![El misterio valenciano del Prestige: un bloque de apartamentos en mitad de la nada](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/07/28/1468337638-U200486708303aaH-RSed4k6sWNg51OB4uQbQsMJ-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
![El misterio valenciano del Prestige: un bloque de apartamentos en mitad de la nada](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/07/28/1468337638-U200486708303aaH-RSed4k6sWNg51OB4uQbQsMJ-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Es un paraje arriscado, de espectacular belleza, todavía sin someter del todo por el ser humano. Un acantilado al norte de Alcossebre, frontera casi con Peñíscola, el imponente enclave cuya silueta aparece allá al fondo. Un territorio más o menos virgen, donde florecen el tomillo, ... el margalló y el fenoll marí, para dicha de los paseantes que llegan desde el núcleo urbano, superan el entorno del Faro, dejan atrás el camping de Ribamar y exploran el itinerario que surca un camino al borde del mar. Flanqueando sus pasos, un edificio de enormes proporciones dota de enorme misterio al paisaje, embutido en la vertiente más meridional de la sierra de Irta. Es una mole, con aire de búnker. Un ejemplo de buena arquitectura, erigido en un provocador estilo brutalista que no deja indiferente ni al paseante que ya lo tiene muy visto ni al recién desembarcado que acaba de tropezar con este insólito bloque en mitad de la nada. El edificio se llama Apartamentos Prestige. ¿Cómo llegó hasta aquí esta versión mediterránea del hotel que custodiaba Jack Nicholson en 'El resplandor'? ¿Quién puso los cimientos? ¿Quién lo habita? Las siguientes líneas nacen como un intento de responder a esas preguntas.
Entre quienes las contestan figura Domingo Casañ, buen conocedor de la zona. Durante una década regentó el vecino camping de Ribamar, al que se accede por la misma pista forestal mal asfaltada (todo arreglo está vetado para garantizar la buena salud del parque), así que está muy familiarizado con esta criatura que dejará perplejo a quien la descubra. Sus recuerdos sitúan el origen de esta historia lejos, muy lejos. En el tiempo y en el espacio: Casañ relata cómo en los años 60, un grupo de inversores españoles, de origen filipino, se embarcó en la construcción al borde del mar, en la costa de Cádiz, de un complejo de vacaciones al estilo de los grandes resorts norteamericanos. Aquel recién nacido se llamó Sotogrande. Hoy es la admiración de quienes lo visitan: un caso modélico de buen olfato empresarial, que la familia promotora ubicó en un paraje todavía silvestre entonces, de alta riqueza medioambiental. Muy idóneo para la construcción de viviendas de lujo, en régimen de urbanización cerrada, con su propio puerto para atracar el yate y otros privilegios que todavía atraen a millonarios de todo el mundo hasta ese punto situado a mitad de camino entre Gibraltar y la Costa del Sol.
Si Casañ evoca este relato es porque, inspirándose en el caso Sotogrande, otra familia de empresarios con raíces filipinas se interesó poco después (todavía en los años 60) por emplazar en la Comunitat su propia versión de la urbanización gaditana. Estos promotores, de origen vasco, vieron en Alcossebre el destino idóneo para su proyecto. Como en el caso que les sirvió de modelo, también esta punta de la costa estaba exenta del atroz desarrollo urbanístico que ya empezaba a menudear en España. Un espacio inexplorado, ideal para vender a potenciales propietarios su producto: una casa con vistas al mar, enclavada sobre un suelo aún salvaje, en medio de un paraje de inmediata conexión con la naturaleza. Dotaron a su urbanización (instalada en la zona de Las Fuentes) de su propio puerto deportivo, como en Sotogrande, e incluso de su particular supermercado. La historia, según evoca Casañ, no tuvo final feliz. O no tan feliz como en el caso que les valía de inspiración pero al menos tuvo el mérito de detonar un interés semejante en otro grupo de empresarios, también de procedencia vasca, que observó el mapa de Alcossebre, se fijó en las estribaciones de la sierra de Irta y le puso nombre a su sueño: Apartamentos Prestige. Un conjunto de edificios en el linde con Peñíscola bajo los mismos preceptos que Sotogrande: viviendas de lujo, régimen cerrado de urbanización, servicios propios y, sobre todo, ninguna molestia por los alrededores. Solo el sonido que emiten las bandadas de pájaros cuando acuden a picotear por entre los riscos que defienden la tierra del mar.
Tampoco esta otra historia tuvo final feliz. Pero así como el proyecto de Las Fuentes finalmente prosperó y se integró incluso en la trama urbana de Alcossebre, el único edificio proyectado con el nombre de Prestige se quedó en medio de ningún lugar. Como una ballena varada. Lejos de todo, difícilmente accesible, las peripecias de su construcción remiten como en los casos citados a un grupo de promotores de amplia ambición y generosa financiación, cuya aventura tropezó, como ocurre en otras historias, con un invitado inesperado: la desdicha. La mala fortuna hizo encallar su proyecto, del que ahora queda esa solitaria vivienda (en realidad, se trata de dos edificios unidos por una especie de pasarela interna) y más dudas pendientes de despejar. Respuestas a tanta incógnita que sólo atesoran quienes, muchos años después, han encontrado aquí el refugio que buscaban para su descanso o sus vacaciones. Inquilinos de unos pisos que desde luego rinden tributo al concepto de exclusividad: su casa es única. Al menos, en el Mediterráneo español, escenario habitual de todo lo contrario: proliferación de viviendas a pie de mar de dudoso gusto, exagerada densidad y urbanismo mejorable. Todo lo contrario del Prestige: vivir en una de sus viviendas debe ser una experiencia insólita.
