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La palmera, el símbolo del amor en el teatro de Miguel Hernández

MIGUEL RUIZ MARTÍNEZ

Domingo, 4 de diciembre 2016, 08:54

Una parte importante de la obra de Miguel Hernández refleja la huella profunda que la huerta dejó en sus trabajos. Una huerta vivida, contemplada, transitada en su oficio de cabrero a lo largo de sus años de formación como escritor. Sus primeros poemas de aprendizaje, 'Perito en lunas' y su ciclo, son en gran medida, un canto a la huerta. Lo mismo ocurre con las composiciones de 'El silbo vulnerado' y su entorno. También en 'Imagen de tu huella'. Menor impacto huertano encontramos en 'El rayo que no cesa', aunque la huerta aparece con fuerza en varios de sus poemas. De nuevo la reminiscencia de la Huerta cobra protagonismo en 'Cancionero y romancero de ausencias' y su ciclo. En sus prosas ocurre lo mismo, la mayor parte muestran el reflejo de esa creación huertana. En cuanto a su producción teatral encontramos su impronta en 'Quién te ha visto y quién te ve'.

'Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras' es una obra dramática escrita en 1933, publicada en 1934 en 'Cruz y Raya'. Un auto sacramental a imagen y semejanza de los de Calderón. Jesucristo Riquelme, en su obra 'El teatro de Miguel Hernández', sintetiza el argumento.

Parte primera: el Hombre-Niño inocente pierde su pureza debido a la tentación de la Carne y las reivindicaciones de los Cinco Sentidos, presentados como obreros instigados a la revolución por el Deseo. Deberá ganarse el pan trabajando la tierra. Segunda parte: a causa de las fatigas y las penalidades del trabajo, surge la envidia y el Hombre comete su segundo pecado: el crimen del Pastor (Caín asesina a Abel). Tercera parte: El Buen Labrador y el Campesino, junto a la Voz-de-la-Verdad (Juan el Bautista), consiguen dejar paso al Mesías y a su Redención por la gracia divina. Arrepentidos los Cinco Sentidos y la Carne (Madalena), el Hombre es apresado por los siete pecados capitales y el Deseo, que queman su cuerpo en una hoguera de trigo mientras su espíritu se eleva hacia Dios.

A lo largo del auto sacramental se reflejan, en determinadas escenas, elementos esenciales del paisaje de la huerta. Encontramos claras referencias en la Parte primera. En la Escena I la Esposa cuenta su sueño al Esposo: «A la orilla de un río, que de las tentaciones de sus obras huía fugitivo» juega el hijo, el Hombre-Niño. Se cae al río. La Virgen y dos ángeles lo salvan. Una clara referencia del peligro de ahogamiento en el río que se cernía sobre los pequeños, tema que tratará el escritor en otras obras.

En la Escena III el Viento pasa anunciando que viene el Amor, la Palmera Solitaria. La palmera es uno de los elementos vegetales esenciales de la huerta, que en este auto sacramental simboliza el Amor. Dialogan los personajes que intervienen en esta escena: la Inocencia, el Deseo, el Amor (la Palmera), que se va autodefiniendo: estatua del amor, voluntad de «subir y subir». Siguen 24 octosílabos en que la Palmera, símbolo del Amor, sigue retratándose: «Por de fuera tengo la corteza áspera pero por de dentro tengo tierna de palmito el alma. Glorifico lo que toco, de altura lo animo y gracia; y el que me lleva, llevando, está la victoria en andas. Para llegar al Señor, fabrico eternas escalas que, sin un arco de duda suben rectas a su estancia, y allí ya, resultan cálices y ángeles de bronce y ámbar. Muchos miran a mi altura, no por los bienes que guarda, sino por los que gotea, maná de mieles y pasta, ¡Bienaventurado aquel que, sin fijarse en mis ramas ni en mis frutos, llegue a mí sólo por amor, por ansia de tenerme y de mirarme con enamorada rabia!»

En la escena IV entra en escena el Hombre-Niño detrás de una mariposa. La Palmera Solitaria, le dice: «Descansa, hijo, a mi sombra de estrellas». En la Escena IX habla el Amor: «Hijo, por ti me maniatan (los Cinco Sentidos) mis palmas de cielo altísimas; por ti me anillan de esparto y en cruz me imposibilitan».

En la Escena X hay un largo parlamento del Deseo en siete octavas reales describiendo el paisaje general de la huerta. «El Estado las Inocencias se va tornando, entre esta escena y la final, en un paraíso vicioso de higueras, manzanas y toda clase de árboles sensuales». Y ese paraíso vicioso, el paraíso terrenal tras el pecado, es una transposición poética, de la lujuria floral y frutal de la huerta. Es el tema del paraíso terrenal que Cavanilles poetiza en sus 'Observaciones' y Gabriel Miró recoge ampliamente en las novelas de Oleza. El Deseo va describiendo la Huerta a través de siete octavas reales, cuyo resumen podría ser el siguiente.

La luna en el cielo se recorta sobre las palmeras, los cañares juegan sobre la corriente de las acequias; las granadas, florecidas en primavera, ya tienen corona; las moreras echan su fruto y alimentan con sus hojas a los gusanos de la seda; es abril, con sus colores, rosales, verdores, flores. Un niño vuela una cometa a fuerza de «paciencia y de meneo». Las naranjas comienzan a tomar forma tras los breves azahares. Las palmeras, «giraldadas alturas datileras», muy altas, provocan accidentes de palmereros, «jinetes del Señor». Los ruiseñores cantan en las alamedas del río. Los lagartos, tras el letargo invernal, muestran su esplendor. Termina su ciclo el gusano de la seda, «a fuerza de dormir y verde cama». Los capullos, amarillos, lucen en el embojo. De los capullos no destinados a la seda, saldrán mariposas que pondrán semilla. Van formándose espigas de trigo que preludian el pan, trigo que se trillará en la era. El río, vueltas y revueltas de meandros, aporta el agua necesaria para la Huerta, hecho un «ministro de fomento de hermosuras», y crea conflictos por la escasez de agua. El rosal, «salvavidas de pétalos y espinas», con sus raíces en el quijero de la acequia, posibilita el rescate de la abeja que bebía en la corriente. El sol ilumina los montes de cerámica, «vidrios bordes», desembarazándolos de niebla. Los lirios blancos, que recogen el relente, entre la hierbabuena, parecen de organdí. La higuera echa nuevas hojas tras el invierno.

Una Huerta que 23 años más tarde verá otro enamorado de la misma, Antonio Sequeros, «contagiosamente verde, lujuriosa, con ansia y placer de ser así».

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