
La casa que anuncia el nuevo Nazaret
CASAS QUE HABLAN ·
Una elegante transformación convierte un antiguo bar en una coqueta vivienda que mantiene un fértil diálogo con su entorno: una pista del porvenir luminoso que aguarda al barrioSecciones
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CASAS QUE HABLAN ·
Una elegante transformación convierte un antiguo bar en una coqueta vivienda que mantiene un fértil diálogo con su entorno: una pista del porvenir luminoso que aguarda al barrioFue un flechazo, un amor a primera vista. Una corazonada que condujo a Marta y Pablo, una pareja de profesionales valencianos, a mudarse desde su ... piso en el centro de la ciudad hasta esta esquina del barrio de Nazaret, un enclave privilegiado… cuando se supera como ellos hicieron los viejos estigmas que hablan de un barrio que nada tiene que ver con el actual. Nazaret, el nuevo Nazaret, se dibuja ya en el porvenir inmediato como un barrio pendiente de conquistar para la vida doméstica. Sólo se necesita el olfato, buen ojo y carácter intrépido y acogedor que distingue a estos nuevos habitantes del barrio, que llevan aquí un año y no cambian su flamante vivienda por ninguna otra alternativa. Otro Nazaret es posible. Ellos lo demuestran.
Ellos y su vivienda. Un confortable espacio ubicado casi frente al mar, vecino del otrora castizo balneario Benimar, un emporio de baños, aperitivos y banquetes a pie de la vieja playa ya desaparecida que recordarán los valencianos más veteranos. Rodeado de zona verde, el coqueto edificio que han rehabilitado como hogar fue durante largo tiempo un bar, el Salvador, como apuntan también los vecinos más veteranos. Durante veinte años, estuvo abandonado. Esperaba tal vez sin saberlo que llegara la ingeniosa mano de Marta, arquitecta de profesión, para dotar a la construcción de una nueva vida a partir de un gesto definitivo, que ayuda a explicar la reinvención del viejo bar como vivienda: permitir que la antigua casa se expresara, mediante una sutil interpretación de sus interesantes atributos originales. Respetar la elocuente distribución de la planta baja permite dotar a la vivienda de un profundo estilo porque mira hacia el pasado y también hacia el presente, a través de las preciosas celosías de los ventanales orientados al sur que se mantienen tal cual los encontraron sus nuevos propietarios.
No es el único detalle que nos habla del inteligente aprovechamiento de las posibilidades que encerraba su adquisición, una edificación de planta baja más primer piso que Marta y Pablo encontraron al final de una calle que atraviesa Nazaret como una flecha y donde se observa también un futuro tan prometedor como el que para ellos encarna este nuevo proyecto de vida y su pequeñín, que corretea feliz por la casa recién estrenada. Una casa muy disfrutona, como dice ella. Un espacio desbordante de confort, que se distribuye desde la entrada al resto del espacio cruzando la coqueta zona estancial: cocina en isla, comedor, salón con chimenea y el estudio, al que se accede salvando el antiguo aseo. La vivienda cuenta ahora allí con su propio baño, frontera con una de las joyas: puesto que el antiguo bar estaba especializado en paellas, contaba al fondo con su propio paellero, desde luego. Unos metros cuadrados que son un lujo genuino y sirven ahora un poco para el mismo fin: organizar paellas y ejercer como buenos anfitriones, uno de los rasgos de su carácter que destaca Marta. En Nochevieja se llegaron a reunir hasta treinta personas, a la luz de las estrellas: un idílico punto de reunión dotado también de su propio paellero y perfumado por las tomateras que lindan con la finca vecina y dotan de un aliciente adicional al encantador patio.
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Hasta llegar a ese espacio, la vivienda dispone de otros sugerentes atractivos. Un espléndido suelo de cemento que dota de un aire informal pero muy vivido a la decoración, excelente mobiliario de autor (que denota la profesión de Marta y la de Pablo, decorador) y un astuto muro de ladrillos que configura el lateral orientado al oeste y opera como cámara bufa, según los procedimientos constructivos extraídos de la mejor arquitectura, la que no pasa de moda. Ese muro ejerce como cámara acústica y ayuda además al adecuado aislamiento de la vivienda, datada por cierto en 1948. Tiene algo de guiño juguetón porque contribuye a realzar la horizontalidad del conjunto, beneficiario de una línea también horizontal que recorre todo el espacio y añade rigor a la afortunada rehabilitación. Es un elemento que destaca Marta mientras confiesa su profundo contento con el resultado de la reforma y apunta hacia otro factor decisivo para el feliz desenlace: su espléndida orientación, un plano norte/sur algo inclinado que garantiza amaneceres de ensueño y atardeceres también de postal. A ella, que se confiesa feliz como flamante vecina de Nazaret, testigo privilegiado de los cielos rosas de Valencia, le gusta hasta el curioso skyline del barrio, formado por las grúas que alertan de la vecindad del puerto.
En el primer piso, al que se accede a través de una estupenda escalera de fenomenal madera que forma una leve ele, se distribuyen tres habitaciones y un baño. Desde el dormitorio principal, que dispone de vestidor, un ventanal abre paso hacia la otra joya de la vivienda: una terraza que se asoma a Nazaret y asegura una doble lectura. A saber: es una atalaya hacia lo que el barrio ha sido y todavía es, una zona que conecta con el alma huertana y marítima de Valencia, pero que permite intuir el hermoso futuro que se anuncia. Sirve por otro lado para recordar que también otra arquitectura es posible: del deteriorado caserón que se encontraron sus dueños, a esta formidable rehabilitación media un cuidado ejemplar de la realidad constructiva con que tropezaron y que salvaron. Esas crujías que en planta baja organizan el espacio diáfano para que cada estancia tenga su propia identidad, los rotundos muros que también han sobrevivido a la reforma y que algo tienen de metáfora de todo el espacio: hablan del ayer mientras hablan del hoy. En total, 160 metros cuadrados habitables más otros 120 sumando patio y terraza, repartidos entre esos espacios interiores que Marta define como ambiguos, ambivalentes, camuflados algunos de ellos como ese rincón a la entrada que escamotea a la vista el cubículo donde duerme una moto. Un lujo, como insiste Marta, que regala una frase que puede servir para definir su casa y también tiene pinta de titular: en la arquitectura, el lujo, advierte, está en los espacios.
En los espacios interiores y en los exteriores, habrá que añadir. Porque de puertas hacia afuera su vivienda ofrece también motivos para felicitar a sus propietarios. Contemplando su fachada, se entiende muy bien la sensación que les dominó cuando la conocieron. Un sentimiento de pertenencia que todavía les domina, la sensación de que esa casa les estaba esperando. Vieron ya entonces lo que cualquiera puede ver hoy, que era la oportunidad que andaban buscando. Y vieron que no hay en Valencia ahora mismo un barrio con tantas posibilidades como Nazaret, donde detectan que algunas zonas como las Moreras se arriesgan a sufrir un proceso de gentrificación aún incipiente. Un peligro que de momento esquiva este privilegiado sector donde habitan Marta y Pablo, la casa donde se hace posible el milagro de recuperar para Valencia el auténtico espíritu de barrio, la esencia del querido Nazaret. El alma que anida también en sus palabras. «Nos parece un barrio», concluye, «con muchas posibilidades».
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