«Lo es». Respuesta al enigma. Quien la formula es uno de los noventa propietarios que reside en este rincón del Mediterráneo, que vende ahora su casa («Es más bien un apartamento, de unos 35 metros cuadrados», aclara) después de haber disfrutado de ella cerca de 15 años. Vecino de Valencia, adquirió la propiedad a una de tantas familias vascas que reside en el bloque, cuya configuración le recuerda al tipo de construcción propia de edificios precisamente vascos y también franceses, por un detalle llamativo: el inodoro está separado del baño. «Eso es muy propio de Francia», observa. No es el único elemento que apunta hacia el país vecino, porque sus naturales son uno de los grupos más numerosos en la urbanización. «Hay vecinos que son todos conocidos del mismo barrio de París», asegura. Cuando se le hace ver la singularidad del sitio, explica que en efecto es una experiencia insólita y advierte: «Esto te tiene que gustar. A mí me gusta y por eso lo compré, porque me encanta pasear, la naturaleza, el montañismo, el senderismo… Si no te gusta esa vida, que es muy tranquila pero aislada, el Prestige no es para ti». Y recalca esta idea con una anécdota: «Conozco familias que vienen para 15 días, hacen la compra en el pueblo, meten todo en el coche y ya no salen de allí».
Un veraneo distinto, singular, que se beneficia de las oportunas condiciones que para ese estilo de vida al aire libre ofrece la urbanización: «La piscina nunca se llena de gente y siempre hay sitio también en el jardín, porque aunque coincidamos muchos vecinos hay que pensar que se construyó pensando que iba a ser la zona común de muchísimos más. Era la base de algo más grande». Prestige dispone de portero y también, en verano, de servicio de bar, donde esta mañana de verano el abastecedor corrobora el relato de este vecino mientras prepara las mesas. Se llama Ramón y apunta que el vecindario está formado también por valencianos y aragoneses, aunque el núcleo esencial sea en efecto vasco y francés. «Esto es como una perla dentro del Mediterráneo», subraya.
Es una frase muy descriptiva, porque apela a esa condición de oasis en el desierto de la sierra de Irta que es donde radica su extraordinario encanto, que justifica su condición de imán para los interesados en la clase de vacaciones que Prestige garantiza. Un descanso muy apacible, alejado del mundanal ruido: «Si te gusta el follón, ya tienes Gandia. Esto es lo contrario. Muy solitario, ideal si prefieres estar aislado». De hecho, durante la fase crítica de la pandemia estos pisos se revalorizaron, informa mientras prosigue con los preparativos del almuerzo y se despide. Cruzan a su lado unos pequeños en dirección a la piscina, recién salidos del mar: hay unas pequeñas calas de roca bordeando el perímetro, donde otras familias toman el sol y disfrutan del chapuzón matinal, rodeadas de unos parajes de sugerente nomenclatura: una señal indica el camino hacia la misteriosa Font de la Parra y otra señala hacia un destino de sugerente nombre, Cala Cubanita.
La inspección a la urbanización concluye bajo el tórrido sol de este mediodía de junio, con unas cuantas preguntas todavía pendientes de resolverse. Casañ había atinado describiendo este paraje como «una especie de Formentera a hora y media de coche en Valencia», en alusión al especial encanto del conjunto que justifica su posterior conversión en parque natural. Fue entonces, hacia el año 2002, cuando se paralizó la construcción del resto de edificios y dejó los existentes bajo esa fisonomía de islotes perdidos en la inmensidad del mar de Irta, pero hay unos cuantos misterios flotando aún en el espeso aire de la canícula. Juan Barceló, presidente de la Junta Rectora del parque, es una voz muy autorizada para ayudar a despejarlos. Recuerda que, en realidad, los pisos carecen de licencia de primera ocupación. «Ni la tienen ni la tendrán nunca», avisa. Una circunstancia que concurre en su caso por emplazarse dentro de un parque natural; en estos casos, la legalidad administrativa activa el concepto de propiedad «patrimonializada», es decir, que se aceptan los derechos adquiridos de los dueños de la vivienda para que lo sean a todos los efectos. «Es lo propio de viviendas edificadas en este tipo de terrenos protegidos, que se legalizan si han pasado cuatro años desde su construcción hasta la fecha de constitución del parque y si nadie solicita su derribo».
Superada esta contingencia, el Prestige adquirió la condición de legal a todos los efectos, con una única particularidad: que para hacer obras en los pisos se tiene que solicitar un permiso expreso. También confluye en sus dominios otro factor curioso: según Barceló, si se construyera ahora el edificio, el jardín que recorre la urbanización no podría contener las plantas que lo integran, «porque no son autóctonas de la sierra de Irta». Barceló, a sus 77 años, luego de una larga vida profesional que incluye las ocupaciones de librero y editor, tutela desde su domicilio de Alcossebre el delicado equilibrio que exige la gestión el parque natural cuya junta rectora preside («Es un cargo no ejecutivo», observa) para conciliar las posiciones enfrentadas a veces en su custodia y aprovechamiento. Le obsesiona preservar esta joya de la invasión humana, tan nociva a veces, como se evidencia en un dato que maneja: «Tuvimos que poner una barrera a la entrada para impedir la entrada de coches al menos durante julio y agosto, porque hubo días que cruzaban por aquí hasta 8.000, para evitar los controles de alcoholemia cuando iban y venían de Alcossebre a Peñíscola o al revés». Y recalca antes de despedirse dónde reside el elemento diferencial que avala la pertinencia de declarar la sierra de Irta como zona protegida: «Es el único caso que queda en todo el Mediterráneo de paisaje de montaña a pie de mar». «Es el Mediterráneo como era antes», concluye.
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