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Planta baja, nuestro Fort Knox
Chequeo de seguridad a cargo del equipo de la Guardia Civil que custodian el edificio, minuciosos trámites previos de seguridad, secretos que se medio entrevén durante el recorrido pero que deben quedarse dentro de estos muros… El catálogo de normas de protección que aplica el Banco de España es tan detallado como se puede deducir de la alta misión que tiene encargada. Es como una suerte de gran notario, el fedatario de la que las transacciones bancarias se ejecutan según los mandatos del buen gobierno, para salvaguardar los derechos del consumidor. Las cámaras que durante toda la visita nos acompañan empiezan su tarea de vigilancia extramuros y la siguen en cada estancia del edificio, con especial predilección por la planta baja, donde recibe su directora, Paloma Martínez, que será nuestra cicerone. Apunta al sistema de vigilancia como uno de los sellos diferenciales del particular Fort Knox valenciano y detalla las funciones que cada día, desde aquel lejano 1918, acomete la institución… con la particularidad de que la misión operativa se ha ido reduciendo. Intermediar por cuenta del Tesoro en el mercado de deuda pública (letras, bonos y obligaciones del Estado) será con alta probabilidad la principal tarea que hoy trae por su sede a la clientela. «La actividad en Deuda Pública se ha incrementado mucho por la subida de los tipos de interés llevada a cabo por el BCE de estos dos últimos años», señala Marín, quien añade: «Nosotros España no cobramos apenas comisiones por dicha operativa en comparación con la banca privada y eso hace más atractivo que los interesados vengan al Banco de España para esta operativa».
Y es una fuente de segura actividad, aunque los mejores tiempos hayan pasado. Un carrusel de clientes entra y sale, acude a la ventanilla o aguarda su turno: en su mayoría, miembros del ala senior de la sociedad valenciana. En otra ventanilla, un trabajador atiende la otra función clave que albergan estas paredes: la gestión del canje de billetes y monedas. A la hora en que hemos entrado, apenas hay movimiento. Cuando salgamos, la actividad se habrá animado. Muchísimo. Pero esa es otra historia.
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Tesoros dentro de una gran caja fuerte
Ya en la planta baja que opera como vestíbulo salta a la vista, junto a las aparatosas medidas de seguridad, otra de esas vertientes que animan a conocer en profundidad este edificio que se levantó según los planos que allá en 1917 dibujó el arquitecto José de Astiz, un profesional con amplia dedicación a esta tarea: facturar la clase de edificios para su principal y casi único cliente, el primer banco de España, que recordase en cada ciudad del país donde plantara sus cimientos la elevada importancia de la institución. De ahí su señorial empaque y también ese aire rotundo, macizo, que desprende su criatura: es un embajador de España en Valencia, cuyas réplicas se extienden por el resto del territorio según esa misma lógica. Cuando ves el edificio desde fuera, igual que cuando traspasas sus puertas, esa idea de poder absoluto que emanó del tablero de Astiz se contagia de un modo sutil pero natural, espontáneo. Esto es un banco pero no cualquier banco. Es el Banco de España: natural que sus paredes custodien una larga serie de tesoros, como este lienzo de Carmen Calvo que nos recibe en el acceso a la imperial escalera que asciende hacia la planta noble. A sus pies, un venerable arcón nos refresca la memoria: guardar tesoros es el primer mandamiento que observan los trabajados de la entidad. Los actuales (una treintena larga de personas, a quienes se añaden operarios de contratas externas y los miembros del equipo de seguridad) y quienes les precedieron. Algunos de los cuales, por cierto, vivían aquí. El Banco de España era su hogar.
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Un hogar en las plantas superiores
Este es otro de los misterios que se desvelan durante la visita y que ayudan a familiarizarse con el edificio. Su solemnidad apabulla en algún rincón de la primera planta, pero saber que hubo valencianos que nacieron aquí, que fijaron su domicilio en este portal de la calle Barcas mientras trabajaban para la institución, suaviza el perfil del Banco de España. Lo hace más amable. Las salas que recorremos ya nos impresionan menos desde que sabemos que tanto la directora como la cajera de la entidad tienen aquí su vivienda, en las plantas superiores del edificio, que llegaron a tener capacidad para albergar a 17 familias en sus mejores días. «Es un lujazo», confiesa Marín al respecto del privilegio que supone dirigir la entidad. Debe ser un lujo doble: tener su puesto de trabajo en un rincón tan próximo al corazón de Valencia y que también este singular edificio sea su casa. Marín nos acompaña por el salón de actos que se ubica en esta planta, con vistas a uno de sus siete patios, apunta hacia unas ventanillas donde el Banco de España atiende otros servicios (solicitudes de información de riesgos bancarios a particulares o las reclamaciones de la clientela contra el sector en general) y luego señala hacia su despacho, precedido de (otra vez) una larga serie de tesoros que enriquecen la experiencia de la visita. El Banco ha ido reuniendo una rica colección de piezas, casi en plan reliquia, que habla de su relevante función al frente de las finanzas españolas y las exhibe para recordarnos, por ejemplo, cómo eran las antiguas calculadoras, aparatosísimas máquinas con un punto intimidante que hoy ven pasar la vida desde la repisa donde les hace compañía otra joya de gran valor: una hermosa báscula de precisión. Una acababa alegoría de qué significa esta institución: la garantía del perfecto equilibrio.
