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Eneas G. Ferri
Domingo, 21 de diciembre 2014, 00:32
Siempre es un recurso recurrente el de iniciar un largometraje con una bonita escena, esa en la que el abuelo sentado en un cómodo balancín empieza a rememorar su vida ante un expectante nieto, sentado junto a él en un escalón del porche, al sol de la primavera brillando sobre un amplio jardín en el que un columpio hecho con dos cuerdas y una madera cuelga de una gruesa rama de un árbol centenario.
No es exactamente esta escena, que habitualmente sucede antes de un largo 'flashback' con el que se cuenta la película, la que llena este reportaje, pero bien podría ser una versión escrita. 'Historia de un jijonenco' se titula el libro y su protagonista es un turronero de Jijona, Ángel Espí Ramos, o más bien, la protagonista es su vida.
Conocido en el pueblo como 'El Gato', este hombre de 83 años mira al pasado con una obra de más de 160 páginas en las que, ilustradas a todo color, da buena cuenta de muchos de los pasajes que ha vivido. Desde sus antepasados, recordando incluso cómo se conocieron sus padres, hasta su último deseo dirigido a sus familiares, entre los que se incluye una bisnieta, pasando por una infancia en la posguerra, una adolescencia en lucha entre los estudios y el trabajo, un amor para siempre, el crecimiento económico y la crianza de hijos y nietos.
Pero, hombre de sociedad como Ángel Espí, su vida ha estado llena momentos compartidos en el deporte, la fiesta, los negocios y el ocio. Sólo con un rato en su tienda de la calle Tomás López Torregrosa, donde a sus 83 años atiende como el primer día a los clientes extranjeros, se puede apreciar que es un hombre de mundo, de palabra, de experiencias y, sobre todo, resolutivo. «Yo les explico lo que tenemos, que es el mejor turrón del mundo. Si no me entienden, da igual, les doy un poco a probar y no hace falta decir nada más», comenta el turronero con una sonrisa, casi imborrable durante toda la conversación.
Del emotivo prólogo del libro, escrito por Blas de Peñas, también se extrae con facilidad cómo es este veterano turronero y heladero. Se conocieron en un bar de la Playa de San Juan, comentando las cabalgadas por la banda de Cristiano Ronaldo mientras el partido del Real Madrid se retransmitía por televisión. Desde entonces, la chispa literaria saltó entre ambos y su relación entorno al libro creció. De aquello hace seis años, de los que cinco ha pasado el jijonenco, bolígrafo en mano, escribiendo sus memorias.
«El turronero de los mil oficios» se titula el prólogo y, entre otras cuestiones, llama la atención la enumeración de trabajos: «Turronero, heladero, inventor, empresarios, agente de la propiedad inmobiliaria, político, coleccionista de erratas periodísticas, corrector de prensa, animador de comunidades de propietarios, pescador de playa y un sin fin de oficios nacidos de la imaginación y de la habilidad de Espí», escribe De Peñas.
Las páginas del libro de Ángel Espí, cuyo beneficio del centenar de ejemplares que por el momento han sido editados irá a parar a la residencia de ancianos de Jijona, recogen sus memorias desde muy distintos ángulos. Recuerdos íntimos y emocionantes momentos difíciles se dan la mano con sanciones por espectáculos públicos de fuego y pólvora prohibidos en la época durante las fiestas de Moros y Cristianos, instantáneas de equipos de fútbol, inauguraciones y celebraciones con los amigos y escenas de la sociedad relacionadas con empresarios.
Probablemente, el comienzo de toda esta amplia historia se muestra en una reproducción en el libro, aunque en la tienda del centro de Alicante se puede ver colgado dentro de un marco. Se trata del documento que acredita, en el año 1828, la creación de la primera fábrica de turrones de la familia, con descripción física de la persona que la creaba, su tatarabuelo. Después, algunos apuntes sobre la vida de sus abuelos y de sus padres introducen al lector en la vida de Ángel Espí.
El pequeño de cuatro hermanos, Ángel Espí creció en un ambiente de estudios y trabajo, aunque «nunca estrené un traje ni pude ir al cine hasta siendo mayorcito, porque siempre era el último de la cola y heredaba la ropa de ellos», confiesa el heladero. No obstante, pese a la ausencia de algunos privilegios, su padre le guardaba uno distinto: «Él quería que yo estudiara. Mis hermanos trabajaban vendiendo turrón y helados y a mí me llevó a primero a los Franciscanos y después a los Maristas. Pero el latín no me entraba ni a palos». Su familia le encaminaba a los estudios pero su cabeza le impulsaba al trabajo. Tras algunas discusiones, Espí logró su cometido y comenzó a trabajar junto a su familia.
