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Miércoles, 6 de marzo 2013, 05:02
En octubre de 1988, Pedro Almodóvar estaba recogiendo los abundantes frutos de Mujeres al borde de un ataque de nervios, la película que suele verse como frontera entre su loca juventud y su loca madurez. En septiembre había ganado el premio al mejor guion en el Festival de Venecia y poco después seleccionarían su cinta como candidata española al Oscar, pero nos hemos fijado en ese mes concreto porque, justo entonces, Blanca Suárez también hacía algo bastante importante: nacer. El camino del director manchego, que apuraba los últimos tragos de la Movida, habría de cruzarse veintitantos años después con aquel bebé de Madrid, transformado en una joven de belleza casi desconcertante: Blanca interpretó a la hija de Antonio Banderas en La piel que habito y, ahora, consolida su condición de chica Almodóvar con su participación en Los amantes pasajeros, la comedia coral que se estrena esta semana.
Blanca Suárez pertenece a una generación de actores que, tras alcanzar la fama a través de series de televisión, se han vuelto casi omnipresentes. Pero, en su caso, la interpretación no fue una ocurrencia repentina de la juventud, ni tampoco una estrategia para sacar partido de la hermosa criatura en la que se estaba convirtiendo: ella es actriz desde la infancia, y no de cásting para anuncio de galletas, sino de escuela dramática y duros ensayos sobre el escenario. En principio, aquellas clases eran un ingrediente más de una infancia cómoda y plena. Blanca, que en realidad se apellida Martínez Suárez, es hija de un aparejador municipal y una administrativa bancaria y ha crecido en una casa con jardín del barrio de Salamanca, con excursiones anuales para esquiar en los Alpes. El teatro irrumpió en sus rutinas a los 7 años, cuando el colegio en el que estudiaba, Montserrat, lo implantó como actividad.
María Alburquerque, la profesora trotamundos que impartía aquellas clases, acabó fundando la Escuela Tritón de Artes Escénicas, que sigue funcionando en Madrid, y la pequeña Blanca se apuntó junto a varios compañeros del colegio. El gusanillo de la interpretación ya se había instalado en ella, aunque tuviese que competir con otras pasiones como el patinaje artístico, en el que Blanca llegó a ganar varias medallas. «Yo vi claras sus posibilidades desde pequeñita explica María, porque tenía cualidades y además se lo tomaba muy en serio. Recuerdo un montaje de final de curso, Amarillo Molière, en el que se puso mala y vino al último ensayo enferma, con fiebre. Sucedió más de una vez, y no es algo que hagan todos los niños: ya tenía esa profesionalidad. Luego, de adolescente, buscaba las horas para venir, aunque tuviese que dar clase sola: de maquillaje, por ejemplo, porque dibuja muy bien y es fantástica maquillando». La profesora, que mantiene una buena amistad con la actriz, conoce ese perfil íntimo que a veces la imagen pública no alcanza a transmitir: «Blanca siempre fue mucho más bromista y gamberrilla de lo que podía parecer. En los campamentos que hacíamos era la más emprendedora, la que más cantaba, la que más la liaba».
A los 17, llegó la revolución que esperaban todos menos la propia interesada. El director de cásting Pep Armengol hizo unas pruebas de cámara en la escuela y escogió a Blanca como protagonista de una película de terror, Eskalofrío. ¿Qué vio en ella? «La cámara registra el pensamiento y el alma. Necesitas a alguien con una presencia que transmita algo especial, casi único, pero sobre todo buscas seres humanos excepcionales: ella tenía esa chispa, esa magia especial. Es, por supuesto, extraordinariamente bella. Para mí, la más bella de su generación. Pero además tiene el concepto de que esto es un oficio, de que el talento fructifica con la técnica. Trabajar con grandes directores es una escuela, pero no todo el mundo aprende», reflexiona el descubridor de Blanca. Con el cine y la exitosa serie El internado, la vida de aquella adolescente ya no volvió a ser igual: hasta entonces era una muchacha de 17 años más o menos arquetípica, que iba a las discotecas light, se hacía piercings en sitios poco visibles para que no los detectasen sus padres el máximo reconocido fue de diez, atestaba su habitación de peluches y quería estudiar Comunicación Audiovisual. Llegó a empezar la carrera en la Universidad Rey Juan Carlos, pero al final tuvo razón su profesora de teatro: «Yo le decía: No sé para qué empiezas, si no vas a poder seguir», recuerda entre risas María Alburquerque.
El Duque y Pistacho
De pronto, Blanca Suárez era uno de los rostros más admirados del país. Se convirtió en estrella de la televisión y en «una maravillosa nueva musa» del cine español, por emplear la descripción que hizo Leonor Watling en una entrega de premios. Ha ido enlazando papeles sin cesar, se ha hecho mayor «noto que dejo una etapa atrás», decía el año pasado y se ha emparejado con uno de los hombres más deseados del país, Miguel Ángel Silvestre, que a este paso arrastrará toda su vida el sobrenombre de el Duque. Su relación, de dos años ya, empezó en el rodaje de The Pelayos y ha multiplicado la presión de los medios sobre ellos, de manera que acaban retratados cuando salen de compras, cuando acuden a festivales de rock, cuando practican surf... Blanca, como es habitual en la nueva hornada de actores, practica una exposición controlada de su intimidad: suele publicar fotos suyas a través de Instagram, pero en esas imágenes resulta más fácil encontrarse a su perrito, un teckel llamado Pistacho, que a su novio.
Pese al brusco cambio de referencias existenciales, la actriz siempre se ha esforzado en no cortar los vínculos que la amarran a su pasado. Se emancipó, pero eligió una casa a tiro de piedra de la de sus padres. Tuvo que dejar los montajes de Tritón el último en el que apareció fue La muerte de Titangiles, en 2009, cuando ya era famosa, pero sigue quedando a cenar con sus compañeras y su profesora. Y Pep, el hombre que la descubrió, aún comprueba con cierto asombro cómo le menciona en entrevistas: «Tiene el don de la generosidad, que no abunda en este mundo». Aunque ella misma se define como tremendamente perezosa, tampoco ha descuidado su ética de trabajo, que suele sorprender a los directores con los que rueda: «A mí me llamó mucho la atención que es absolutamente profesional, disciplinada, seria comenta Imanol Uribe, que la dirigió en Miel de naranjas. Tiene la belleza de las heroínas de Hitchcock, me recuerda a Kim Novak, pero además está concentrada en lo que hace».
En Los amantes pasajeros, su segunda película con Almodóvar, Blanca vuelve a trabajar junto a su chico y puede mostrar por fin su lado cómico, del que ya brindó un avance en la última ceremonia de entrega de los Goya, donde se plantó un bigote la mar de realista para un sketch. María Alburquerque, la profesora de teatro, lleva años diciendo que se estaba desperdiciando esa capacidad para hacer reír: «Tiene un gran punto cómico. Con nosotros hizo un montaje sobre Cenicienta en el que ella era la hermanastra fea, una chica descarada con nariz postiza y todo eso. Nadie que no la haya visto puede imaginársela». ¿Esconde algún otro as en la manga? «Es muy buena haciendo de mala, controla muy bien ese punto de la expresión, con la carita dulce y esa vocecita... ¡Que algún director la ponga de mala y veréis qué miedo da!».
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