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Planta noble: como una embajada
En su despacho, Marín relata mil anécdotas sobre el edificio donde tiene su hogar y su empleo. Precisa, mientras exhibe unas fotos en blanco y negro, que su actual fisonomía obedece a la decisión tomada en la década de los años 60 del siglo pasado de elevar una planta más sobre la finca original. Eran momentos de muy alta intensidad laboral, cuando el Banco de España bullía de actividad y el número de integrantes de su plantilla era también más elevado que en la actualidad. Hubo que levantar el torreón que hace esquina con la calle Pérez Puyol, recalzarlo para que soportase el peso de otra planta y para que desde entonces siguiera prestando sus servicios, que el paso del tiempo ha ido desfigurado. Se mantiene sin embargo algún atributo de aquel tiempo. Por ejemplo, el indisimulado orgullo con que sus trabajadores desempeñan su labor: si este edificio admite la lectura de ser sede de la Embajada del imaginario colectivo español, ellos son sus mejores diplomáticos. Y se mantiene también, a cada paso de nuestro recorrido, esa obsesión por la seguridad. Dispositivos electrónicos fisgan nuestros pasos, las puertas interiores sólo se abren si Marín acciona la tarjeta preceptiva, en una sala vemos el conjunto de cámaras que nos están espiando... El ingente caudal de dinero que duerme en el Banco de España está muy bien protegido, como lo están las obras de arte, propiedad de los fondos de la institución, que decoran sus paredes. Impresiona un Eusebio Sempere, seduce un Soledad Sevilla: la lista de maravillas es tan prolija como deslumbrante.
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Vuelta al punto de partida
El paseo ha concluido. La planta segunda y tercera, donde tiene sus domicilios las altas directivas de Banco, tienen vetado su acceso por una comprensible preservación de su intimidad, así que nuestro recorrido vuelve al lugar de partida: plantados en el espléndido suelo de granito blanco y negro, festoneado por una elegante cenefa, que es también una muestra del poder inherente a la institución, nos despedimos de nuestra guía mientras observamos un tráfico superior de clientela respecto al momento en que entramos. Son ciudadanos que acuden a aprovecharse del servicio de canje de monedas y billetes, que forman una larga fila ante la ventanilla. En ella aguarda, sentado en un banco, un atrabiliario ciudadano con pinta de mendigo. Lleva unos ropajes desastrados, que congenian mal con la belleza del entorno, y porta en la mano una bolsa de plástico donde tintinea un botín que viene a transforma en papel billete, más manejable. Marín explica que se trata de una clientela habitual, porque el dinero en monedas aparece en los lugares más inesperados… para dicha no sólo de esta clase de pedigüeños, sino de los buscatesoros de la Malvarrosa y otras playas o de los trabajadores de los desguaces: «En los coches se pierden muchísimas más monedas de lo que pensamos».
Es la hora del adiós. Marín nos recuerda que el Banco de España también ejerce una función delicadísima, pero crucial, para ocuparse de la recogida y retirada de billetes falsos y también del canje de los deteriorados («Tenemos una trazabilidad del cien por cien y una tecnología impresionante», avisa) y nos entrega entonces un folleto donde se relata la historia de este formidable edificio, adherida a la propia historia, no menos homérica, de la institución, que antes de enclavarse en la calle Barcas tuvo sede en la calle de la Yerba y en la plaza de la Congregación. Edificios menores, con una apariencia más contenida que este caserón que acabamos de visitar… aunque sólo hemos paseado por las estancias que sí están a la vista. Quedan pendientes todas aquellas que, por esas razones de seguridad que convierten a la finca en una especie de caja fuerte gigante, aseguran el blindaje de los tesoros que aquí se guardan. En su mayor parte, dinero, el vil metal. Normas de protección que son también una contribución a que en la mentalidad pública se siga asociando la idea de máxima seguridad con esas tres palabras: Banco de España. Las directrices que justifican este diálogo final con su directora.
- ¿El edificio tiene también subsuelo?
- Si, el sótano. Ahí están las tres cajas fuertes.
- ¿Se pueden ver?
- No. Es donde se guardan los billetes y las monedas.
- ¿Y usted sabe en cada momento cuánto dinero hay dentro?
- Sí. Lo sé, pero no lo puedo decir.
Y con una sonrisa, nos pone de nuevo en manos del equipo de la Guardia Civil, que nos conduce hasta la salida, siempre vigilados por el haz de cámaras que hacen de este edificio el más blindado de Valencia.
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