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Decoración en forma de pavo real, obra del arquitecto catalán Antonio Gaudí, en el comercio del Pasaje Ripalda. J. Signes

CASAS QUE HABLAN

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La obra de Gaudí que resiste en Valencia (y espera un futuro mejor)

La única huella del arquitecto en la capital, unas semicúpulas que decoraron un comercio del Pasaje Ripalda que cierra este mes sus puertas, siguen a la espera de volver a integrarse con los elementos de forja que sobreviven en el escaparate

Jorge Alacid

Valencia

Viernes, 8 de diciembre 2023, 01:18

Unos hermosos pavos reales metálicos saludan al paseante desde el Pasaje Ripalda, en el acceso por San Vicente, desde hace tanto tiempo que la memoria ... se desvanece. Nos hemos acostumbrado a cruzar ante ellos con tanta frecuencia que casi son invisibles. No siempre estuvieron allí, claro. Nacieron en 1906, cuando el propietario del local donde anidan tuvo la brillante idea de dotar a su comercio de una fisonomía singular, diferencial. El señor Álvaro Oltra, además de bautizar con su apellido al entonces flamante negocio, quería que su clientela quedara imantada a su oferta y pensó en reclamar los servicios de un acreditado artista valenciano para que hiciera realidad su sueño. El artista no era un cualquiera: se llamaba Manuel Benedito, cima de la pintura valenciana de aquel tiempo, amigo de la entera confianza de Oltra. Alumno de Sorolla, en los albores del siglo XX se había especializado en el género histórico pero aceptó también este encargo de otra naturaleza, más bien decorativa, y puso su ingenio al servicio de su amigo comerciante.

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Benedito tal vez fue incluso más lejos de cuanto su cliente tenía en la cabeza, porque diseñó un elegante espacio, al que aportó una creación propia: una magnífica escalera de madera que unía la planta baja con el entresuelo. También añadió un tesoro de enorme valor. Como amigo que era del arquitecto Antonio Gaudí, entonces en la cumbre de su fama, contactó con él y lo reclutó para la causa: quedaba así sellado su apellido a Valencia, gracias a la única obra con que la ciudad ha contado a lo largo de la historia. Una historia con mucha letra pequeña que está a punto de vivir un nuevo capítulo: el comercio que decoran sus criaturas, hoy una zapatería, está a punto de traspasarse. Cierra sus puertas este mismo mes. Y aquel ingenio de Gaudí, consistente no sólo en esos hermosos pavos sino en una serie de semicúpulas que ornamentaban su interior y desaparecieron con las distintas encarnaciones de la tienda, duerme el sueño de los justos, a la espera de que alguna mano amiga (el Ayuntamiento o el Consell, por ejemplo, o la iniciativa privada) repare en su valor y le conceda un futuro mejor.

Sería un nuevo eslabón en una cadena de anécdotas muy fecunda desde que en aquel lejano año 1906 en que se puso en pie el comercio. Gracias a la mediación de Benedito con el célebre autor de la Sagrada Familia, Gaudí aceptó el encargo y por 22.000 pesetas de entonces (más o menos, medio millón de euros en la actualidad) concibió esa rica decoración basada en las serie de semicúpulas engarzadas en el interior con las imágenes de forja que se observan desde el exterior. Unos elementos recogidos en numerosos testimonios gráficos: los mismos que el actual dueño de la tienda, el empresario Guillermo Miralles, accede a enseñar a LAS PROVINCIAS. Los custodia en otro local de su propiedad, a buen recaudo, protegidos por severas medidas de seguridad y en razonable estado de conservación, a pesar de los avatares propios de sus mudanzas y traslados.

Mientras enseña las obras de Gaudí y Benedito, desmontadas ambas pero bien organizadas elemento por elemento para devolverlas a la vida si fuera el caso, Miralles, un fecundo empresario a quien aún se recuerda al frente de su horno en Embajador Vich, rememora cómo se hizo con el negocio ubicado en el Pasaje Ripalda justo noventa años después de que naciera. Era el año 1996. Los Oltra se desprendieron de su local (emplazado bajo la vivienda donde había residido el fundador de la saga desde que levantó el edificio, una magna obra del arquitecto valenciano Joaquín María Arnau) y las piezas, ya desengarzadas, fueron a parar a este local que ahora recorremos. Valiosos bienes de un tiempo donde aquellos alardes decorativos dignificaban al comercio valenciano y a la ciudad entera.

