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El duro seductor
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El duro seductor

Valero Rivera disfruta de los mejores restaurantes junto a su tercera mujer, Erika, una sueca 20 años más joven que el flamante campeón del mundo

FERNANDO MIÑANA

Martes, 29 de enero 2013, 23:16

Los periodistas deportivos de Barcelona tuercen el morro cuando alguien llega con preguntas sobre la vida personal de Valero Rivera. Convivieron durante casi 20 años, los que estuvo modelando aquel Barcelona irrepetible y triunfal de las seis Copas de Europa, pero no congeniaron. «Buf, llama a otro, a nosotros no nos puede ni ver», suelta uno. «¿Valero? Lo llevas claro», escupe otro. «Pero si hasta el domingo, en la celebración de la final, no nos enteramos de que tenía un nieto», exclama un tercero. Está claro. A Valero Rivera (Zaragoza, 1953) le gusta tener la puerta de su vida privada bien cerrada. Es hermético y le disgustan los intrusos. Pero no solo trata con periodistas. El entrenador más laureado del mundo tiene amigos, compañeros y confidentes. Y con ellos sí que ríe, habla de su nieto y hasta se toma una copa si hace falta.

El flamante campeón del mundo, que el día de San Valentín (14 de febrero) cumplirá 60 años, no siempre tuvo esa concha encima. Valero también fue niño. En las aulas del colegio Sagrada Familia, en Horta, un barrio obrero de Barcelona, no era el líder en el que se convertiría más tarde, ni el gestor que luego estudiaron hasta las universidades para escrutar su modelo de éxito, allí era un chaval retraído, reservado, que sufría para aprobar cada asignatura. Y, aunque no lo dice, el hermano Julio Santillán desliza que no era un estudiante brillante. «Él siempre está muy agradecido con nosotros porque le ayudamos». El profesor no recuerda a un genio, sino a un chico humilde. «Era un alumno que no sobresalía en nada, la verdad. Pero era muy sencillo y trabajador. Lo que más le gustaba era jugar, el deporte. Eso sí que lo ha tenido toda su vida. Pero en el colegio nunca pareció que fuera a llegar tan alto».

Antes que al colegio Safa-Horta, la familia Rivera llegó a Barcelona. Sus padres se mudaron de Zaragoza para abrir una tienda de comestibles cuando Valero, menor que su hermana, era un bebé de tres meses. Pero fue en aquella escuela, por la que también pasaría años más tarde su hijo, Valero Rivera Folch, donde forjó su personalidad. Allí comenzó a jugar al balonmano (después llegaría a ser capitán del Barça, con el que ganó tres Ligas y tres Copas). Allí dio clases de gimnasia -se licenció en el Instituto Nacional de Educación Física de Catalunya-. Allí comenzó a entrenar. Y allí hizo del balonmano el deporte estelar del colegio cuando convirtió al FC Barcelona en uno de los mejores equipos de la historia con más de 60 títulos.

Valero Rivera, que desde 2005 dirige una agencia de representación de jugadores, también es un 'triunfador' en el juego de la seducción. Va por su tercera mujer. De su primer matrimonio, con Montse Folch, nacieron Cristina (abogada) y Valero (jugador de balonmano e integrante de la selección). Se casó en segundas nupcias con Isabel Martínez. Y ahora cruza sus dedos con los de Erika, imponente sueca de unos 40 años a quien conoció en el anterior Mundial, en Suecia. A Erika -sospecha Salvador Canals, delegado de aquel 'Dream Team' del balonmano que era el Barça- la paseará por los mejores manteles de la Ciudad Condal. «A Valero le encanta comer y beber muy bien. Los mejores restaurantes, los mejores vinos, los cavas más exquisitos».

El padre del último éxito del deporte español es un hombre presumido. Las puertas de las 'boutiques' se le abren igual de solícitas que las de los restaurantes. Y se esfuerza, a unos días de convertirse en sexagenario, por mantener un buen aspecto físico. Su secreto son las carreras sobre la cinta en el gimnasio.

Canals le tiene cariño. Sabe que no es tan fiero como lo pintan. Y rescata una pretemporada, la del verano de 2000, en Lanzarote. El Barça tenía a sus porteros en los Juegos Olímpicos y los dos del filial se lesionaron. «Al final tuvimos que fichar a un chico de la isla para afrontar un torneo. Después de ganar la final, Valero le regaló el trofeo a aquel guardameta».

La boda de Urdangarin

En Lanzarote solía dibujar sus fronteras. «Durante la pretemporada entregaba a la plantilla y al staff técnico una normas por escrito que todos teníamos que cumplir a rajatabla. Era duro, pero no engañaba a nadie», recuerda Canals. También era muy profesional. Un obseso del trabajo. Cada mañana salía de su casa en Les Corts, cogía un taxi -no tiene carné de conducir- y se plantaba en el Palau Blaugrana a las ocho menos cuarto. En las oficinas lo preparaba todo. El entrenamiento, los viajes, el reparto de las habitaciones. «Salvo a los porteros, que siempre dormían juntos, a Valero le gustaba variar las parejas», apunta el exdelegado, quien solo le recuerda al entrenador un día de retraso.

Aquello fue el 4 de octubre de 1997. Valero y otros miembros del equipo acudieron a la boda de Iñaki Urdangarin, entonces compañero, con la infanta Cristina. El técnico calculó los tiempos y fijó el entrenamiento a las seis. Pero a esa hora no aparecieron él ni los jugadores invitados. Un buen rato más tarde entraron corriendo con el frac puesto Barbeito, Masip, Ortega y compañía. Valero Rivera, tan calculador, desconocía que el protocolo impide abandonar el banquete antes que el Rey.

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