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Pablo Salazar
Domingo, 15 de febrero 2015, 11:07
Repaso los periódicos de aquella época y compruebo que se estrena Pretty woman en un cine que ya no existe, el Gran Vía. En la cartelera también aparecen el Rex, el Tyris, el Capitol, el Eslava, el Suizo o el Artis, víctimas todas del paso del tiempo. Quién podía imaginar entonces que la película de Richard Gere y Julia Roberts se emitiría posteriormente en las diferentes televisiones unas 143.675 veces, aproximadamente. Estamos en diciembre de 1990, ya metidos en las fiestas de Navidad. Unos días antes, el 20, ETA ha intentado provocar una masacre en Valencia al hacer estallar un coche bomba en la calle Amparo Iturbi, frente a unas viviendas militares. Afortunadamente, los terroristas no consiguen su objetivo al fallar el mando a distancia que acciona el explosivo, por lo que el autobús con miembros del Ejército que pretendían hacer volar pudo escapar. No obstante, la carga mortífera alcanzó a varias personas y causó grandes daños materiales. La herida más grave, una mujer de 56 años de edad, Francisca Marín Peña, a la que hubo que amputar ambas piernas.
Casi una semana después, el 26, estoy con Lloret, el fotógrafo, cubriendo una información, la presentación de unos nuevos autobuses para la EMT. A Manolo le dan un chivatazo: Francisca Marín, que está ingresada en el Peset, ya puede recibir visitas. ¿Lo intentamos? Lo intentamos. Recuerdo que estamos en 1990, que no hay teléfonos móviles, Whatsapp y todas esas cosas, así que nos lanzamos sin saber si otro compañero del periódico estará en el hospital. Da igual, vamos a ver qué pasa. Llegamos al Peset, subimos a la habitación, no hay controles, un fotógrafo puede entrar con su mochila, sin problemas, nada que ver con los obstáculos e impedimentos que encontramos en la actualidad para hacer nuestro trabajo.
Llamamos y entramos en la habitación, nos atiende amablemente el cuñado de Francisca, nos presentamos, le decimos que nos gustaría hablar con ella, y ella nos mira, nos sonríe y dice que adelante, que podemos pasar. Es la primera vez en mi vida que estoy ante una víctima del terrorismo, una mujer que seis días antes ha perdido sus piernas, un traumatismo salvaje, brutal, una vida que te cambia en un segundo. Francisca está tranquila y contesta a lo que le pregunto, o a lo que acierto a preguntarle. Manolo prepara su cámara y Francisca se remueve un poco inquieta. Habla con su cuñado y él la tranquiliza, no te preocupes, estás guapa. Lloret hace su trabajo y Francisca me deja una frase de la que, veinticinco años después, me sigo acordando: «Voy a empezar una nueva vida, pero sin piernas». Nos vamos a la redacción. Al día siguiente, nuestra noticia abrirá la primera página del periódico. Yo continuaré con lo mío, en la sección de Municipal, y prepararé un reportaje sobre tres obras públicas que están a punto de inaugurarse: el Gulliver, el aparcamiento subterráneo de San Agustín y la reforma de la pescadería del Mercado Central. Y yendo de aquí para allá, andando con normalidad o corriendo a veces para llegar a tiempo a una rueda de prensa, me acordaré de Francisca, de su nueva vida sin piernas y de todas las víctimas del terrorismo.
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