Para conocer en profundidad algunos edificios, sobre todo los alumbrados por la mejor arquitectura, conviene ejecutar una maniobra en principio contradictoria con esa intención: alejarse de ellos en vez de precipitarse hacia su interior. Se observa entonces con precisión qué mensaje nos emite desde la ... posteridad su autor. O sus autores: en el caso de la sede de Fundación Bancaja en el corazón de Valencia debe anotarse que, gracias a la perspectiva que garantiza esa mirada más alejada de sus muros, observamos que en realidad nos encontramos ante un hermoso caso de arquitectura de fusión.
El engarce entre el caserón que da a la plaza de Tetuán y el inmueble en la esquina con la calle del Mar, que los trabajadores de la entidad llaman el edificio de la Glorieta, invita a propinar un aplauso retrospectivo a los arquitectos que culminaron esa proeza: el equipo formado Jorge, la remodelación que se inauguró en noviembre de 2007 fue dirigida por los arquitectos Pablo Martínez Montesa, José Ricardo Martínez Montesa y José Alberto Jordá Albiñana.
Su proeza consistió en fundir en un espacio que nos parece único sin serlo dos obras aledañas, de enorme encanto y extraordinario valor, saltando desde el admirable ejemplo de arquitectura ecléctica que distingue al primer edificio hasta el acabado modelo de neobarroquismo propio del segundo. Viajar de uno a otro por sus entrañas es una experiencia insólita, que cuenta en este caso con un cicerone excepcional. El presidente de la Fundación, Rafael Alcón, arquitecto de profesión y devoto confeso de este modélico edificio bipolar. Dueño de dos cuerpos y una única alma engarzados por la magia de la simetría.
Alcón aguarda junto a la puerta del gran edificio neobarroco, el más moderno. Nació en 1932 gracias al brillante ingenio de un gran arquitecto valenciano, Antonio Gómez-Davó, cuya obra se disemina por otros rincones de la ciudad. Le llaman el edificio de la Glorieta porque en efecto se asoma a este encantador rincón de Valencia, hacia donde caminamos para atender los consejos de nuestro guía: desde allí se observa a la perfección ese singular matrimonio que forma con su hermano mayor. El edificio que saluda a la plaza Tetuán, firmado por el arquitecto Lucas García Cardona (en realidad, maestro de obras) y datado en 1891, se levantó como residencia para un valenciano de postín en aquella época, Manuel Gómez Fos. Su uso doméstico se extendió hasta que en el año 2007 se ofició el enlace entre ambos: desde entonces sirven al mismo propósito que Alcón expresa con entusiasmo durante toda la visita. A saber: ejercer como mascarón de proa de la obra social y cultural de la Fundación. Una misión que acaba por trascender de esos límites hasta convertir su sede en un admirable foco cultural valenciano. No puede entenderse la Valencia actual sin aludir al impacto que genera entre nosotros ese amplio abanico de exposiciones que invita a acercarse hasta Bancaja, caminar por sus estancias, maravillarse ante sus tesoros... y volver a la calle sin darnos cuenta de que en realidad acabamos de recorrer dos edificios. Un secreto que ahora nos encargaremos de despejar.
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Bienvenidos a Bancaja: acceso por Tetuán
Nuestra visita se inicia en el acceso por plaza Tetuán, cerca de otro diminuto pasadizo: el alojado en la simpática calle Pouet de Sant Vicent. En el vestíbulo desde donde se organiza el recorrido por las exposiciones emplazadas en los pisos superiores ya observamos esa elegante propensión a la simetría tan cara a Alcón. Dos brazos conducen a sendas escaleras por donde se escala a la primera planta, superando antes un curioso rincón: en la entreplanta se aloja un espacio ajeno al escrutinio público salvo cuando cada año se abre para que sirva como sala de exposiciones de los dibujos y otras creaciones que significados visitantes (estudiantes, personas en riesgo de exclusión o con diversidad funcional) dejan como recuerdo de su paso por la Fundación. Es una elegante manera de recordar el fin social que persiguen estos 12.000 metros cuadrados de incalculable valor, que se distribuyen según una secuencia que en algo recuerda a un cono: más angosto a medida que ascendemos hasta su corona. Con otra particularidad: que la fusión entre ambos edificios, invisible para un ojo poco entrenado, se ejecuta a través de unos leves escalones que en una planta obligan a ascender y en la siguiente, a descender. Es la ingeniosa técnica constructiva que emplearon los arquitectos responsables de la fusión entre ambas fincas para que la visita se desarrolle sin notar que pasamos de un costado a otro de la única sede.
