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Vista de la planta superior del edificio. Iván Arlandis

Banco Sabadell, historia de una escalera y otros secretos

PIEDRAS QUE HABLAN ·

El espléndido palacete que aloja la sede de la entidad bancaria en el centro de Valencia esconde un interior desbordante de belleza y misterio

Jorge Alacid

Valencia

Viernes, 30 de junio 2023, 00:54

Como ocurre en algunas películas, también en la arquitectura opera ese fenómeno según el cual un actor en teoría de reparto amenaza con devorar al ... intérprete principal. No por demérito de este último, sino porque el personaje secundario goza de tantos dones que se explica que monopolice todas las miradas… hasta cierto punto. Ocurre en el análisis de ciertos edificios, sobre todo los más majestuosos. Luego, las aguas vuelven luego a su cauce y el análisis panorámico se impone, aunque algo de aquel detalle en principio accesorio nos acompaña en nuestra memoria. Por ejemplo, qué ocurre si nos detenemos ante el estupendo edificio donde tiene su sede el Banco Sabadell: nos impresiona su soberbia planta, su delicada fisonomía, el ejemplar ejercicio arquitectónico a cuya esmerada construcción ayudaron también los artesanos que levantaron el palacete. Pero nos admira también, cuando ingresamos en su interior, la decisiva contribución de un elemento (el actor secundario) que dota al conjunto de una monumentalidad superior: su espléndida escalera. Así que las líneas que siguen pueden leerse como tales: como la historia de una escalera, superpuesta a la historia del propio edificio.

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  1. En el principio fue un palacio

Este relato debe por lo tanto arrancar como ordena el canon: por el principio. Y en el principio fue el palacio, llamado de Peñalba (también conocido como Palacio del Marqués de Huarte), alzado en el corazón de Valencia: estamos en la calle Pintor Sorolla, parados ante su espectacular fachada, repasando los apuntes. En ellos se menciona que la propiedad del edificio correspondió en su día (siglo XVIII) al matrimonio formado por Vicente Fernández de Córdoba y Valderrama y María Teresa Ferrer de Próxita y Pinós, apellidos de rancio abolengo y origen noble que justifica la derrama que exigió levantar este hermoso palacete que sirviera como residencia familiar. Su condición de hogar de la pareja de aristócratas valencianos ha sobrevivido a las distintas encarnaciones del edificio, como se observa en el escudo que remata la puerta principal (donde también se inscribe el lema de sus primeros dueños: 'Més que'l més') y en algún detalle de la decoración interior que apela a su uso doméstico. Por ejemplo, los seis espectaculares frisos debidos a la mano maestra de Benlliure que se reparten por la planta baja y la primera planta: mármoles en filigrana escultórica, que retratan a unos ángeles y ejercen una benéfica influencia sobre quienes visitan el inmueble que los aloja. Un motivo decorativo para los primeros propietarios.

  1. Madera y cerámica en la planta baja

Hemos llegado hasta su jurisdicción luego de recorrer, de la mano de nuestros cicerones, la planta baja. Los responsables de la entidad esperaban a LAS PROVINCIAS junto a los espléndidos portones de acceso, desde donde comienza un itinerario muy sugerente, como se desprende del estatus del edificio… y de la evocadora potencia de la escalera, presente en este primer capítulo de nuestra visita y muy visible desde la misma entrada al edificio. Sólo observamos su arranque pero ya nos llama la atención de manera indisimulada: decorada con una contrahuella de azulejos que recorre como un zócalo su parte inferior, convoca al proverbial encanto de la tradición cerámica valenciana, la caoba del maderamen imprime un sello de nobleza adicional y derrama un aura muy particular al resto de la visita que tiene en ella a su columna vertebral.

  1. Bienvenidos al patio interior

Antes, sin embargo, debemos saludar a otro de los iconos del palacete, la imagen de la virgen del Pilar con niño que nos da la bienvenida desde el zaguán de extraordinarias dimensiones (las propias para asegurar el paso de carruajes) y nos conduce hacia uno de los hallazgos que alumbró la reforma del edificio para servir como sede bancaria: el patio interior, un elemento que dota de encanto al conjunto, asegura una especial luminosidad (la luz entra verticalmente) y recuerda el pasado del palacete: los balconcillos interiores que se asoman al patio de antaño, hoy reconvertido para el uso administrativo, donde convive con mucha naturalidad la plantilla del Banco (unas 120 personas) con la huella histórica que todavía sobrevive.

