MIGUEL LORENCI
Lunes, 28 de diciembre 2015, 00:32
«Querría que el concepto de derechos fundamentales se extendiera a todos los grandes simios». Lo dice Isabel Muñoz (Barcelona, 1951), brillante fotógrafa, ganadora en dos ocasiones del World Press Photo, que halló en estos animales el «eslabón» que conecta a humanos y primates. Una conexión que testimonia ese aire de familia que, más allá de la genética, se hace evidente a través de las emociones y los usos sociales para Muñoz y para quienes, cada vez con más insistencia, reclama para estas criaturas el estatus de «personas no humanas».
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Nunca antes había fotografiado animales, de modo que el desafío era doble para Muñoz, que durante tres años recorrió medio mundo en busca de esos santuarios donde gorilas, bonobos, chimpancés u orangutanes viven más o menos a salvo de la depredación humana. Los ha querido retratar con la misma dignidad que sus «familiares humanos» mostraban en los albores de la fotografía. De ahí que recurra al blanco y negro de daguerrotipos o calotipos en unas imágenes tan espectaculares como conmovedoras que muestra hasta febrero en la galería Blanca Berlín bajo el título de 'Álbum de familia' (blancaberlingaleria.com).
Ha visto amar, llorar, reír, luchar, negociar, jugar, matar, morir y nacer a estos seres. Su empeño es que sus fotografías «reflejen sus emociones y nos hagan reflexionar sobre el enorme daño que les causamos a ellos y a los frágiles ecosistemas a en los que viven, unos entornos cada vez mas amenazados». Para Muñoz no cabe duda de que los grandes simios «son parte de nuestra familia» y de ahí que debamos «hacer cuanto podamos para evitar su desaparición».
Su primera conexión emocional con estos primates fue muy potente. Con 13 años vio a Copito de Nieve, estrella del zoo de Barcelona, un gorila albino de una chocante expresividad capaz de dejar estupefactos a los visitantes con su desafiante mirada. A Muñoz le conmocionó «ver que Copito posaba como una gran estrella, impidiendo que le robara protagonismo otra gorila negra y dejando muy claro que era él quien mandaba en aquel recinto».
Ese recuerdo infantil disparó en 2012 su deseo explorar con sus cámaras el mundo de los grandes simios. Fue un viaje de tres años que comenzó en el zoo de Madrid, donde conoció a, Malabo, un gorila macho alfa que la enamoró. Trató de crear la misma complicidad y cercanía que propicia en su relación con sus modelos humanos, hablando al gorila mientras este posaba, atento siempre a su familia. Decidió entonces perseguir «el álbum completo de la familia de los primates». Quería captar «su dignidad y su elegancia» y «retratarlos como a los humanos, pasando tiempo con ellos para atraer su mirada». «Lo fascinante es que me lo ofrecieron a cambio de nada», se felicita.
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Ha constatado la pena que los bonobos sienten cuando muere un miembro del grupo, como resuelven sus conflictos mediante la sexualidad, cómo la ternura es común a todos los primates, y cómo su envés, la ira, les induce a ejercer la violencia de manera implacable. Ha verificado como su inteligencia permite usar herramientas a los chimpancés y conocido a orangutanes «que se besan y sonríen como los humanos».
Un aire humano que realza retratando a los primates «como en las clásicas fotografías de nuestros antepasados». Tiene muy claro que su manera de mirar, sus gestos y sus posturas se asemejan «a la manera en que posaban las personas en aquellas primitivas imágenes de principios y mediados del XIX».
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«Somos todos de la misma familia, con un origen común», resume Muñoz, para quien este proyecto es un prolongación de anteriores indagaciones en el origen del ser humano retratando remotas etnias de Etiopía y Papúa Nueva Guinea. Si quería profundizar en su investigación, «los primates eran eslabón que me faltaba para acercarme a nuestros orígenes» y debía abordarlo desde una perspectiva humana, lejos de los grandes reportajes de naturaleza.
Las fotos de Muñoz son de una delicadeza y potencia raras en la era digital. Las imprime mediante un proceso artesanal que conecta la última tecnología con la protofotografía. Parte de un archivo digital de alta resolución para generar un enorme negativo del que obtiene por contacto la imagen definitiva. Mediante un proceso llamado «platinización» fija sobre papel emulsionado con platino, lo que le dota de una seductora y caraterística textura.
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Su periplo la llevó del Congo a Borneo, pasando por el parque cántabro de Cabárceno. En el santuario congoleño de Lola-Ya fotografió a los bonobos, «mucho más cercanos a los humanos que a otros primates». En Lwiro retrató chimpancés y en las montañas de Kahuzi Biega, gorilas. En las selvas de Borneo, junto al mar de Java, a los «orang-utang», los hombres de la selva, los más arbóreos.
En todos halló «algo que habita en nosotros mismos». No fue fácil, ya que se impuso «acercarme a ellos como Diane Fossey a los gorilas». «Fue una experiencia maravillosa en la que hubo riesgos y miedo, pero nunca a los animales», explica. «El Congo es zona de conflicto y el verdadero peligro viene de los paramilitares y los guerrilleros», concluye.
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