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Un laberinto espera en el primer piso
El recorrido prosigue en el primer piso. Hoy se reparte por sus estancias un ensimismado público que rinde homenaje a las hermosas piezas que los maestros de la pintura belga legaron a la eternidad. El silencioso ambiente imprime un ritmo conventual a nuestros pasos, deslumbrados por la magia depositada en las piezas que albergan estas paredes: ahí está por ejemplo 'El donante feliz', cima de René Magritte, saludando enigmáticamente a las visitas junto a sus hermanas, las piezas de Ensor, Delvaux y compañía que se citan estos días en Valencia y acompañan nuestro itinerario hasta que nos despedimos del misterioso señor del bombín y subimos hasta la siguiente planta. Alcón sugiere entonces una alternativa a nuestra caminata: a partir de ese primer piso, iremos caminando alzándonos de un edificio a otro a través de una serie de pasadizos, arterias que aseguran el riego sanguíneo entre ambos edificios según el mencionado principio simétrico y que algo tienen de laberinto. Un desconcertante y divertido paseo. También un privilegio: al visitante común esta caminata le resultaría imposible.
Mientras deambulamos de una finca a otra, sale a nuestro encuentro una pieza extraordinaria. Alcón sonríe viendo el efecto que causa tropezar con esa majestuosa escalera de madera, de mayúsculas proporciones y esmerada ejecución. La barandilla maciza, cumbre de la filigrana hecha marquetería, dibuja un cuadriculado recorrido que se remata en el artesonado del techo, otro brillante legado de la técnica artesanal muy presente en el recorrido. También las puertas de entrada al edificio y las interiores se ejecutaron de acuerdo con el mismo principio: aspirar a la excelencia. Es igualmente el caso de la rejería que da acceso al edificio por la esquina a la calle del Mar, que habla de la pericia constructiva de los gremios que aquí se citaron. Todo el edificio nacido del tablero de Gómez-Davó honra en realidad al arte de la arquitectura. De su imaginación salió este edificio dotado de un encanto singular, al servicio de una rica decoración que todavía nos admira y que servía al propósito central de su cliente: dotar de una aureola de prestigio al negocio bancario. Su señorial estampa justifica que durante la República fuera incautado y alojar el Ministerio de Propaganda, un hito significativo en una singladura que incluye su resistencia a la riada del 57 y otros acontecimientos. Como resultado final de semejante cantidad de historia alojada en sus entrañas, el edificio dispone de una vitola de representatividad que lo hace muy apropiado para su actual fin y justifica el entusiasmo con que Alcón le dedica encendidos elogios.
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Entre la cúpula y la azotea
En ese recorrido por la parte más institucional del edificio de la Glorieta el presidente de la Fundación nos conduce a uno de los momentos cimeros de la visita. Si entendemos su sede como un ser vivo, deberemos interpretar su encantadora cúpula como uno de sus órganos más sensibles. Arroja luz al conjunto pero también sirve como manual de instrucciones para seguir avanzando en el arte de la simetría y mirar alternativamente a derecha e izquierda en la planta donde tiene su base el octógono que da continuidad a este ingenio constructivo, protege la cúpula y se prolonga hacia la estupenda terraza. Hemos llegado al sexto piso. Es una mañana de densa calima que no deja ver el mar cercano ni las estribaciones de la sierra de Calderona. Las gradas más elevadas de Mestalla nos saludan, castiza parte del skyline valenciano. Sobre la cúspide el edificio un estilizado torreón (edículo es su nombre arquitectónico) recuerda su monumentalidad, resaltada por los otros dos templetes de menor tamaño que escoltan el acceso a los ascensores: unos segundos después hemos vuelto a la planta noble del edificio, donde tiene Alcón su despacho y se diseminan las salas dedicadas a ese apartado institucional. Es también la zona administrativa, donde doce trabajadores de la Fundación cuentan con sus despachos. Una pieza de Manolo Valdés nos dice adiós mientras avanza nuestra caminata.
