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José Vicente Pérez Pardo
Domingo, 13 de septiembre 2015, 17:33
Del sainete del pasado jueves le queda a la ciudad el mensaje que los representantes de Ikea transmitieron al líder de Ciudadanos, José Luis Cifuentes, para que, a través de la prensa, lo supieran los alicantinos: la tienda se monta tal y como estaba previsto en la Actuación Territorial Estratégica, con su macrocentro, o, en caso contrario, la empresa se va definitivamente de Alicante.
Razones tampoco le faltan a la multinacional, porque lleva un «infierno» de trámites burocráticos cuando Ayuntamiento y Generalitat eran del mismo color político. Solo la movilización de los comerciantes, en defensa de lo suyo, y el miedo de Alperi y Castedo a perder sus cargos, ha impedido que sea ya una realidad. Es lógico el enfado ante una Administración que quiere desandar los pocos pasos que se han dado y volver a un punto cero.
Pero en democracia las formas son tan importantes como el fondo y el hecho es que despreciaron a las máximas autoridades municipales. Los posibles errores de protocolo y comunicación que pudiera haber en la organización de la reunión no les excusa. Otros representantes de Ikea han aceptado imágenes y convocatorias públicas en época de Castedo y uno de los que se levantó ha concedido entrevistas en periódicos.
Sin dejar de ser importante, debe quedar en segundo plano ante la intención final de los representantes de la multinacional: presentar un órdago en toda regla a la ciudad de Alicante, a todos los partidos políticos que hay en el Ayuntamiento y a los comerciantes en concreto. «Tenéis que tragar lo que hace cuatro meses los técnicos municipales y los expertos de la Universidad decían que era una barbaridad. Y, encima, dar gracias», es lo que me queda.
En esta situación, pocas opciones le dejan al alcalde, Gabriel Echávarri. Debió ponerse al frente desde el primer momento (habló en su lugar el portavoz municipal por cosas del pacto de gobierno), pero 24 horas después dejó claro que sabía cuál era el juego. O rompe su promesa a los comerciantes o se despide de 200 millones de euros de inversión y miles de puestos de trabajo.
El mensaje que lanzó el viernes parece que prepara el terreno para lo segundo: Ikea se ha puesto del lado de Ortiz (que se ha quedado con el papel de malo oficial de la película) y ha despreciado al Ayuntamiento y a la ciudad. Seguro que le dolerá a Echávarri dejar pasar esta oportunidad. Pero, ¿qué hacer si alguien no quiere negociar? Debe reconducir la situación, pero me temo que ya tiene la llave Allen para desmontar una tienda que, en realidad, nunca llegó a estar aquí.
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