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Los investigadores, el martes, en el escenario del trágico suceso ocurrido en una casa de campo de La Vila Joiosa.
El presunto autor del triple crimen de La Vila estaba a punto de firmar el divorcio

El presunto autor del triple crimen de La Vila estaba a punto de firmar el divorcio

La investigación indica que Carlos, con antecedentes depresivos, lo planeó todo para encerrar en la casa a sus allegados y después matarlos e incendiar la vivienda

Alicia Negre

Jueves, 2 de julio 2015, 02:03

Algunas incógnitas comienzan a desvelarse, pero aún pende un desgarrador interrogante sobre el presunto triple crimen que el pasado martes golpeó de lleno en La Vila Joiosa a una familia de la pedanía murciana de Guadalupe. La Guardia Civil está trabajando contrarreloj para tratar de aclarar las circunstancias que llevaron a Carlos Alberto Soler García a acabar presuntamente con la vida de su madre, de 64 años, de su hijo, de 7, y de su hijastra, de 14, en una apartada casa de campo, alejada de cualquier testigo indiscreto.

Las primeras investigaciones del Instituto Armado han desvelado que el supuesto homicida sufría fuertes depresiones que le habían llevado, incluso, a tratar de quitarse la vida en alguna ocasión y que se encontraba en pleno divorcio de su exmujer, una vecina de Guadalupe, a la que presuntamente él le ha arrebatado todo. La inminente firma de los papeles del divorcio, prevista al parecer para esta misma semana, le hizo perder la cabeza, según una de las líneas de investigación más sólidas con las que ahora mismo trabajan los especialistas de la Benemérita.

Este alicantino, de 38 años, residió durante años en la pedanía murciana de Guadalupe, en un edificio de protección oficial en una zona humilde cercana a la iglesia de la localidad. En ese templo, precisamente, contrajo matrimonio hace unos ocho años con Toñi, una vecina muy conocida allí y que había enviudado joven y tenía dos hijos de ese primer matrimonio.

Tras el enlace, Carlos Alberto se marchó a vivir con su esposa a la vivienda de la calle Fuensanta que ella ya poseía, junto a los dos pequeños que, según remarcaron los vecinos, le aceptaron desde un principio de buen grado. «Ellos le llamaban papá», recordaba una vecina. «No se veía ningún problema».

Uno de esos menores era Cristina, de 14 años, una de las víctimas de este, según todos los indicios, brutal crimen múltiple. Esta joven había cursado sus estudios en el colegio Ceip Virgen de Guadalupe y actualmente había acabado 2º de la ESO en el instituto José Planes, de Espinardo.

Tras contraer matrimonio, Carlos Alberto Soler tuvo un hijo con esta vecina de Guadalupe, Carlos, que actualmente tenía 6 años y que también perdió la vida presuntamente a manos de su padre en la finca de La Vila Joiosa. Este pequeño, al igual que su hermanastra, iba al Ceip Virgen de Guadalupe, donde se le recuerda con dolor. Ambos tenían una abuela y numerosos tíos en la pedanía que ayer lloraban su pérdida.

Al presunto autor de este triple crimen, la crisis le había golpeado con fuerza y llevaba mucho tiempo desempleado. Antes, sin embargo, se había ganado la vida como vigilante de seguridad. Toñi, su esposa, trabajaba al parecer como empleada de limpieza.

En los últimos meses, la relación iba peor y habían decidido separarse. Según explicaron algunos vecinos de Guadalupe, él se marchó a La Vila, donde vivía su madre, mientras que Toñi continuó residiendo en su inmueble de Guadalupe con sus tres hijos. Los vecinos, sin embargo, no habían escuchado fuertes discusiones ni problemas entre ellos. Es más, recuerdan a Carlos Alberto Soler como un vecino tranquilo y educado. «Él no era una persona que diera conflicto», explicaba ayer una propietaria de la zona. «Prácticamente no hablaba»

Custodia compartida

A raíz de la separación, la pareja había fijado un régimen de custodia compartida por el que el niño, Carlos, pasaba una temporada con cada uno. Estos días al pequeño le tocaba irse con su padre pero, según informaron fuentes cercanas al caso, el menor se negó, por motivos aún no aclarados. Ante su cerrazón, su hermanastra, Cristina, se prestó a acompañarle y así pudo convencerlo de marchar ambos a La Vila Joiosa con su padre y su abuela paterna.

Los cuerpos de los dos niños, el de la madre del presunto homicida y el de éste, fueron encontrados el martes por los bomberos una vez que lograron apagar el incendio que había calcinado la vivienda en la que vivía la sexagenaria. Inicialmente la hipótesis de que se hubiera producido la explosión de una bombona de gas butano o propona y de que ésta hubiera acabado con la vida de los cuatro integrantes de la familia sonaba con fuerza.

La teoría, sin embargo, se desinfló rápidamente cuando los investigadores descubrieron que los cuerpos de los niños y los de la abuela presentaban múltiples cuchilladas y hachazos. A expensas de los resultados de la autopsia, en el cuerpo de Carlos Alberto Soler encontraron también algunas heridas, en brazos y cuellos, que presuntamente se habría causado él mismo con la intención de autolesionarse.

Los agentes también comprobaron posteriormente que en el incendio, que al principio se achacó a la explosión de una bombona, también jugó un papel primordial la gasolina que supuestamente el homicida arrojó dentro de la vivienda. En el interior del domicilio, los guardias civiles localizaron un bidón de combustible.

Las primeras pesquisas determinaron que la vivienda, ubicada en la partida de L'Altmisserà, un punto de La Vila colindante con un área de servicio de la autopista AP-7, estaba cerrada por dentro, un hecho que llevó a los agentes del Instituto Armado a descartar la posible participación de terceras personas. Es más, parece que Carlos se tomó todas las molestias para que ese acceso resultase lo más infranqueable posible.

Las indagaciones de la Policía Judicial de la Guardia Civil reflejan que Carlos pudo planearlo todo para acabar con la vida de sus allegados. Solo así se explica que presuntamente hubiese adquirido gasolina para prender fuego a la casa y de que no dejase nada al azar en el objetivo de blindar la puerta de acceso para que nadie pudiese entrar ni salir del inmueble. De hecho, los bomberos tuvieron que derribar el portón para poder introducirse en las dependencias, una vez estaban ya tomadas por las llamas.

Al parecer, previamente lo habían intentado unos albañiles que trabajaban en las próximidades, pero ni con sus herramientas les fue posible. Los investigadores también creen que en la conducta de Carlos pudo ser determinante un cuadro depresivo, máxime si se tienen en cuenta sus antecedentes de este tipo, agudizado, además, por su situación de desempleado de larga duración.

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