MIGUEL DE CLARA
Miércoles, 29 de octubre 2014, 02:14
«Qué despacito torea&hellip José Mari Manzanares». Es una de las estrofas de una celebrada bulería de 'El Turronero' al torero de toreros que ayer nos dejó y que, con devoción, describía una de sus tardes en la Maestranza. Despacito, que no despacio, toreaba José Mari Manzanares. Con empaque presentaba el capote para torear a la verónica -metafórica imagen taurina de la Santa Faz que veneraba y que ha quedado para la historia en ese capote de paseo ligado para siempre a la dinastía Manzanares-. Con mando y poderío sometía a los toros en unas arrebatadas chicuelinas de mano baja barriendo la arena que, hasta el momento, nadie ha podido superar.
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Templados comienzos de faena toreando para el toro. Despacito. Sí, también despacito. Todo con el crisol del temple consustancial a las muñecas del torero del alicantino barrio de Santa Cruz. Tandas en redondo mayestáticas, acordes a las características de la res a lidiar. Todas ellas destilando torería, un concepto que se va perdiendo y que con esta pérdida se nos aleja un poquito más. Abrochadas con el pase del pecho. Pero, el de verdad. El auténtico. El que finaliza en la hombrera contraria y no desplaza en línea recta la acometida del toro. Broche rotundo a tandas compactas.
Y la izquierda, cómo manejaba Manzanares la zocata para interpretar el toreo al natural. Ahí se rompía el alicantino. Tanto como su cintura para llevar atrás al toro, para acabar de poderle y someterle. También, despacio, despacito para que las plazas rugieran. Y el toreo por bajo, esos ayudados, esos trincherazos, esos cambios de mano&hellip Y al entrar a matar, aun con la cierta irregularidad consustancial a los que mandan en el toreo, marcando los tiempos y ejecutando perfectamente la suerte suprema. Sin prisas, dejándose ver. Despacio, despacito...
Si a ese conjunto de conceptos, compendio de la difícil naturalidad, se le suma una larga trayectoria y el haber sido una fuente taurina de la que beber, no es de extrañar el calificativo de «torero de toreros» que los propios profesionales otorgaron a José Mari Manzanares, situándolo entre los más grandes de la Tauromaquia. Éste es uno más de los muchos que se le han dedicado en las tristes últimas horas.
Si una imagen vale más que mil palabras, en la memoria taurina está la imagen de su añorada salida en hombros en 2006 por la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. No fue una salida despacio, despacito, como tantas y tantas tardes allí había toreado y triunfado.
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Fue la reacción propia de un grupo de profesionales que, a una voz, decidieron que una figura de la Tauromaquia debía atravesar ese umbral de la gloria taurina en su última comparecencia en el coso del Baratillo, en su despedida de los ruedos, sin que importaran reglamentos. Pudo ser ese momento tal y como lo describiera el periodista Carlos Crivell: «Se abrió la Puerta del Príncipe por la fuerza del corazón y del sentimiento, porque hay momentos en los que prima la grandeza del toreo, porque Manzanares no se puede marchar sin palpar el sabor de ese tránsito. Y la grandeza del toreo la dictaron los toreros y Sevilla le dio su bendición. Adiós, torero de toreros».
Manzanares es Alicante. Quienes le hemos visto torear fuera de la 'terreta', damos constancia de ello. Exportó la imagen de esta ciudad y de sus gentes en esas verónica similares a las tranquilas olas que despacio, despacito, llegan a las playas del Postiguet o San Juan o en esas chicuelinas que, por rotundas y fugaces, transportan a lo efímero de la Noche de San Juan.
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Es Alicante Manzanares. Y lo es porque esta dinastía tiene sus raíces en Santa Cruz. Desde allí, en las inmediaciones de la ermita, fue desgranando sus conceptos el añorado Pepe Manzanares. Muchos de ellos los dictó a José Mari Manzanares en la ladera del Benacantil con otros chavalillos que querían ser toreros. Con los años, el maestro de maestros traspasó sus conocimientos a José María Manzanares. Y en Alicante fuimos testigos el 24 de junio de 2003 de ese relevo. Una cesión de trastos con torería, singular. Enrique Ponce fue el padrino de la alternativa y Rivera Ordóñez, el testigo. Hasta ahí, todo convencional. Mas José Mari puso su impronta personal cuando entregó el estoque a su hijo desde el propio albero en clara señal del relevo en esta dinastía.
Manzanares pisó por última vez la arena de su plaza al recibir el 21 de junio de 2013 el brindis de Enrique Ponce, que compartió con Pepe Manzanares (su padre) en el décimo aniversario de alternativa de José Mari y con Manuel Manzanares como testigo. Y repitió, ya desde el callejón, el pasado 21 de junio para ver torear a Finito de Córdoba y Morante de la Puebla, otros dos de sus incondicionales, y a José Mari Manzanares.
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Despacio, despacito, como toreaba, se nos ha ido Manzanares.
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