Una caña y una tapa de saltamontes
Félix Cardona
Domingo, 15 de noviembre 2015, 08:53
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Félix Cardona
Domingo, 15 de noviembre 2015, 08:53
¿Cuánto queda para que podamos llegar a esta petición en el bar de la esquina? Parece complicado, aunque voy a intentar dar algunas razones por las que deberíamos empezar a mentalizarnos y cambiar el chip a favor de la entomofagia. Este 'palabro' es el nombre que recibe la ingesta de insectos como alimento. Y la rama de la ciencia que lo estudia es la etnoentomología. Yo hice mis primeros pinitos hace poco más de un mes gracias a mi madre, que me trajo de Estados Unidos un par de cajitas, una con saltamontes con sal y vinagre, y otra con gusanos con chile. Y están buenos. Saben al aderezo que llevan, están crujientes y sólo tienen un toque a algo que no has probado anteriormente.
Hace tiempo vi un vídeo de Marcel Dicke, que se define como 'entomólogo ecológico', en uno de los eventos que organiza TED (muy recomendables). En él se dan una serie de argumentos bastante sólidos para cambiar nuestros hábitos y empezar a acostumbrarnos a ver los insectos en nuestros mercados y menús. Además, y con la última polémica con la carne roja y embutidos, quizá los gastroparanoicos tengan una salida por aquí.
En primer lugar, debemos partir de un cálculo bastante sencillo: en 2050 seremos 9.000 millones de personas en la tierra, para lo que tendremos que aumentar la producción de comida en un 70%. De media se consumen en el mundo 80 kilos de carne al año (mayor cantidad cuánto más desarrollado es el país). Claramente es insostenible con la producción actual.
Además, el problema también es el coste de esa producción. El alto nivel reproductivo de los insectos aprovecha al máximo todos los nutrientes de su entorno para convertirlos en proteínas, grasas, etc. Es decir, para producir un kilo de carne de vaca, es necesario alimentar con 10 kilos de carne a esa vaca; con esos 10 kilos, podemos producir 5 kilos de pollo; pero con esa misma cantidad conseguiríamos 9 kilos de insectos. Con la crisis actual, cualquier emprendedor que tuviera que montar una empresa de alimentación le saldrían mejor los números con esta última opción, ¿no crees?
Por otro lado, y dada la preocupación que existe actualmente con la capa de ozono, hay que tener en cuenta que todo el alimento que no se transforma en comida es estiércol. Por tanto, la producción de insectos genera mucho menos amoníaco y gases de efecto invernadero. Además, los insectos pueden comerse los restos de cultivos que no queremos. En definitiva, producción más ecológica.
La preocupación que puede surgir es sobre la calidad de la carne de insecto. Según Marcel Dicke, son ricos en proteínas, aminoácidos y vitaminas, además de tener gran cantidad de calorías (afirma que un kilo de saltamontes equivale a 10 perritos calientes o 6 hamburguesas). Además son bajos en grasa y colesterol, y tienen Omega3!!!
Por último, debemos saber que ya estamos comiendo insectos, lo que pasa es que no los vemos. Aproximadamente comemos 500gr de insectos al año, incluidos en muchos alimentos o en algún producto preparado (el colorante rojo E120 está hecho de chinchilla y otros insectos). Por ejemplo en EEUU, la FDA (Food and Drug Administration) permite cierta cantidad de insectos en determinados alimentos. Así, en frutas cítricas y zumos de frutas permiten 5 o más huevos de moscas por cada 250ml o una o más pupas (insecto entre el estado de larva y de adulto) por cada 250ml. Dicho así suena asquerosillo, ¿verdad? Pero no nos ha pasado nada, son zumos con más proteínas. Realmente estamos comiendo cosas que tienen más ingredientes de los que vemos. Si te paras a leer etiquetas de productos, puedes encontrar algún aviso de este estilo: «Puede contener trazas de gluten, huevo, pescado, leche, frutos de cáscara, crustáceos, soja, apio, mostaza y molusco», y esto aparece en una bolsa de verdura congelada que compré un día.
¿Te atreverías a probar los saltamontes o los gusanitos que he comentado al principio? Estoy convencido que, si nos lo sirvieran sin decirnos qué es, nos lo comeríamos y nos gustaría. Al fin y al cabo, lo que tenemos es una barrera cultural. En otras regiones del mundo es habitual comer insectos e incluso son una delicatesen. Por ejemplo: en Japón comen larvas de avispa y mosca acuática salteadas en azúcar y salsa de soja; en Indonesia hay una especialidad hecha con libélulas; en África hacen estofados de oruga y comen langostas del desierto (especialmente las hembras cuando portan huevos y su contenido graso es mayor); en México comen chapulines (saltamontes) enchilados o marinados en zumo de limón; en Colombia la hormiga culona es una exquisitez; y por ejemplo, en Europa, en la época de los griegos y romanos se comían insectos (Aristóteles consideraba las ninfas de las cigarras un manjar). Y, aunque no es un insecto, parece que la primera paella valenciana se hacía con rata de marjal. Parecida a un conejo. ¿O no?
En definitiva, creo que debemos empezar a abrir nuestra mente. Nos parece asqueroso un saltamontes, pero le chupamos la cabeza a una gamba. No nos planteamos comernos una oruga, pero nos encantan los caracoles con su salsita picante. Más vale que nos vayamos acostumbrando. La opción a largo plazo es sí o sí. ¿Te animas a pedir una caña con una tapa de saltamontes?
www.lagastrotecadefelix.com .
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