió indagando para intentar colocar la cosecha entera. Per sólo le ofrecían ‘apuntarla’, ‘a comercializar’, y eso le pareció indigno e inseguro. Por fin encontró a un comprador que le daba 200 pesetas por arroba, un precio de hace 35 años, 15,6 pesetas por kilo, 9,4 céntimos de euro. Una auténtica broma, concluyó. En casa decidieron resistir y esperar. Pero las cosas siguieron empeorando. Quienes le habían dado alguna esperanza, le acabaron dando calabazas. Cuando volvió apresurado al de las exiguas 200 pesetas, este le dijo que ya tenía demasiadas clementinas, y los que tan sólo le ofrecían ‘apuntárselas’, lo mismo, porque tenían ‘‘orden de no comprometerse con más’’.

Sólo quedaba la opción de buscarse la vida en solitario. Una mañana recogió treinta cajas y las vendió como pudo. Empezó a 30 céntimos el kilo y acabó saldándolas a 15. Uno de los fruteros que le compró le pidió 2.000 kilos para la semana siguiente, pero a 2o céntimos el kilo, y la fruta bien cogida con ramillete de hojas. Barata pero de alto standing. Algo es algo, pensó, con tal de que no se pudran. Se vio obligado a buscar una cuadrilla de , cuyo ‘cabo’ le indicó que le cobrarían a 11 céntimos el kilo, más desplazamientos, y que lo hacían como un favor y porque podían comprometerse en fin de semana, ya que tienen mucho trabajo y no dan abasto.

Así que Tomás hizo números: ‘‘Tengo que pagar 11, más lo que cuelga, para que me den 20, y de los menos de 8 que quedarán todavía tengo que restar el gasóleo y el tiempo del reparto. No me queda nada, no me conviene’’. Habló con el frutero y le dijo que sólo le podría llevar lo que recoltasen los de casa, seguramente unos 500 kilos o así, y el frutero le dijo que bueno, pero que de los 20 céntimos hablados, nada, que ahora eran a 15.

De manera que Tomás se fue a hablar con el cabo de la cuadrilla, pero no para contratarla, sino para sumarse a la misma, ya que le habían dicho que necesitan más gente. Las cuentas no le fallaban: ‘‘Cogiendo la clementina de mi campo para venderla me queda en limpio mucho menos que si me dedico a recolectarla por cuenta ajena, y encima, sin riesgos’’.

Y así ha pasado Tomás a engrosar la nomina de . Al menos tiene unos ingresos asegurados, mucho más que si se empeñara en defender su propia cosecha. Pero ¿qué pasará cuando haya muchos que sigan la senda de Tomás? y, sobre todo, ¿qué harán quienes, por edad u ocupación, no pueden dedicarse a ello?, ¿seguirán alimentando gratis el sistema? ¿De dónde saldrán los 11 céntimos cuando Tomás recolecte su propio campo para otro, lo que el mismo no es capaz de sacar directamente?

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