Dice César Rus, crítico musical de esta casa, que la acústica del Palau de la Música es «muy buena» y se deshace entonces en elogios ... hacia el autor del edificio, el arquitecto José María García de Paredes, cuya obra conoce bien: fue un raro ejemplo de profesional excepcionalmente dotado para su oficio, que compaginó con su condición de melómano impenitente, como se refleja en la larga serie de auditorios que llevan su firma, diseminados por media España. Es el caso de nuestro Palau, hermano de los repartidos por Madrid, Murcia, Cuenca y Granada, que lleva por cierto el nombre de Manuel de Falla, el eximio compositor con cuya familia estaba emparentado García de Paredes. De ese vínculo extrae Rus una sobresaliente opinión hacia el dominio del arquitecto no sólo de las leyes de su profesión, sino también de los códigos acústicos que desembocan en esa sonoridad «cálida y envolvente» tan propia del Palau, según su dictamen. «Cualquier músico te dirá que es muy fácil tocar en esa sala y que eso les da mucha seguridad», sostiene.
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Sus palabras encuentran un elogioso eco en la exposición dedicada al maestro (1924-1990) que se clausura este domingo en la sede madrileña del Instituto de Crédito Oficial (ICO), organismo embarcado en la reivindicación de los mejores exponentes de la arquitectura moderna española. Son también unánimes las alabanzas que García de Paredes recibe en el catálogo que guía el itinerario por las salas, donde aparece la obra del arquitecto vertebrada en función de las diferentes tipologías que contaron con su concurso. Vemos al autor de hermosas iglesias, el artífice de edificios públicos y privados de toda índole, sus viviendas privadas y colectivas y, por supuesto, sus auditorios. La clase de encargos que le trajo hasta esta orilla del jardín del Turia, donde levantó una hermosa pieza cuya fisonomía tanto conmueve cuando cae la noche y la elegante iluminación interior y exterior contribuye a que el Palau nos recuerde a ratos a un gigantesco animal medio somnoliento, a ratos una especie de majestuoso paquebote anclado en Valencia desde mediados los años 80, cuando se hizo con el proyecto luego de la fama que había adquirido poniendo en pie obras semejantes, para felicidad de la afición musical valenciana... y de los fans de la buena arquitectura.
Esa condición de icono ciudadano, que se pone de manifiesto en el recorrido por la exposición que hermana nuestro Palau con otras criaturas de García de Paredes, nace tal vez del sentido de honda espiritualidad que es probablemente la huella más acusada de su estilo. Lo explica su hija Ángela, también arquitecta, reciente premio nacional de Arquitectura, cuando apela a la especialidad propensión de su padre hacia el contacto con diversas manifestaciones artísticas desde su etapa de formación en la Academia de España, en Roma. «Era una persona absolutamente vinculada al mundo de la cultura y con una sensibilidad extraordinaria», recuerda. Dos vetas de su personalidad que, a juicio de Ángela, «lo alejan de la figura del arquitecto meramente constructor». Se trata por cierto de un atributo que justifica la celebridad que había alcanzado cuando aterrizó por Valencia, reciente el encargo de ocuparse de la instalación del totémico 'Guernica' en el Casón del Buen Retiro madrileño (el primer hogar español de la obra de Picasso), precisamente por su cercanía hacia el mundo de las artes plásticas.
¿Y hacia la música? ¿Cómo canalizaba García de Paredes esa inclinación hacia la más abstracta de las artes? Su hija resalta que, en efecto, su matrimonio con Isabel de Falla, descendiente del inmortal músico, selló para siempre ese vínculo tan especial del arquitecto con una manifestación artística que García de Paredes iría forjando durante toda su vida mediante la relación estrecha con otros melómanos como él, pero también con «musicólogos, investigadores, directores de orquesta y músicos» que acudían al archivo familiar donde reposa la memoria de Manuel de Falla, que el arquitecto guardaba en su propio estudio. Una experiencia que alumbra lo que Ángela García de Paredes denomina «arquitecturas musicales»: esa sobresaliente faceta de su catálogo donde anida el ejemplo del Palau, un modelo de la especialización de su padre en su tipología más querida. «Esa vinculación con el mundo de la música y ese conocimiento que atesora», relata, «llevó a mi padre al estudio de los espacios musicales: cómo debía ser un auditorio desde todos los puntos de vista. Y añade: «No olvidemos que el auditorio como tipología es algo totalmente nuevo, que sólo se empieza a construir en toda Europa en el siglo XX». Resumen: cuando García de Paredes se ocupa de levantar su pieza para Valencia «es la persona que mejor conoce todo ese mundo musical». Se vio favorecido además para recibir el encargo por el extraordinario éxito que había recogido su auditorio para Granada, un aclamado modelo de «inserción de un edificio en un espacio histórico patrimonial», en alusión a su cercanía con los jardines de la Alhambra, que algún parentesco encierra con el caso del Palau de Valencia, camufladas ambas obras en medio de similares espacios de gran valor paisajístico.