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En realidad, cuanto sabemos sobre la huella de Gaudí en Valencia es un relato más o menos conocido. La mayor parte de estos detalles, que a veces coquetean con la leyenda, se habían publicado en los últimos años, pero ver con nuestros ojos que, en efecto, aquella obra del prestigioso arquitecto (la única que firmó en Valencia, habrá que insistir) sobrevive a los avatares del tiempo añade un punto de magia y emoción a esta historia, que narran al alimón el propio Miralles y también Vicente Oltra. En su elegante piso de la calle Bachiller, pertrechado no sólo por su envidiable memoria, sino de un copioso aparato gráfico reunido en distintas publicaciones que ha ido entregando a la imprenta y otras que guarda en su ordenador, Oltra comparte para LAS PROVINCIAS el testimonio de aquel negocio llamado Novedades Oltra, el añorado comercio que defendió su abuelo, célebre en Valencia porque también poseía otro situado casi enfrente, en la plaza del Ayuntamiento, donde hoy se ubica el Hotel Meliá. Durante la charla, recalca lo que luego podremos comprobar de la mano de Miralles: que el encargo existió, frente a las dudas que habían ido surgiendo a medida que la obra de Gaudí se veía sumida en una azarosa trayectoria, y lo hace con vehemencia: «Yo he visto la factura con mis propios ojos».

Aquel documento se perdió en alguna mudanza y no puede por lo tanto atestiguar sus palabras, expresadas con una convicción contagiosa mientras apunta al estilo claramente modernista que aún se aprecia en los elementos de forja que resisten, sosteniendo con gracia y hermosura la cara cristalera: un vidrio pirograbado procedente de Bohemia, que llevaba incluso inscrito el nombre del comercio según su memoria y también la firma del propio Gaudí, un detalle ahora imposible de comprobar mientras revisamos los vidrios que duermen en el local de Miralles. La tienda que los alojaba fue en origen un negocio textil, transformado luego en cafetería, librería más tarde, y hoy esta zapatería que anuncia su inminente adiós y da por lo tanto pie a la intriga: qué será de los restos de Gaudí en su siguiente encarnación.

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La misma pregunta que encaja Miralles sin responder, encogiéndose de hombros. Los elementos de forja que decoran el local se mantendrán a él adheridos, desde luego, aunque hace ver que al menos dos de ellos se vieron dañados en el pasado, hasta el punto de que hubo que encargar reponerlos: son logradas copias de los originales, que necesitarán nuevos cuidados cuando el 31 de diciembre concluya el contrato de arrendamiento, a la espera de un nuevo inquilino que dote al comercio del mimo que requiere la obra de Gaudí.

Las otras piezas que custodian los Miralles aguardan mejores días. Esta mañana de otoño su dueño pasea la mirada por todos esos elementos que han sobrevivido, los acaricia incluso con la mano como si tuvieran vida. En un rincón, las maderas (perfectamente numeradas) que formaban la escalera de Benedito; en otro, los elementos de la barandilla que ayudaban a trepar hasta el entresuelo y a descender por ella, a través de la elegante curva que dibujaba. Más allá, en el mismo local, mantienen con la obra del pintor valenciano un mudo diálogo las piezas de Gaudí, también perfectamente ordenadas. Son esas delicadas semicúpulas, mezcla de forja y vidrio, que hasta ahora sólo se habían visto por fotos antiguas, sobre cuyo encanto se extiende Miralles. «Cuando se iluminaban con luz cenital», recuerda, «eran de una elegancia sublime».

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Lo dice con un punto de nostalgia. Tal vez también de lástima, porque habita en sus palabras ese aire melancólico de quien desearía que su propiedad tuviera una ubicación más acorde con su dignidad. De ahí que piense que su posible destino fuera su adquisición por el sector público. O por algún mecenas. Un anónimo comprador que poseyera la clase de sensibilidad que merece un bien tan valioso para apreciarlo en todo su esplendor y que supiera ver el valor de lo que significa para Valencia retener la única obra que dejó Gaudí entre nosotros. Todo lo contrario al desinterés que ese conjunto de piezas ha recibido hasta ahora y que tampoco merece la perdida, pero hallada, escalera de Benedito. Lo contrario, en fin, a lo que ha percibido el propio Miralles cuando alguna vez negoció la posibilidad de desprenderse de sus posesiones, una fría acogida de las instituciones públicas que le ha desmoralizado y que resume en una frase reveladora: «Sólo me he encontrado el menosprecio del que ignora».

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