La entrada de la fiesta de Nochevieja
M.ª JOSÉ POU AMÉRIGO
Sábado, 30 de diciembre 2006, 05:21
Da miedo salir de fiesta en Nochevieja. La razón no es el frío que sufre la tráquea con el escote palabra de honor ni el riesgo a topar con un cantautor espontáneo de esos que llenan las calles a las siete u ocho de la mañana acompañando los gorgoritos con una especie de performance vomitiva. Literalmente vomitiva.
El miedo se siente al pensar en las propias fiestas, a tenor de las serias advertencias que se pueden leer o escuchar en estos días. Al parecer, según las organizaciones de consumidores, es una ocasión estupenda para timar al personal a cuenta de que se hace cualquier cosa por ir de fiesta y se acaba, en ocasiones, severamente perjudicado.
Una de esas necesarias recomendaciones es guardar la entrada para después poder reclamar en el caso de que haya problemas. Lo malo es que algunos, al terminar la fiesta, son incapaces de recuperar incluso alguna prenda de ropa interior, de modo que resulta complicado localizar un simple cromo.
Todo empieza en el momento en que entramos en el garito y hacemos ese gesto automático de guardar el ticket en el bolsillo sin ni siquiera tener conciencia de ello, sobre todo, por el ansia de ver a fulanita que se muere de hortera y a menganita que se habrá hecho un recogido absurdo solo con el objetivo de montar una escena a lo Matador al primer incauto que encuentre.
Una vez hecho el gesto, ya queda perdido el cromo para siempre siempre siempre en un oscuro bolsillo que quedará virgen hasta que vaya al tinte y compruebes, al recogerlo, que ahí, algún día, hubo un papelito de algo ilegible o en un ignoto rincón de ese bolso minúsculo diseño Triángulo de las Bermudas, llamado así porque, en él, inexplicablemente cabe todo pero nada regresa a la superficie.
Después llegará el baile, la bebida, el tonteo y la resaca... ¿Una recomendación? Hagan una fotocopia compulsada de la entrada antes de ir.
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