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De biblioteca a sala de exposiciones
Hemos vuelvo a Tetuán, porque el sentido del edificio reside más bien este espacio: aquí se despliegan las salas de exposiciones pero también las zonas reservadas para la actividad de la Fundación. Estancias para reuniones, salones de actos muy polivalentes (hoy albergan una reunión sobre sanidad) y una serie de servicios repartidos por una tercera planta ajena al público común que aseguran desde largo tiempo actividad diaria: es el caso, por ejemplo, de la antigua biblioteca, aquella sala de estudios por donde desfilaron generaciones de estudiantes valencianos que veían en ella un destino inmejorable para preparar exámenes (y confraternizar con los compañeros de cuitas), pero que desapareció en la última remodelación. En esa planta, la cuarta, ahora Bancaja despliega otra sala expositiva, de dimensiones más reducidas: unos 500 metros cuadrados frente a los más de mil de las otras dos de los pisos de abajo. Estos días alberga una muestra sobre Botero, el artista colombiano que tiene ensimismado al público congregado en este luminoso mediodía de abril.
Va concluyendo la visita mientras reparamos en cómo se suceden los apellidos de algunas luminarias del arte: Botero, Magritte, Valdés... En realidad, esa lógica obedece al espíritu de custodio que distingue a la Fundación, propietaria de miles de obras que se guardan en la zona que Alcón llama el peine: una planta consagrada a atesorar esos bienes, de donde salen también en generosa multitud para abrillantar sus paredes y responder a la idea de que el público pueda disfrutar de ellas. Vemos unos cuantos Chillidas por ejemplo pero en realidad el nombre clave de este paseo por el arte, esta especie de museo de elocuente prestigio, no se puede entender sin pronunciar esas tres sílabas: Sorolla. Al pintor valenciano dedicará este mes de mayo una hermosa exposición, cuyos preparativos se ultima cuando paseamos por la sala que albergará su obra más oscura. Ese Sorolla en negro (como el que habita en este delicado lienzo que observamos maravillados, 'El bebedor de sidra', recién llegado de Bilbao) nace de las donaciones de una serie de museos cuyos responsables (llamados correos en la jerga museística) se aseguran esta mañana de que las piezas se organizan de acuerdo con los contratos firmados a tal efecto. Y a Sorolla se destina también una sala muy especial de la Fundación: hemos vuelto, en este mareante vaivén, el edificio de la Glorieta para deslumbrarnos ante uno de sus cuadros totémicos, 'La triste herencia'. La pieza preside una zona de magna importancia, reservada a momentos históricos para la entidad, y acepta ser retratada por el fotógrafo convencida de que su halo eterno acompañará luego nuestros pasos mientras decimos adiós a nuestros anfitriones y al edificio.
La visita ha concluido. Regresamos al acceso por la Glorieta observando el trajín de operarios que vienen y van. Alcón explica que en esa zona la Fundación ultima estos días la inauguración de un espacio muy especial para su alma: ahí radica el eje vertebrador del edificio, el magno vestíbulo que recibe al visitante y despliega ante él el prodigio de la simetría. Nunca tan evidente como aquí: a ambos lados del espacio que protege desde el techo la excelsa cúpula se abren sendas salas donde Bancaja distribuye estos días una sobresaliente representación de lo mejor del arte valenciano contemporáneo. Sempere, Alfaro, Bayarri, Mompó, Navarro y otros ilustres creadores se distribuyen con sus obras tanto en el espacio central como en las salas laterales. El recorrido alcanza entonces todo su sentido: mientras reparamos en el brillante ingenio de los artistas que pusieron en pie esta suma de edificios que es también una suma de talentos, al conjunto se adhiere el legado de esa pléyade de artistas que tanto contribuyó también a realzar lo mejor de la sociedad valenciana de nuestro tiempo. Alcón nos enseña el salón de actos aledaño, escenario de múltiples actos de toda índole (conciertos incluidos) y luego nos acompaña ante la puerta. No es una puerta cualquiera. Es otro monumento (a la ebanistería, en este caso) dentro de un monumento, que sirve como metáfora de nuestro recorrido recién concluido. En su actual encarnación, la Fundación lleva diez años preservando este conjunto de tesoros y según asegura su presidente sin decaer en su entusiasmo: «Este patrimonio es de todos los valencianos y nosotros tenemos que mantenerlo». Pasado, presente y futuro de Valencia palpitando desde su mismo corazón.
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