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La 'Araña infernal' y los silbatos protagonizan un disparo de lo más original
David Bowie en la época de Ziggy Stardust, quinto disco del cantante y cima del glam rock.
La última sorpresa de David Bowie

La última sorpresa de David Bowie

El influyente artista británico fallece solo tres días después de lanzar su último álbum. Leyenda indiscutible del rock y de la cultura popular, usó su ingenio y su instinto para erigirse en una figura en constante reinvención

J. OLARTE

Martes, 12 de enero 2016, 00:45

El mundo de la cultura popular amaneció ayer en estado de shock. David Bowie había fallecido a los 69 años, solo tres días después del sonado lanzamiento planetario del aclamado 'Blackstar', álbum ahora póstumo y revelador, saludado por crítica y fans como la última reinvención de una de las estrellas más fascinantes, poliédricas, exitosas e influyentes de la historia del pop.

El halo de incredulidad ligado a los primeros rumores virtuales en la noche del domingo (la muerte de Bowie ya había sido objeto de bulo viral los últimos años) se disipó a primera hora de ayer cuando en sus páginas de Facebook e Instagram se confirmaba que el Duque Blanco había muerto «en paz y rodeado de su familia tras 18 meses de lucha contra el cáncer». «Me entristece decir que es verdad», añadía vía Twitter su hijo, el cineasta Duncan Jones. No se detallaba dónde había muerto el artista ni la naturaleza del tumor contra el que, en la era de la aldea global 2.0, el planeta pop desconocía que Bowie estuviera batallando. Al punto de que hasta se rumoreó hace unos meses que Bowie iba a ser la gran estrella del próximo festival de Glastonbury.

En un tiempo de exposición desaforada de las estrellas de la música pop, hay que valorar la discreción con la que el cantante y actor británico encaró su ocaso, manteniendo su pulsión creativa con anónimos músicos de jazz como los que le acompañan en su última entrega, registrada en Nueva York junto a su productor de confianza, Tony Visconti.

Las circunstancias vitales que -ahora se sabe- han marcado sus últimos meses aportan un calado más profundo y revelador a las imágenes y las letras que acompañan a las composiciones de este disco. Como su sencillo de adelanto, 'Lazarus'. «Mira aquí, estoy en el cielo, tengo heridas que no se pueden ver, tengo un drama que no se puede robar, todo el mundo me conoce ahora. Mira aquí, estoy en peligro, no tengo nada que perder. De esta manera o de ninguna otra, sabes que seré libre como ese mirlo, ¿no se parece a mí ahora?», canta en el aperitivo de 'Blackstar', en cuyo turbador vídeo, estrenado el viernes y obra del realizador sueco Johan Renck, Bowie se muestra torturado y con los ojos vendados, bordeando la locura en la cama de un psiquiátrico. 'Lazarus' suena también en el singular musical homónimo estrenado el 7 de diciembre en el Off Broadway neoyorquino e inspirado, asimismo, por la novela de Walter Trevis 'El hombre que cayó a la tierra', cuya versión cinematográfica protagonizó en 1976 el propio Bowie. Como «glamourosa oscuridad» y «proeza surrealista» lo saludaron los críticos de la Gran Manzana.

La intimidad y hasta opacidad que han rodeado tanto su adiós como su última etapa van en consonancia con el bajo perfil vital en el que el artista del sur de Londres (Brixton) se refugió desde que en 2004 achaques de corazón le obligaran a cancelar la gira que aquel verano le iba a traer por vez primera a Bilbao (actuó en julio de 1997 en San Sebastián). Su paso por el quirófano en pleno tour (fue sometido a una angioplastia para restaurar su flujo sanguíneo) había dado paso a un 'stand by' que hizo temer su retiro definitivo del panorama creativo; 'The Next Day', su celebrado álbum de 2013, acabó con las especulaciones en torno a un Bowie que retornaba tras una década de silencio, recordando la importancia del misterio en el pop.

Alejado de Internet y con la inaudita y milagrosa confidencialidad de su círculo más íntimo, Bowie supo tejer un manto de misterio en torno a su figura que solo logró disparar el interés por el retorno del artista más camaleónico de la historia del pop. En esa tesitura se enmarcan las interminables colas para presenciar su obra mostrada en 2013 en el Victoria & Albert Museum de Londres (exhibida luego en Chicago y París), su cameo en 'Reflektor', el aún último disco de Arcade Fire, una de las bandas de moda que le rinden pleitesía, o su galardón honorífico en los Brit Awards de 2014 y el recopilatorio editado por su 50 aniversario, 'Nothing Has Changed'. Se restauraba así el magnético influjo de un icono orgulloso de su aura que se negó a participar en la espectacular retrospectiva en vivo de la historia del pop británico que clausuró en Wembley los Juegos Olímpicos de Londres.