Pasó la adolescencia, entre trabajo y trabajo, como otros jóvenes de Jijona. «Las fiestas de Moros y Cristianos, las charlotadas, las gamberradas y los juegos en la calle acabaron por ser una de mis principales escuelas», apunta el turronero, hasta que creció y llegó el momento en que todo español de la época de hacía un hombre, quisiera o no: la mili.
Espí prestó servicio militar en Mallorca, donde con una buena serie de fotografías y anécdotas, el libro da buena cuenta de las buenas amistades que, pese a lo incómodo del reclutamiento, siempre se forjaban en esta etapa de la vida, incluidas las escapadas playeras con la llegada de las primeras turistas extranjeras.
Tanto antes como después de este pasaje, son constantes las menciones que hace el escritor a decenas de viajes, tanto en España como al extranjero, durante sus trabajos. «Antes no se tenía una tienda. Se viajaba por donde se quería vender. Madrid y Barcelona, por ejemplo, eran lugares habituales a los que teníamos que llevar nuestros productos, en furgoneta, para vender en un puesto en alguna céntrica plaza», detalla.
Entre viaje y viaje llegó otro de los momentos más importantes de la vida de Ángel Espí: su boda con Carmen Cortés, el 11 de febrero de 1961, y el posterior viaje de novios. En una de las páginas centrales del libro, el turronero de Jijona muestra la fotografía de bodas y, junto a ella, la factura del hotel en la Gran Vía madrileña donde pasaron parte de la luna de miel, la servilleta del restaurante donde probaron por percebes por primera vez en la capital española o el tique de subida al 'Micalet' en Valencia, donde pasaron los últimos días de viaje.
De aquel matrimonio nacieron sus hijos Andrés y Ángel, que le han dado tres nietos y dos biznietos. Y junto a ellos, distintos negocios distribuidos por toda España. Por destacar alguna, la céntrica tienda en la calle Tomás López Torregrosa donde una amplia gama de productos de calidad ofrece todas las facetas de los distintos turrones, sean de Alicante o Jijona, además de una selección de postres navideños.
En el mismo sentido, uno de los apartados que más llama la atención de la obra literaria es la colección de instantáneas de época que recoge el autor y de la que, la mayor parte, son del archivo personal. Desde el primer motocarro de venta de helados y turrón hasta las últimas actividades culturales relacionadas con el establecimiento de Alicante, pasando por momentos de la elaboración manual del producto, los kioscos antiguos junto al Mercado Central, las antiguas fábricas de turrones o las nuevas fusiones empresariales que han creado grandes conglomerados de producción para la distribución internacional. «Recuerdo que iba con la primera furgoneta de los helados y le decía a la gente: ¡Vehículo con helados, no me choque que me deshago!», recita entre risas el veterano turronero.
Entre decenas de imágenes y recuerdos narrados en primera persona pasa toda una vida dedicada al negocio de los turrones y los helados, pero también pasa una vida junto a las festividades locales, al deporte, a la cultura y a las reuniones familiares y con amigos hasta llegar a los últimos años, en un semiretiro vivido en su urbanización de Playa de San Juan.
Es en este ambiente donde nace la afición de Ángel Espí por el oficio de «animador de comunidades de propietarios», como califica en el prólogo Blas de Peñas. El jijonenco ha aprovechado, en los últimos años, para organizar una fiesta o una jornada de actividades culturales en la urbanización donde reside siempre que ha tenido oportunidad. Con niños, jóvenes o amigos y vecinos, son muchas las fotografías que recuerdan estos buenos momentos en armonía social.
Pero como no sólo con los vecinos puede ocupar su tiempo, el inquieto Espí ha cultivado otra actividad en la que gusta, desde hace años incluso combinándola con su profesión, pasar el tiempo: la pesca. Otra colección de imágenes ofrece la muestra de que caña en mano, el turronero también muestra maña.
Consciente de que a sus 83 años vive en esa etapa de la vida en que se mira al pasado ampliamente pero al futuro con incertidumbre, despide el libro ofreciendo al lector unas emotivas palabras en las que expresa cómo le gustaría despedirse de este mundo.
Le gustaría que, según manifiesta, sus cenizas reposaran para la eternidad en tres lugares: en el Castillo de Santa Bárbara, en la Playa de San Juan y su ciudad natal, Jijona, los tres lugares que más le han dado en la vida, una vida que se lee, con gusto y admiración, en su libro 'Historia de un jijonenco' y que, como en la película donde el abuelo habla al nieto, acaba con un fundido a negro y una inevitable sonrisa en el espectador.
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