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BELVEDERE

Cuando Camps dejó de ser Paco

PABLO SALAZAR

Domingo, 24 de julio 2011, 11:30

A Paco Camps le siguen llamando Paco Camps pero hace tiempo que dejó de ser Paco Camps, aunque seguramente él no lo sabe. Yo creo que fue el día en que salió investido como presidente de la Generalitat, en el ya lejano mes de junio de 2003. Pasó entonces a ser el Molt Honorable Senyor President, y en ese momento murió Paco y nació Francisco, otro personaje. Hasta entonces, Camps, Paco, se había modelado a sí mismo, lo cual no significa ni mucho menos que fuera un 'self made man'. Pero a partir de su aterrizaje en el palau, Camps, ahora ya Francisco, fue colonizado por una legión de nuevos amigos, asesores -de profesión unos, de vocación otros- y conocidos, que acabaron por adueñarse de él y que transformaron a Francisco en una caricatura de Paco.

Me dirán, con razón, que nadie cambia sin querer, que no se le obligó. Y es cierto. De todas formas, supongo que no es fácil verse un día al frente del Gobierno de una comunidad autónoma con 5 millones de habitantes (más que muchos países del mundo), manejando miles de millones de euros, mandando sobre una legión de funcionarios, en un despacho inmenso en un viejo palacio, rodeado de historia, de símbolos, en el corazón de Valencia, con una cohorte de secretarias, asesores, jefes de gabinete, de prensa, de protocolo, con escoltas y chóferes, con poder de decisión sobre vidas y haciendas. También es verdad que a Camps, todavía Paco, no le venía todo esto de nuevas, que había sido concejal de Tráfico, de Hacienda, conseller de Cultura, secretario de Estado, vicepresidente del Congreso y delegado del Gobierno. Sabía lo que era el mando y parecía curado de espanto de eso que alguien dio en llamar la erótica del poder. Parecía.

Y es que no es lo mismo ser concejal o conseller o secretario de Estado que ser el presidente de una comunidad que es la cuarta de España en población y presupuesto. Tu agenda, tus contactos, tus relaciones, cambian. De repente un día te llama el presidente de Iberdrola, o el de El Corte Inglés, o el de Mercadona. Y de repente, otro día estás comiendo en su yate con el magnate de la Fórmula 1, con uno de los hombres más ricos del planeta, un señor que hasta entonces no había oído hablar de Valencia. Sin darte cuenta, tu perspectiva de las cosas, tu forma de ver el mundo, también cambia. Y necesariamente lo hacen tus costumbres, aunque intentes, mantener, como hizo Camps, el partido en el Club de Tenis, el asiento en la tribuna de Mestalla, no en el palco, o aquellos yogures a media mañana que María Antonia -su secretaria en el Ayuntamiento- le tenía siempre preparados en la nevera.

Viajas en preferente, esperas en las salas VIP, te alojas en hoteles de lujo, comes en los reservados de los restaurantes... No haces colas, no sabes lo que cuesta un café o una barra de pan, no tienes que llamar al seguro del coche, no sufres la tortura de intentar cambiar de operadora de móvil... No vives, en definitiva, la vida de los seres mortales, con lo que acabas considerándote alguien especial, superior. Y por eso, en tu despedida, llegas a afirmar que la Comunitat Valenciana ha conocido bajo tu presidencia la etapa de mayor desarrollo de su historia. ¿Incluyendo la crisis actual?

No es que un jueves te acuestes siendo Paco y el viernes te levantes ya como Francisco, el Molt Honorable Senyor President. El proceso es más largo y mucho más complejo. Y con toda seguridad le habrá pasado a todos, o casi todos, los dirigentes de este país, especialmente a los presidentes del Gobierno, encerrados en el complejo de la Moncloa, aislados del mundanal ruido. En el palau de la Generalitat, aunque pases muchas horas, siempre tienes al lado la cafetería Escocia, donde comerte un buen bocadillo de atún con aceitunas, aunque el problema es que al final acabas por subirte al coche oficial, con los cristales tintados, en lugar de pasear, de ver las tiendas, de notar la respiración de la gente, de intentar adivinar a través de sus rostros si hay confianza o temor ante el futuro, de vivir tu ciudad.

Hubo un día ya lejano en que el Paco Camps que venía de la Facultad de Derecho, que había participado en la Agrupación Independiente de Estudiantes que se enfrentó al rector Lapiedra y al Bloc d'Estudiants Agermanats, que un día se había ido a dar de alta en Alianza Popular y al que el concejal Martín Quirós le dijo que primero terminara la carrera y ya luego entraría en política, hubo un día, digo, en que aquel Paco Camps se disolvió como esas pastillas gigantes de no sé qué que echas en medio vaso de agua cuando estás constipado. Poco a poco, Paco dio paso al Molt Honorable Senyor President, con su cohorte incluída. Tal vez ahora, sin tanta parafernalia y a punto de cumplir los 49 años, una vez se ha acabado ese personaje extraño vuelva a surgir Paco Camps.

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