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VICENTE LLADRÓ
Domingo, 17 de diciembre 2006, 05:38
Javier Gómez Navarro cuenta que hace un tiempo, después de haber sido ministro de Comercio y Turismo con Felipe González, participó en una comisión en la que se diseñaban condiciones para la función pública. Fue cuando el ahora presidente de Aldeasa y del Consejo Superior de Cámaras de Comercio propuso que para ser funcionario, antes se trabajara al menos cinco años en la empresa privada. Naturalmente, no lo aprobaron contaba esta semana en Valencia, lo consideraron una herejía inaceptable.
Gómez Navarro ha participado en el valenciano Foro Económico Financiero, de la Fundación Vives, pronunciando una conferencia sobre La influencia del sector público sobre la competitividad de las empresas, un inteligente reparto de reflexiones y críticas contra la burocracia, la lentitud e ineficacia de la justicia, la inseguridad jurídica o la mala imagen empresarial e industrial que España tiene en el extranjero.
El empresario, ex ministro y también ex secretario de Estado de Deportes, que es del PSOE, dijo claramente que España ha sabido consolidar en el exterior una imagen de primer país turístico y divertido, según estudios realizados entre ciudadanos de Italia, Francia, Alemania y Reino Unido. En cambio, casi nadie confía fuera en nuestro nivel tecnológico, y eso, a la postre, no es bueno para nuestras empresas, para exportar y competir. El 99% de nuestros clientes de fuera no conocen por ejemplo que España es una gran potencia en la producción y exportación de coches y que tiene relevancia en los bienes de equipo. La realidad no consigue romper esa imagen de país atractivo por su sol, sus playas y el mercado inmobiliario.
Contradictoriamente, desde el Gobierno se hace muy poco por contrarrestar estas cosas negativas, y Gómez Navarro critica que cada autonomía va a lo suyo, por separado, cada ayuntamiento va por libre y hasta dentro del propio Ejecutivo central, cada departamento intenta defender sus parcelas de independencia como si fueran mundos aparte.
Buena parte de la culpa la achaca al fracaso clamoroso del sistema educativo, porque no está enfocado a preparar a personas capaces y profesionales para servir en la realidad que vivimos, conforme la sociedad necesita. Un defecto que se agudiza en la Universidad, lastrada por el pecado de la endogamia. Y ahí aclara que los rectores son elegidos por alumnos y profesores, y eso implica que eligen a uno de los suyos, que les dará apoyo y poca exigencia; al contrario de lo que ocurre en el mundo alglosajón, donde es un patronato el que marca las directrices y elige a los responsables.
El resultado es que la educación está en manos de los funcionarios y se encamina a generar más funcionarios, no personas emprendedoras, responsabilizadas y con objetivos amplios y modernos, sino divorciadas de la realidad de la calle, de la empresa, de los ciudadanos. Por eso defiende que todo cambiaría si antes los funcionarios trabajaran unos años en las empresas privadas, y que eso fuera una condición para aceptar a empleados públicos, al servicio de toda la sociedad.
Un claro síntoma de esta situación funcionarial, no deseable para Gómez Navarro, es que no se incentiva adecuadamente la investigación que nos sirva, sino publicar papeles, hacer currrículum teórico, lo que el sistema destaca, en vez de promover y primar el desarrollo de proyectos y de patentes.
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