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En un refugio. Paco, con su cayado de almendro, explica cómo se configuraba cada instalación de las trincheras. :: J. J. MONZÓ
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Las trincheras de la guerra civil

Francisco Ferrando conoce al dedillo cada palmo del monte de su pueblo y para qué sirve cada hierba que allí crecePaisaje y paisanaje. Villamarxant guarda gran parte de la línea defensiva republicana de Valencia

VICENTE LLADRÓ

Sábado, 23 de enero 2010, 02:32

Tiene 77 años pero sube las cuestas como un chaval. Francisco Ferrando, apodado 'El Vicari' en su pueblo, Villamarxant, es puro nervio y coraje. Enjuto y vivaracho, asegura que vive sobre todo «a base de hierbas», y es de creer, porque no se le atisba ni un gramo de grasa y es todo energía. Conoce al dedillo cada palmo de terreno del término municipal, porque lo recorre desde crío, especialmente los montes, y por eso domina también a la perfección el conocimiento de cada hierba y qué dolencia puede combatir.

Paco ha sido nuestro guía para mostrarnos las fortificaciones y trincheras que serpentean por los montes de La Rodaneta Blanca y La Rodana de Villamarxant. Junto a Ramón Gil, también del pueblo, hemos recorrido buena parte de lo que fue la última línea defensiva de Valencia que construyó el ejército republicano en la última fase de la guerra civil.

Son casi diez kilómetros de trincheras salpicadas de búnkers de hormigón armado, nidos de ametralladoras y refugios antiaéreos. Buena parte del recorrido está medio enterrado por el paso del tiempo, pero algunos tramos están al descubierto, se han recuperado y restaurado para que puedan visitarse. Curiosamente se trata de una instalación y de una historia poco conocidas, incluso para los vecinos del pueblo, y en algunos tramos casi parece un milagro que sobreviva todo esto, dada la proximidad de casetas, chalets y urbanizaciones que proliferaron en décadas pasadas.

Línea defensiva

Las trincheras y fortificaciones de Villamarxant quedan encima de la carretera hacia Valencia, a unos dos o tres kilómetros al sur del pueblo, dominando perfectamente la vía de acceso hacia la capital.

Estas instalaciones formaron parte de la línea defensiva conocida como 'La Inmediata', por ser la más próxima a Valencia. Se construyó en el tramo final de la guerra civil, entre 1938 y principios de 1939, y estaba destinada a ser el último baluarte para frenar un posible ataque directo de las tropas nacionales sobre Valencia, cuando albergaba la sede del Gobierno de la República. Dicho avance no llegó a producirse porque el conflicto terminó antes y Valencia no fue conquistada militarmente, simplemente fue ocupada, y el frente activo más próximo quedó en los altos de Alcublas-Bejís-El Toro-Barracas y en el sur de la Plana.

Los restos de trincheras de Vilamarxant se integraban en el núcleo defensivo de la línea Cheste-Lliria-Pedralba-Benaguasil-Pobla de Vallbona-Ribarroja-Paterna, una reserva destinada a cubrir la hipotética retirada de las tropas republicanas de la línea 'XYZ' si se replegaban del frente sur de Teruel.

Huellas de tiros

Estas trincheras no llegaron a 'estrenarse' como tales e incluso quedaron sin terminar en algunos tramos, porque se aprecian zanjas menos profundas, terraplenes sin reforzar con muros de apoyo y excavaciones más grandes que debían estar destinadas, seguramente, a refugios o búnkers que no se construyeron o completaron.

De repente, ante el muro de hormigón de un nido de ametralladoras, Paco 'El Vicari' señala tres huellas que son claramente impactos de balas. ¿Cómo se explican, si la guerra no llegó hasta aquí? ¿Sería alguna escaramuza esporádica?, ¿harían prácticas de tiro los propios soldados republicanos, o llegaría alguien a gastar una broma pesada desde una ladera a otra?

Las balas dieron cerca de la bocana del búnker, por donde apuntaría el cañón de la ametralladora. ¿Alcanzaría algún tiro a colarse dentro? No lo podemos indagar, el interior está inundado por el agua de las lluvias; sólo atisbamos la pared frontal del pequeño laberinto de entrada, diseñado sin duda para incrementar la protección posteriorde los servidores de la instalación: un jefe de equipo, un apuntador y dos proveedores.

Cortaron los pinos

Desde el techo del nido de hormigón apreciamos la tremenda fortaleza de este, pese a la época de construcción. Se comprende su ubicación estratégica: el búnker, como el resto de la trinchera, domina la carretera, ahora semitapada por una densa pinada.