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La exposición del ICO, que no por causalidad se llama 'Espacios de encuentro' (una etiqueta que sirve para describir muy bien esa condición que distingue al Palau) culmina en el sótano con una estancia dedicada a enfatizar ese vínculo de José María García de Paredes no sólo con la arquitectura, sino con el resto de las disciplinas artísticas. Contiene piezas que desmienten el carácter frío, casi escandinavo, con que cierta crítica recibió su obra: por el contrario, en estas vitrinas palpita la identidad de un arquitecto de una profunda sentimentalidad, volcado al ejercicio de su oficio desde una concepción monástica alimentada por el contacto con otros creadores de su tiempo que influirían en su obra desde la pintura, la escultura y (por supuesto) la música. Su proyecto de vivienda para Narciso Yepes en Alicante opera como elocuente muestra de su lenguaje: es la Casa la Cantarela, al pie de un acantilado sobre el Cabo Roig, sutilmente emboscada en el paisaje, donde se reflejan las claves del estilo García de Paredes. Esmerada orientación, adecuada ventilación, inserción natural sobre el espacio... Arquitectura mediterránea, de línea clara. La propia del Palau, la propia de un mago de su oficio. Un hechicero del sonido. «Mi padre se quedó absolutamente contento de todos los resultados acústicos de la sala», asegura su hija, Ángela. «Y del edificio, también. La bóveda por ejemplo es una maravilla», añade. ¿Conclusión? «Es un edificio que yo creo que lo disfrutó muchísimo».
Del éxito cosechado en Granada al que aguardaba poco después para un proyecto similar en Madrid (el Auditorio Nacional, una obra de comienzos de los años 80), se llega por una especie de proceso de decantación natural al Palau de Valencia, donde García de Paredes deja la señal de su estilo, muy inspirado en la tradición clásica que interpreta mediante una estilización de su léxico para conferir al edificio un tinte casi religioso, propio de la otra vertiente capital de su obra: templos como la madrileña capilla del Colegio San José o la iglesia de la Fuenciscla, en Almendrales (Madrid), hermanados con su obra valenciana por esa especie de aspiración a la espiritualidad más trascendente (un valor inherente por cierto a la música clásica), que resuelve en el Palau con una «acústica extraordinaria», a juicio de su hija. «Es una obra que «tiene un gran reconocimiento a nivel musical», afirma.
Y no es cualquier acústica. Ángela García de Paredes coincide con César Rus en que la sonoridad del Palau remite a la expresividad tan particular de Valencia, que ella llama «mediterránea». Un adjetivo que también ayuda a entender el otro factor diferencial del Palau: su delicado encaje en una trama urbana de alta riqueza ambiental, el antiguo cauce del Turia donde el edifico encaja como si llevara allí desde siempre y no fuera una instalación más o menos reciente. Cuarenta años después, sigue manteniendo con su entorno el interesante diálogo propuesto cuando ese tramo del jardín era sólo un descampado, apenas un proyecto nonato en el tablero de otro arquitecto de prestigio, Ricardo Bofill, con quien recuerda Ángela García de Paredes que su padre mantuvo una fértil conversación para alcanzar su propósito de fondo: que teniendo en cuenta que el Palau sería «prácticamente el único espacio público» de todo ese entorno, levantar una pieza más bien discreta, «un pequeño pabellón», según sus palabras, «que casi cuesta encontrar» dentro del parque. «Está tan rodeado de árboles que parece como englobado entre los jardines», subraya. Una apariencia de invernadero donde reside una de sus fortalezas, como observa la hija del arquitecto: «Todos sus auditorios están pensados para un sitio concreto y también el Palau de Valencia: nació para estar precisamente ahí, para ese lugar y no para otro. Para estar rodeado por el jardín del Turia».
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