MITXEL EZQUIAGA
Domingo, 2 de marzo 2014, 00:53
Su imagen sigue presente hoy en tiendas de 'souvenirs' de medio mundo. Ataviada con traje de lunares o bata de cola, y en pose perfecta de bailarina clásica española, su retrato sonríe en postales, platos o llaveros.
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Pero esta «perfecta» folclórica andaluza es vasca: se llama Arantxa Arzak, tiene 63 años, nació en Trintxerpe y vive en San Sebastián. Jamás cobró un duro por ser la clásica estampa de la postal y atesora una biografía de película. «Nunca he tenido tiempo de aburrirme en la vida», dice con una sonrisa.
«Quienes me conocen bien, como mis compañeros en los quirófanos del Hospital de Gipuzkoa, donde trabajo como auxiliar desde hace treinta años, ya saben la historia», explica esta mujer vital y extrovertida. Pero una publicación digital, 'yorokubu.com', ha rescatado ahora su historia «y la gente vuelve a pedirme detalles», confiesa rodeada de sus viejas fotografías y de las reproducciones de su imagen en objetos de todo tipo, desde abanicos hasta platos de cerámica o ceniceros.
«Desde cría me apasionaba el baile clásico español», apunta Arantxa Arzak («sí, soy prima del famoso cocinero», aclara; «te lo adelanto porque siempre me lo preguntan»). Aprendió en una escuela tradicional del centro de San Sebastián, «y ya muy jovencita empecé a trabajar en Barcelona. ¡Entré en una compañía del mítico Colsada, el de las revistas, en un espectáculo con Lina Morgan y Juanito Navarro!».
Un tiempo después «una gran bailarina y amiga donostiarra, Rocío Gómez de Segura, me ayudó en 1966 a entrar en el ballet de Paco de Lucio, que hacía numerosas giras internacionales. Pasamos años inolvidables actuando en lugares como Beirut,Teherán, Bagdad... Eran ciudades donde entonces había mucho lujo y dinero y donde se valoraba la danza española clásica. Como mi apellido vasco no 'pegaba' con ese estilo me rebautizaron como Arantxa Lorca, supongo que en homenaje al poeta Federico García Lorca».
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El amor en Bangkok
En verano de 1968 su compañía trabajó en una sala de Lloret de Mar «y allí, un día, nos hicieron unas fotos vestidas para actuar. No le dimos especial importancia; estábamos acostumbradas a posar». Pero poco tiempo después la imagen de Arantxa Arzak empezó a aparecer en postales y todo tipo de objetos de regalo. Y ahí sigue, cuarenta años después. «A veces paseo por San Sebastián y me encuentro en tiendas del puerto, pero me cuentan que también estoy en numerosos comercios de 'souvenirs' del Mediterráneo, en aeropuertos de toda Europa, en distintos países de Sudamérica. No pasa semana sin que alguien me comente 'he visto tu postal' en los lugares más insospechados».
«Te seguirás forrando con eso», le dice también algún amigo. Pues no: «Nunca cobré por eso. Mi madre inició algún trámite en su momento para reclamar los derechos pero sin resultado. Y ahora ya me da igual: es un recuerdo que brindo a mis nietos», se consuela.
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Y es que en 1971 su vida tomó otro derrotero: «Cuando estábamos actuando en Bangkok conocí a un marine de origen español, afincado en Estados Unidos, que combatía en Vietnam. Nos enamoramos, nos casamos y pasé siete años en Estados Unidos, en Carolina del Norte y Miami, donde nacieron mis dos hijas. Fueron años maravillosos, viviendo en bases militares en un país tan distinto a lo que entonces era España».
Un día decidieron volver. El marido pidió a Arantxa Arzak que adelantara el viaje con sus hijas «mientras él se quedaba arreglando todos los asuntos». Pero el marine nunca regresó a San Sebastián. Arantxa lo recuerda ahora con una sonrisa, sin dramatismos. «Empecé a trabajar en el Hospital, donde sigo con contrato relevo, porque voy camino de la jubilación», y hasta tuvo tiempo de ganar campeonatos de Europa de baile de salón «ya como afición».
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Abuela de tres nietos, le divierte contar sus recuerdos aunque advierte que «lo importante es mirar hacia adelante». Y confiesa que le sigue haciendo ilusión que alguien encuentre su imagen de folclórica en un lugar recóndito. «En mis años de baile los espectadores debatían sobre de qué provincia andaluza era yo. Cuando les decía que era vasca no se lo creían».
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