Excesos hedonistas

A título ya póstumo, 'Blackstar', disco de estudio número 26 en un catálogo con más de 130 millones de copias colocadas, ha servido para alargar aún más la sombra que el artista de mirada bicolor (consecuencia de una pelea escolar) ha venido proyectando sobre el pop desde que reinventara el concepto de astro rock y adquiriera dimensión planetaria con 'The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars'(1972), su disco más legendario, visionario y sideral, con el que creó su alter ego más fascinante, ambiguo, mesiánico y magnético. «Ahí aprendió todo lo que rodea a la creación de una estrella», diría su fotógrafo de entonces, Mick Rock.

Con un repertorio de canciones memorables, con calado dramático y sensorial, Bowie fue moldeando un perfil de creador inclasificable y encarnador de todos los excesos hedonistas asociados a la vida de las 'rock stars'. También la figura enigmática y camaleónica de un equilibrista y manipulador capaz de captar en sus épocas de mejor olfato y máxima inspiración (los 70 y parte de los 80 y los 90) el espíritu del momento en la evolución de la cultura juvenil.

Epítome de la reinvención musical y estética (art rock, glam, soul, hard rock, dance pop, punk, electrónica...), Bowie conservó hasta el final esa capacidad de regeneración que le ha consagrado como uno de los mayores embaucadores de la historia de la música popular, capaz incluso de enmascarar caprichos y reciclajes oportunistas como si fueran parte de un amplio rango de registros de un artista polifacético de personalidad desbordante con una obra tan visual y multidireccional como para suscitar retrospectivas museísticas. Como la que en mayo le dedicó el Australian Center for the Moving Image de Melbourne coincidiendo con la reedición en vinilo amarillo de su exitoso álbum 'Let's dance' (83).

Puede que su reputación se haya resentido por momentos. No se perdonó que el mecenas de arte subversivo o de vanguardia que llegara a encarnar a Warhol en 'Basquiat' vendiera en su día su boda en Suiza con la modelo Iman al 'Hola' británico. Y transitó con más pena que gloria entre el hard rock de laboratorio con Tin Machine, el sonido cyberpunk neoindustrial ('Outside', 95) o las nuevas tendencias de la música urbana de club con 'Earthling' (97).

Nadie se ha ganado tan a pulso la vitola de camaleón que le acompaña desde que, como parte de su estética de la provocación, aireara su bisexualidad (incluidos famosos compañeros de cama junto a su primera mujer) para convertirse en el rey del glam con Ziggy Stardust. Abruma el listado completo de impactos que se le adjudican desde su eclosión en el circo del rock en el 69 con 'Space Oddity', su eterno primer 'hit', que en 2013 interpretara el astronauta Chris Hadfield desde la Estación Espacial Internacional.

Olfato para los negocios

Incorporó al rock las artes escénicas más rupturistas tras su aprendizaje con Lindsay Kemp y fue pionero de la ambiguedad con 'Hunky Dory' (71). Supo convertir en cómplices a una amplia gama de músicos y productores, anticipó la sacralización de los 60 con su disco de versiones 'Pin Ups' y ejerció de visionario apocalíptico con el orwelliano 'Diamond Dogs' (74). Se reconvirtió al soul con 'Young Americans' (75) y al funk con 'Station to Station' (76). Produjo e hizo de mecenas en diferentes etapas de sus amigos Lou Reed e Iggy Pop, e ignoró el punk para abrazar la cool wave con Brian Eno. En los ochenta se apuntó al sonido disco, más tarde al pop comercial y hasta se vendió como rockero de grupo como parte de una banda de mercenarios, Tin Machine.

Flirteó con el fascismo en su etapa más alucinógena, hizo gala de un estudiado estilismo, adaptó al rock a compositores de culto como Kurt Weill, naufragó en múltiples incursiones cinematográficas, se alió comercialmente a Queen y Mick Jagger, coqueteó con el teatro y la pintura y se convirtió en estrella para todos los públicos. Entregando discos irregulares salpicados de guiños a la memoria de sus viejos fans, prolongó la 'performance' que fue su inquieta trayectoria en el nuevo milenio para renacer con 'The Next Day' y su misterioso y seductor epitafio, 'Blackstar'.

Fue un perfecto conocedor y manipulador de los medios y un iluminado también para los aspectos publicitarios y comerciales del negocio de la cultura de masas. Rentabilizó su catálogo al máximo convirtiendo los derechos de sus canciones en bonos que vendió por más de 50 millones de euros. Ya intuía que el 'copyright' acabaría desapareciendo, que la música acabaría siendo objeto de consumo cotidiano y efímero y que los artistas «tendrán que lanzarse a la carretera para sobrevivir», tal y como auguró este visionario en los albores del nuevo milenio.

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