Urgente Decenas de premios con el sorteo de Eurodreams de este lunes
El arquitecto, según una caricatura de Ernesto Guasap que figura en el catálogo de la exposición que le dedica el Colegio de Arquitectos.

Borso di Carminati, mucho más que el padre del Rialto

PIEDRAS QUE HABLAN ·

Una exposición en el Colegio de Arquitectos reivindica el legado del autor de edificios icónicos de Valencia, que firmó obras como el célebre cine y otras también muy singulares: Bombas Gens o el edificio Vizcaíno

Jorge Alacid

Valencia

Martes, 30 de julio 2024, 00:30

Hay a lo largo de la historia numerosos ejemplos de cómo algunas de sus creaciones acaban devorando a sus autores, incapaces de alcanzar entre el ... gran público un reconocimiento superior al eco que suscita por ejemplo la Torre Eiffel, cuyo magnetismo anula el resto de obras del ingeniero francés que dejó para la posteridad un legado tan magnífico. Entre nosotros, un fenómeno similar ocurre en algunas muestras de la mejor arquitectura: Demetrio Ribes será para siempre el autor de la espléndida Estación del Norte, al margen del resto de criaturas que alumbró en su tablero. Otro colega, su contemporáneo Cayetano Borso di Carminati, puede alegar un menosprecio parecido a su extraordinaria y fecunda trayectoria, repleta de obras de esmerado gusto que resisten muy bien el paso del tiempo. No importa: para Valencia será siempre el padre del Rialto, esa obra cumbre del mejor racionalismo que nos saluda majestuosa cuando cruzamos por la plaza del Ayuntamiento. Y, sin embargo...

Publicidad

Sin embargo, Di Carminati fue un arquitecto cuya huella entre nosotros merece un reconocimiento superior. El mismo que debería corresponder al resto de su herencia, formada por un fenomenal catálogo de piezas de gran relieve, que desde el Colegio de Arquitectos de Valencia se reivindica mediante una interesante exposición que puede visitarse hasta septiembre en su sede de la calle Hernán Cortés. Son treinta paneles que recopilan las deslumbrantes creaciones del arquitecto de origen italiano, nacido en Valencia en 1900, formado en Barcelona y fallecido 72 años después: entre medias, firmó una brillante carrera, dueña de un estilo muy singular cuya huella se deja ver en la exposición asociada al estilo donde militó: el racionalismo.

Los arquitectos Jorge Stuyck y Francisco Taberner, que han comisariado la exposición, aluden precisamente a esa condición de profesional muy dotado para el código racionalista como el rasgo dominante en su lenguaje arquitectónico, aunque también precisan en el catálogo publicado por el Colegio la conveniencia de no reducir la obra de Di Carminati esa lectura primordial. «Su trayectoria muy productiva y rica en matices», escriben, «se puede resumir en varias etapas». Entre ellas, aluden por ejemplo a un periodo donde el autor de obras como el edificio fabril para Bombas Gens (hoy centro de arte) se decantó por un léxico adherido a las consignas del art déco y el neobarroquismo. Una serie de obras de signo modernistas avalan la carrera del primer Di Carminati, que más tarde transitó en efecto por los preceptos racionalistas (y ahí tenemos para demostrarlo a su obra clave, el Rialto) y acabó buscando su propia voz como arquitecto, mediados los años 40 del siglo pasado, en una serie de encargos donde se puede detectar eso que los comisarios llaman «tradición castiza».

Es el Borso di Carminati que para entonces ocupa incluso un asiento como concejal en el Ayuntamiento de Valencia, que no fue inmune a la lectura revisionista que por aquel tiempo distinguió a sus compañeros de generación: una búsqueda del estilo nacional, de acuerdo con el signo de aquellos años, que revisa su ideario y lo hace proclive a aceptar los postulados herrerianos. Según los códigos del autor del Escorial deben por lo tanto entenderse algunas de las obras que el protagonista de la exposición legó a Valencia en esa fase postrera de su carrera: un neocasticisimo que acaba desembocando en el periodo tal vez más interesante de su biografía. Cuando abraza el espíritu más moderno de la época, que en su caso coincide con la colaboración profesional de otro arquitecto, Rafael Contel.

