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ANDONI TORRES
Miércoles, 26 de junio 2013, 18:40
PRISM, el sistema de espionaje de las agencias de seguridad de Estados Unidos para interceptar y grabar de forma masiva llamadas telefónicas, correos electrónicos y mensajes en las redes sociales de millones de ciudadanos dentro y fuera de las fronteras norteamericanas, no es más que un capítulo de la última batalla en una guerra silenciosa, casi siempre secreta. La fuga rocambolesca del funcionario-espía-filtrador Edward Snowden en busca de un Telón de Acero del siglo XXI tras el que refugiarse pone el aderezo novelesco de una historia con muchos antecedentes.
Antes de PRISM fue WikiLeaks, la organización que desveló miles de documentos secretos y sensibles, desde planes militares de Estados Unidos en Irak a cables confidenciales de embajadas por todo el mundo. Una suerte de agencia de espionaje civil cuyo fundador, Julian Assange, permanece refugiado y cautivo en la legación de Ecuador en Londres.
En España tenemos nuestro propio caso PRISM. Su nombre, SITEL, un sistema de interceptación de comunicaciones electrónicas que guarda un gran parecido con el norteamericano. SITEL, en manos del Ministerio del Interior, permite a Policía Nacional, Guardia Civil y al Centro Nacional de Inteligencia (los espías españoles) localizar, escuchar y grabar al mismo tiempo todas las llamadas telefónicas que se realizan en nuestro país. En teoría, siempre bajo autorización judicial.
Pero si hay una tecnología, una máquina que ha pasado a la historia del espionaje y de la criptología, esa es Enigma. Este artilugio permitió al Ejército nazi preservar la inviolabilidad de sus comunicaciones y poner en jaque a los aliados durante buena parte de la II Guerra Mundial.
Enigma, con aspecto de máquina de escribir, era un artefacto electromecánico, anterior a los ordenadores, con un mecanismo rotatorio, teclas, luces y cables, que permitía el cifrado de mensajes. Estos elementos generaban millones de combinaciones y garantizaban el secreto de las comunicaciones. Su funcionamiento era aparentemente sencillo. El operador aplicaba un código a través de cuatro rotores, se apretaba una tecla y la máquina devolvía una letra o número distinto en el panel de luces. Cada vez que se pulsaba la misma letra, la máquina generaba un carácter diferente. El sistema de descifrado era inverso. Se introducía el mensaje cifrado y la máquina devolvía el original.
El criptoanálisis se convirtió en una disciplina muy desarrollada durante la guerra. Los analistas podían descifrar cualquier mensaje si disponían del tiempo suficiente. El problema radicaba en que el alto mando alemán cambiaba sus códigos a diario. Cada navío, submarino y puestos de mando nazi disponía de una máquina Enigma. El Ejército germano diseñó su estrategia y se comunicó durante años sin que los aliados pudieran impedirlo.
Británicos, franceses y polacos dedicaron todos sus esfuerzos en descifrar Enigma. Durante años sin resultado. Una serie de acontecimientos de carácter casi novelesco permitieron a los aliados desentrañar el misterio. Una máquina fue interceptada durante un transporte en Polonia. Otra, en un barco meteorológico. Y una tercera, junto a un libro de códigos, en el submarino alemán U-110, capturado en 1941 por la Armada Británica y dado por hundido por los alemanes. Los aliados mantuvieron en secreto estos acontecimientos durante años con el fin de interceptar y descifrar las comunicaciones alemanas, lo que supuso una ventaja decisiva para ganar la guerra.
Hasta los años 70, las máquinas Enigma fueron utilizadas en todo el mundo, incluso en España, donde llegaron a funcionar unas cincuenta. Después, los procesos informáticos marcaron su declive y las desterraron a los museos. Varias novelas narran la historia de esta máquina y las películas Enigma y U-571 relatan, de forma libre, algunos de estos acontecimientos.
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