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Bernat Sirvent
Jueves, 10 de julio 2014, 01:53
Miguel Romero, un veterano maquinista destacado en la unidad de negocio de Renfe en Alicante desde el año 1991 y que, por ello, se siente un alicantino más pese a haber nacido en Almería, acoge con plena tranquilidad y normalidad el hecho de que su actuación el pasado miércoles, a su paso con el tren AVE por Alpera, evitó una posible tragedia de dimensiones incalculables, después de la monumental torrentera que se formó en el punto kilométrico 368 tras las intensas precipitaciones registradas en apenas una hora.
Pese a que su labor ha sido destacada por el administrador ferroviario Adif, como ayer y anteayer recogió este diario, al considerarlo pieza clave en evitación de un accidente que quedó en incidente, Miguel Romero asegura con contundencia a este diario: «No soy ningún héroe, hice lo está establecido en protocolo interno, lo habitual en estos casos y, por supuesto, hice exactamente lo mismo que hubiera hecho cualquier maquinista compañero mío».
Llegó al oficio hace la friolera de tres décadas, pero ha arraigado junto a su familia en Alicante, donde vaticina un gran «éxito» al tren AVE en años venideros. «Esta inversión es un gran acierto para la ciudad y para la provincia, no solo por el turismo sino para el mundo de la empresa en general y para el movimiento de las personas», añade Romero, el cual atendió a este diario justo al lado del mismo convoy que ayer condujo desde las seis de la tarde hacia la estación de Atocha, en Madrid. Una unidad de AVE de la serie 110 de Alsthom con la que que el pasado miércoles sufrió un pequeño susto antes de que quedara varado el AVE siguiente entre Chinchilla y Bonete.
Romero relata cómo, tras los primeros momentos de lluvias «muy intensas», observó una especie de charco muy grande en los laterales de la plataforma y, al atravesar la zona a velocidad normal para la zona, de unos 200 kilómetros por hora, notó que había afectado a la piedra de la plataforma (balasto). Inmediatamente se activó el sistema automático de frenado del Asfa digital y, tras detener totalmente la marcha del convoy, comunicó avería y revisó, junto a otros técnicos, el tren. No reanudó la marcha hasta una hora después. Tenía que haber llegado, con más de 200 pasajeros a bordo, a las siete de la tarde a Alicante. No lo hizo hasta las once y cuarto de la noche, por la aplicación de los protocolos de seguridad y la velocidad lenta a partir de Alpera.
Con el teléfono del tren, llamó al centro de regulación de control (CRC) de Adif y Renfe. Puso sobrealerta al sistema ferroviario de Levante, lo cual fue determinante, según admite también la empresa dependiente del Ministerio de Fomento, para evitar un accidente casi seguro. Como viene relatando este diario, el tren que quedó varado pasó a velocidad muy lenta (unos 5 k/h) sobre el tramo inundado, donde el torrente destrozó 60 kilómetros de valla protectora. Quedó varado precisamente por el gran desplazamiento de balasto y subbalasto (piedras oscuras de reducido tamaño y casi idénticas) que conforman el lecho de la plataforma junto a las traviesas, por debajo del raíl. 800 metros de vía se vieron afectados por el desplazamiento de balasto.
Santiago de Compostela
De una pasta especial, al igual que todo este colectivo profesional, cuya imagen se ha visto injustamente estigmatizado por el drama de hace un año en Santiago de Compostela, Miguel Romero afirma con total humildad que «aquí no somos héroes ni villanos, pero nos conviene que se hable de nosotros bien tras aquella catástrofe», cuya investigación judicial sigue abierta. De 49 años y que a sí mismo se considera un alicantino más, este maquinista ensalza los sistemas de seguridad de la línea Alicante-Madrid, vincula lo ocurrido el pasado miércoles con el hecho extraordinario de las fuertes precipitaciones, como Adif, y reitera que «no somos héroes, aquí cualquiera de nosotros hubiera actuado exactamente igual, hay protocolos que cumplir cuando observas alguna anomalía, como ésta».
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