Ramón Gil cuenta que el mismo ha visto crecer estos pinos, y Paco lo ratifica. Los árboles que había antes los cortaron los soldados. Cuando el todavía era un crío iba con su padre a cortar los tocones que quedaron. Era la postguerra, la época del hambre. No había de nada, ni combustible. Su padre aprovechaba aquella leña para cambiarla en Benaguasil por un poco de harina de trigo que su madre alargaba mezclándola con la de maíz.

Junto al búnker, 'El Vicari' descubre unos 'olivastres', pequeños plantones de olivos nacidos allí de forma natural. Los tordos comen las olivas, y cuando sueltan los huesos, si caen en terreno fértil y húmedo, germinan y salen nuevos olivos, «que son bordes», explica, «pero resultan los mejores para injertarlos, arrancarlos y replantarlos; son los más resistentes, porque se han curtido en la naturaleza».

Paco no sabe lo que es ser ecologista, ni le interesa, pero es un ecologista, desde que nació. Es de esa estirpe de personas que conoce y domina el medio natural. Cada paso que da te descubre una hierba diferente y te dice para qué vale. Suelta los pequeños olivos silvestres y enseguida señala un arbusto insignificante que pasaría desapercibido para todo el mundo. «Es palomesto», indica, «muy bueno para controlar la tensión alta de la sangre». ¿Cómo se toma?, nos atrevemos a preguntar con cierta ingenuidad. «En infusión, claro, por las mañanas, como un café, pero nunca caliente, las hierbas siempre hay que tomarlas tibias; y en algunos casos, mejor frías, se pueden dejar las infusiones en la nevera».

Un hallazgo de armas

Se apasiona recorriendo las trincheras, explicándonos el significado de cada trecho, haciéndonos ver el gran esfuerzo realizado por aquellos hombres: soldados, voluntarios y prisioneros; a pico y pala; y nos hace ver que «con el armamento de hoy en día, todo aquello no serviría para nada, pero entonces constituía una gran obra».

Un día, recién acabada la guerra, cuando iba con su padre por el monte, recogiendo leña y hierbas medicinales, y mientras jugueteaba con otros chavales, Paco descubrió en una trinchera lo que quedaba de armamento: «seis fusiles, diez pistolas, una ametralladora y varias granadas de mano». Fueron enseguida a la Guardia Civil, claro, que se hizo cargo. Ahora, asegura, «ya no queda nada por aquí, pero está convencido de que «si vamos a las trincheras de Andilla-Bejís aún encontramos de todo, proque allí se dieron de lo lindo y está todo muy escondido». Quedamos para más adelante. Paco conoce también aquella zona «porque estuve ayudando a desmontar las alambradas, cuando se las quedó el tío Manolo, el del Hostal del Hambre»

Aquel pequeño arsenal de cuando crío lo encontraron en un refugio de la línea defensiva, un recoveco natural que al parecer fue utilizado por los bandoleros que frecuentaban esta sierra, 'roders' como «Els Blaus de Ribarroja», o como «Perot», a quien llegó a conocer su tatarabuelo y que «se entendía con la tatarabuela de Eusebiet», pero fue traicionado por uno de su grupo y resultó tiroteado por los guardias a la entrada de su cueva.

Recorremos el monte de la Ferraura y pasamos por Porxinos, donde atestigua que «hay parte del término de Villamarxant que fue adjudicado a Ribarroja, pero es un error que se ha de corregir», y el lo sabe bien «porque estuve trabajando con los ingenieros, poniendo nuevos mojones donde estaban los antiguos o se habían perdido».

La droga de la estepa

El recorrido culmina en la balsa Barreta,un espacio que el ayuntamiento y Medio Ambiente han restaurado para disfrute de la población y de excursionistas. Este es el sitio típico de Villamarxant donde «comerse la mona por Pascua». La gran balsa, que tiene peces, se llena con la lluvia, y si falta en verano, con el pozo de San Severo.

Muy cerca, Paco nos muestra unas ramitas de otro arbusto aparentemente vulgar. «Es estopa -nos cuenta-, y cuando escaseaba el tabaco secaban y fumaban estas hojas». Y a continuación deshace unas pequeñas bayas de la estopa, pone al descubierto unas semillas y explica: «si con las hojas se fumaban también estas 'llavoretes' cogían un fuerte colocón. Es droga, casi tan fuerte como si fuera opio». Quién lo iba a decir.

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