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  1. Lo clásico, lo moderno

Ocurre que la fusión entre lo clásico y lo moderno será el espinazo que vertebre la visita, que avanza mientras nos admiramos de la modélica adaptación que en los años 70 reinventó el palacio para acoger la sede valenciana del Banco Urquijo. Luego de su adquisición por el actual dueño del edificio, el Sabadell, que agrupa en este rincón de Valencia a su delegación territorial para la Comunitat, además de Murcia y Baleares, lo esencial de su fisonomía no sólo se mantiene, sino que ha ido mejorando con el paso del tiempo. Lo atestigua el paseo por su primera planta, bendecido no solo por esa imagen de la Virgen que dejamos atrás, sino también por la estilizada escalera, que propone un recorrido de aire teatral: de sala en sala, comunicadas todas entre sí a través de puertas correderas decoradas con pan de oro de aparatoso tamaño. Unas estancias donde se concentra un sutil encanto, nacido tal vez de los abundantes detalles ornamentales, como las maravillosas lámparas de araña de infinitas lágrimas elaboradas en cristal, agrupadas en la habitación principal de esta planta, los altísimos techos de madera artesonada o el mobiliario de época. Es el caso de un misterioso arcón de madera, que resiste en un rincón apartado de curiosos, que reclama nuestro interés por un detalle singular: dispone de tres llaves. Es decir, que en su interior se guardaba un misterioso tesoro… repartido por tercios: un elemento que alude a la pompa aristocrática propia del conjunto del edificio, mil metros de planta cuyos suelos de cerámica de Manises refuerzan ese omnipresente diálogo entre tradición y modernidad: uno ve reflejada la historia valenciana en los preciosos lirios azules que decoran el pavimento mientras el acero dominante en la última rehabilitación del edificio apunta hacia el presente y también hacia el futuro.

  1. Escalera arriba, rumbo al castillo

Tal vez ese era también el propósito de la familia fundacional cuando edificó su casa y de quienes luego fueron interviniendo en el Palacete, como fue el caso de su adaptación como sede del Colegio de Arquitectos hasta mediados del siglo XX. Y como testigo de los diversos usos y reactualizaciones, volvemos a la casilla de salida de nuestro recorrido: la imperial escalera de estilo rococó, que distribuye el paseo a ambas manos del edificio, conecta con los pisos superiores y dibuja una especie de paseo de aire onírico con su elegante curvatura que muere en la segunda planta, donde reside hoy el aparato de organización interna. Despachos y salas de reuniones que anteceden a la tercera planta, un piso que parece emboscado si se observa desde la calle porque una sucesión de pilastras lo camufla de las miradas, donde también se diseminan otras estancias propias del trabajo bancario: de nuevo, lo funcional congenia con lo artístico, como observamos en un lateral por donde asoma una encantadora cúpula de cerámica blanca y azul, alojada en la zona de confluencia con el callejón vecino y destinada en origen a asegurar la ventilación del edificio. Es el piso donde por cierto se obra otro prodigio: suena la palabra magia de labios de nuestros anfitriones y hay que darles la razón. Parecemos los dueños de un castillo examinando la calle desde las almenas.

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  1. El genio de la lámpara

Concluye la caminata a los pies (de nuevo) de la protagonista de estas líneas, nuestra querida escalera. El brillante juego de rejería que siluetea la barandilla y las losetas en barro cocido del pavimento nos conducen de vuelta hacia Pintor Sorolla, mientras dejamos atrás ejemplos impagables del concepto principal que se respira en el palacete: la idea de armonía. Para forjar ese intangible las distintas rehabilitaciones se han ayudado de la potencia propia del palacio fundacional, de los secretos que aún conserva (como la antigua capilla) y del brillo que garantizaron los ejemplares gremios artesanales que aquí dejaron su huella, pero también del talento convocado para mejorar el original. El ingenio del arquitecto valenciano Ximo Sanchis, responsable de la rehabilitación del Palacio, o el magisterio del diseñador Pepe Cortés, autor del proyecto de interiorismo que ensambla a la perfección esas dos ideas tan presentes durante la visita: la tensión magníficamente resuelta entre el ayer, el hoy y el mañana. Una feliz convivencia que se puede simbolizar en un detalle que no debería pasar desapercibido: su privilegiada luz. Una luminosidad que obedece al modélico ejercicio de arquitectura con que nació pero también al inteligente proceso de readaptación, coronado en la espectacular luminaria llamada Taraxacum, una criatura del recordado maestro italiano Achille Castiglione consistente en 20 triángulos de aluminio forjados alrededor de 60 bombillas.

El genio de la lámpara hace brillar todo el Palacio: no hay metáfora más pertinente para concluir nuestra visita, que cerramos cayendo por supuesto en la tentación. Una mirada final a su maravillosa escalera.

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