Publicidad

Junto a Contel, Borso di Carminati «refuerza sus postulados», como anotan Stuyck y Taberner en su escrito para el catálogo, y avanzan hacia un estilo muy original, basado en sumar a su vocación racionalista nuevos postulado. Austeridad y funcionalidad son dos nociones que destacan en las obras que desarrollan desde 1954, muy apreciable en proyectos que firman juntos, como las Escuelas Profesionales San José, un hermoso edificio alojado en la avenida de las Cortes Valencianas, espléndida muestra de ese estilo que desata con seguridad toda su libertad creativa. Es un proyecto de 1961-1963 al que sigue otro de los que figuran en la exposición y que dan cuenta también de esa misma tendencia: la Colegiata de San Bartolomé, la sugerente pieza ubicad en la avenida Reino de Valencia, un gesto de absoluta modernidad para la ciudad de aquel tiempo (1962-64) que hoy mantiene toda su vigencia.

Hasta llegar a ese punto donde Cayetano Borso despliega toda su capacidad inventiva, la exposición detalla cómo su carrera se ve muy beneficiada no sólo por su propio talento, sino también por la influencia que sobre su obra ejercen maestros con quienes colaboró. Es el caso de Javier Goerlich, con quien coopera por ejemplo para levantar el edificio Barrachina, otro icono del centro de Valencia. O el caso de nada menos que Fernando Moreno Barberá, con quien firma conjuntamente un encargo tan valioso como recientemente muy maltratado: la Escuela de Agrónomos, en la avenida de Blasco Ibáñez.

Publicidad

Ateneo, Edificio Vizcaíno y Rialto, tres proyectos de Borso di Carminati. J. Signes

Una pieza postrera, fechada entre 1960 y 1967, que añade brillo a una trayectoria notabilísima, centrada en la constante investigación en el uso de nuevos materiales, como advierten los comisarios de la exposición, y también en la profundización en el conocimiento de las distintas tipologías que atravesaron su tablero. En el mismo catálogo, Marina Sender, presidenta del Colegio, alude precisamente a ese sello diferencial de Borso di Carminati: su capacidad para dotar a Valencia de edificios muy emblemáticos a lo largo de las diferentes décadas en que desarrolló su obra, lo cual incluye sus ocho piezas seleccionadas por el movimiento DOCOMOMO Ibérico. Criaturas que le dieron una sobresaliente fama en vida, porque además muchas de ellas nacieron dotadas de cierta vocación a erigirse como emblemas ciudadanos. Encargos erigidos, como algunos de los citados, en el corazón de Valencia, edificios muy enraizados en el imaginario colectivo y popular. Obras con las que cualquier habitante de Valencia está familiarizado, como el edifico Vizcaíno de la calle Ribera, porque el arquitecto dejó con seguridad la mejor parte de su talento en las calles que rodean a la plaza del Ayuntamiento y en este mismo enclave, donde también firmó el deslumbrante edificio para el Ateneo.

Se trata de una pieza vecina del principal hallazgo que cimentó su fama entre nosotros. Ese estilizado edificio llamado Rialto, nacido como cine, que hoy alberga la sede de la Filmoteca, en cuyo vientre se aloja una coqueta cafetería de primoroso encanto como todo el conjunto. Un proyecto de 1935 que dotó a su autor de una fama que aún perdura, porque la recia modernidad del edificio supera muy bien el paso de los años. A punto de convertirse en centenario, su silueta encajonada entre los edificios que lo escoltan dispone de una identidad muy acusada. Una férrea predisposición a eliminar cualquier rasgo decorativo como era norma en el lenguaje racionalista, que convive con una enérgica verticalidad de enorme vigencia: la obra por la que su autor es tan conocido entre nosotros que amenaza con eclipsar el resto de su carrera. Un temor que la exposición del Colegio ayuda a eliminar.

Publicidad

Un arquitecto todoterreno

La exposición que el Colegio de Arquitectos dedica a Cayetano Borso di Carminati se detiene en observar su carrera como la suma de estilos que contiene sus obras principales y también en función de un atributo muy caro a quienes ejercieron su oficio en aquella España: su disposición a aceptar cuantos encargos desfilaran por su tablero. Hoteles en Oropesa o Cullera, edificios dotacionales (tipología escolar, fabril o de ocio) y por supuesto aquel maná llamado arquitectura doméstica, que sobre todo después de la Guerra Civil inundó Valencia, y el resto de España, de viviendas para satisfacer las expectativas de la sociedad de entonces. Esa clase media que se fraguó mediados los años 60 para quienes levantó edificios de Alboraya a Nazaret, pasando por Patraix.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad