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Bernat Sirvent
Lunes, 3 de noviembre 2014, 00:58
Hace justo una semana, el pasado domingo a las cuatro y media de la tarde, un voraz incendio en una vivienda del barrio de Carolinas Altas hizo que Pedro Luis Escuredo Miranda volviera a nacer, no sin la decisiva intervención de un vecino taxista que lo remojó con una manguera desde un edificio de enfrente y de los equipos de extinción de los bomberos que, 'in extremis', lo sacaron con un camión pluma. Siete días después, este vasco afincado desde hace más de un lustro en la provincia se halla literalmente «tirado como una colilla», como ilustra el propio afectado.
Desde el pasado viernes, y tras permanecer durante cuatro larguísimas y tensas jornadas en casa de un vecino del ático de su propio edificio siniestrado, gracias a la hospitalidad del padre de la vecina Esperanza, depende del horario «de mili» del albergue de transeúntes, donde al menos puede comer y dormir bajo un techo. Es la única solución que le han propuesto en Servicios Sociales del Ayuntamiento de Alicante, explica, donde ha ido en un par de ocasiones para relatar lo sucedido y recabar la solidaridad oficial.
«Me dijeron que fuera al albergue y aquí estoy, como un perro o un mendigo, porque lo perdí todo en el incendio, hasta el poco dinero que tenía». Pedro Luis es carpintero en paro y apenas sí ingresa mensualmente 425 euros de la paga para parados de larga duración con más de 50 años. Por eso, se pasa las horas buscando un trabajo. La ropa que lleva es o entregada por Caritas o comprada en algún almacén textil chino con el poco dinero que le han prestado vecinos de Carolinas Bajas. Pedro Luis se plantea recoger algo de dinero para denunciar a la compañía de seguros que tenía contratada su casera, la propietaria. «El perito del seguro me ha dicho que no me corresponde nada, que no estoy cubierto por ser un tercero. No obstante, ya ha buscado a un abogado para que previsiblemente litigue contra la compañía. Su contrato de arrendamiento estaba en vigor cuando se produjo el siniestro y asegura que era totalmente legal.
La última noche antes de su ingreso en el albergue pudo disfrutar de una ducha caliente gracias a un amigo, que le permitió ingresar una noche en una pensión, así como comprar una sudadera y unos zapatos, «porque primero llevé las zapatillas del hospital y después me dejaron unos, pero me venían pequeños y no podía ni caminar». No tiene ni informe pericial de los bomberos para litigar contra el seguro y clama porque alguien le dé algún trabajo aunque sea esporádico. Además de carpintero es cerrajero e incluso reparaba aparatos eléctricos, como exprimidoras, en el balcón de su casa. «Lo he perdido todo», insiste.
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