Vivienda en Dénia que forma parte del programa de intercambio de la firma HomeExchange.
En tu casa y en la mía: por 160 euros, veinte días en Nueva York
Tres mil familias de la Comunitat forman parte del sistema de intercambio de viviendas para vacaciones que nota un apogeo desde la pandemia y se reivindica como un modelo alternativo al alojamiento turístico convencional ·
Es un hábito que exige para implantarse entre nosotros de manera masiva eliminar cierta brecha cultural, muy propia de la mentalidad española: apartar la renuencia a abrir nuestras casas a los desconocidos. Superada esa aduana mental, suprimido ese condicionante de orden psicológico, quien lo desee ... ya puede formar parte de esa comunidad integrada por casi 3.000 familias valencianas que practican el intercambio de casas para sus vacaciones. A ese número asciende el total de registros que obra en poder de HomeExchange, la principal plataforma de este modelo de alojamiento, que este domingo vive una jornada especial. Un día de puertas abiertas para que quienes estén interesados en asociarse a ese colectivo puedan conocer sus ventajas (y las desventajas, que alguna habrá) a través de la experiencia que transmitan quienes se iniciaron en esta práctica hace tiempo y disfrutan de placeres como los que describe gráficamente Pilar Manrique, portavoz de la empresa… y asociada ella misma a este sistema de intercambio de vivienda: por sólo 160 euros, estuvo con su familia tres semanas residiendo en un piso de Nueva York.
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Con esas palabras alude al coste económico que exige su entidad: 160 euros es la cuota anual que pagan los miembros del colectivo, una tarifa que garantiza a partir de esa derrama una especie de barra libre en materia de alojamiento y que se refleja muy bien en ese ejemplo en primera persona que ella esgrime. El verano pasado, pasó esos veinte días en una casa de Brooklyn mientras la familia propietaria (integrada como la suya por la pareja y un par de criaturas) se alojaba en su vivienda de Córdoba. Es un precio contenido, insiste Manrique en referencia a la cuota anual, porque según las tarifas actuales del sector de hoteles y similares, disfrutar de un fin de semana cualquiera fuera de casa ya hace que el desembolso se justifique y se vuelve a poner ella misma de ejemplo: acaba de pasar unos días en Sevilla «en un casa estupenda» sin tener que abrir la billetera.
Tres rincones de la vivienda que Irene, miembro de una familia integrada en el servicio de intercambio, pone a disposición de HomeExchange.
No es el único beneficio que Manrique incluye entre los propios de este modelo de alojamiento, que registra según su experiencia un lento pero seguro avance y que vive una suerte de apogeo desde la pandemia, que dinamitó viejos usos sociales y propinó un empujón a este sistema que ofrece a quienes lo secundan una garantía adicional de limpieza y confort. «Todo el mundo que participa», señala, «deja su casa en las mismas condiciones en que quiere que esté la que se va a encontrar». Esa conspiración entre los usuarios explica el elevado nivel de conformidad (el año pasado se cerró con un porcentaje de quejas que no alcanzó el 1% en toda España) y también uno de los atributos que esgrimen desde HomeExchange para realzar las virtudes de su producto: en caso de cancelaciones, el sistema opera con un alto grado de eficacia mediante el acuerdo entre usuarios que evita los sofocos propios de un trance similar en el caso de hoteles, pisos turísticos y alojamientos más convencionales, incluyendo la posibilidad de disfrutar de la estancia en otras fechas en caso de contratiempo. «Es un modelo menos masificado que otras formas turísticas tradicionales», observa Manrique.
Una opinión que comparte Irene, una valenciana que este domingo ha participado en el programa de puertas abiertas, dejando libre el acceso a la vivienda donde este fin de semana se aloja una familia neerlandesa. Ella pone el foco sobre un beneficio que le ha llamado la atención desde que se animó a participar en este modelo de alojamiento: la dicha que despierta entre sus hijos. «Les encanta llegar a una casa nueva y ver que tienen otros juguetes», sonríe. Y añade: «Más que hacer turismo, esto es como que de repente te conviertes en una persona más del sitio al que vas». «Conoces costumbres, cómo viven esas personas que te dejan su casa, cómo apreciar las particularidades de cada sitio, porque no es una forma de viajar para ahorra dinero tan sólo, sino mucho más», afirma. «Es formar parte de una comunidad con la que compartes una manera de viajar mucho más auténtica».
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¿Otras ventajas? Algunas cuantas más que menciona la responsable de HomeExchange. Por ejemplo, que las viviendas registradas en su empresa se someten a un ritmo de rotación menor que las habitaciones de métodos más clásicos de alojamiento, un factor que dota de una cuota superior de tranquilidad al viajero. En su caso, no hay un tiempo mínimo ni máximo de estancia: depende del acuerdo entre quienes recurran a su empresa. «Puede ser desde tres meses en Australia a un día en no sé dónde», afirma mencionando casos que conoce de primera mano. «No deja de ser una negociación», añade, Manrique en referencia a las conversaciones previas al acuerdo que se establecen entre los propietarios, que firman cuando se asocian la aceptación a las condiciones de uso y asumen también posibles incidencias por cancelaciones, con un régimen de garantías fijado para posibles penalizaciones… que apenas se utiliza. «Es un modelo basado en la confianza», subraya Manrique. Una confianza mutua que explica el bajo nivel de quejas y el éxito creciente de un sistema «que funciona porque somos una comunidad formada por personas respetuosas». Una frase que coincide con la opinión de Irene: «El respeto es fundamental. Hay que dejar la casa a la que viajas mejor que como te la encuentras. Mejor que si fuera tuya».
«Yo voy a tu casa en Navidad y tú vienes a la mía en verano»
Desde su hogar de Valencia, Nuria reflexiona en voz alta para compartir la elevada satisfacción con que resume su pertenencia al programa de HomeExchange. Maestra de profesión, recuerda que se enteró de la existencia de este modelo de alojamiento gracias a una compañera y se animó a intercambiar su residencia principal; luego, añadió la segunda vivienda de de la familia, un apartamento en Gandia de sus suegros que apenas utilizaban. «Hay varias modalidades», relata. «Intercambio recíproco, simultáneo o no: yo voy a tu casa en Navidad y tú vienes a la mía en verano», añade. Esta posibilidad es más sencilla cuando, como en su caso, se dispone de una segunda casa porque no tiene que irse a vivir del hogar familiar: «Es mucho más cómodo», admite. También habla de una alternativa distinta, un programa de baremación según el cual cada alojamiento se categoriza en función de sus atributos y los participantes disponen de una especie de bolsa de puntos que usan para acudir a otros hogares distintos al de quien llega a su casa a alojarse. Recurriendo a uno de los diferentes modelos ha ido recibiendo a visitantes franceses, irlandeses, argentinos... Y también con viajeros nacionales: «Vamos siempre en verano a una zona de Mallorca espectacular, a casa de una familia que luego viene por Fallas». No es el único viaje que le arranca una sonrisa: en su memoria crepita aún su primer año como miembro de HomeExchange, cuando se recorrió el mundo en los dos meses de vacaciones. «Sólo dormí un par de noches en Valencia», recuerda. Mallorca, Menorca, Ibiza, Cadaqués, Almería, Tarragona... Un verano interminable, tan dichoso como aquellos doce días de descanso en Nueva York durante la Semana Santa del año pasado, una experiencia «espectacular». Y concluye: «Ya no concibo viajar de otra manera».
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