Los pecadosdel Vatican Futbol Club

Desde que sé que Tarsicio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, quiere montar un equipo de fútbol, he perdido la ilusión de que algún día la Iglesia incluya el fútbol en su lista de pecados veniales.

Ya sé que los aficionados me recriminarán por mi poco interés hacia tan excelso deporte y por incitar a demonizarlo pero creo que la persecución de una pelota en pantalón corto tiene algo de demoníaco y no digamos la recreación en tan absurda actividad por parte del público femenino –y masculino– a la vista de los cuerpazos que lucen algunos jugadores.

Me he convencido hace unas horas al saber que el precio del “instrumental laboral” de David Beckham –Victoria lo tenga en su gloria- está valorado en 159 millones de euros. El dato confirma mi propuesta inicial: esa exhibición de mundo, demonio y carne no puede traer nada bueno a una sociedad por muy laicista que se empeñe en ser. Al fin y al cabo se puede ser laicista y pecador a un tiempo...

Ahora bien, la noticia de que el Vaticano podría jugar la Champions ha dejado mi pía armonía interior hecha unos zorros pues ¿cómo protestarán los monseñores al árbitro en caso de patadón de esos que tumban a cualquiera? “Alma de buena fe, tenga la caridad de revisar esa tarjeta pues veo a vuestra merced en grande confusión”. “No, eminencia”, diría el árbitro, “no ponga usted su alma y su gloria futura en esta jugada pues ha querido el maligno que meta su merced la pierna bajo el tobillo del jugador contrario”.

Hay que reconocer que puede resultar de lo más edificante dado el nivel de bronca que viven los campos europeos pero me cuesta imaginar al Vaticano Fútbol Club entrando en las lógicas dinámicas del mundillo deportivo, esto es, con juntas de accionistas tormentosas, giras asiáticas o anuncios de natillas, zapatillas y cuchillas de afeitar. En cualquier caso, voy a ir reservando la camiseta del 16. La de Benedicto, naturalmente.