San Nicolás, un tesoro (casi) desconocido

San Nicolás, la recóndita iglesia semioculta en un callejón con entrada por la calle Caballeros, es una belleza casi desconocida. El casi es importante, el adverbio que ayuda a fijar su dimensión auténtica en el imaginario valenciano: a medida que la belleza del templo, sus magníficos frescos decorando el techo y los muros, se ha ido abriendo paso entre nosotros, San Nicolás se ha convertido en diana del turismo y en objeto del interés popular, una curiosidad cada día más creciente. El milagro debe atribuirse a la afortunada restauración acometida por la Fundación Hortensia Herrero; una de sus principales artífices, la experta Pilar Roig, conduce a los lectores de LAS PROVINCIAS como improvisado y privilegiado cicerone a través de sus misterios.

Pero San Nicolás es, antes que una maravilla del arte valenciano, un templo, dotado de una feligresía muy devota que durante las obras de mejora no dejó de traspasar sus puertas. A esa parroquia alude en nuestro reportaje su párroco, Antonio Corbín, que también tiene encendidas palabras de elogio para la iglesia que tutela. Un rincón dotado de un extraordinario encanto, que encierra una especie de ruta por la historia del arte: mezquita musulmana en su origen, conserva todavía restos románicos en una portada que no se exhibe al público con regularidad pero, sobre todo, se dota de un especial encanto por la simbiosis entre gótico y barroco que distingue su fisonomía. Una fisonomía que admite añadidos posteriores y que puede (y debe) verse en toda su majestuosidad desde un punto de vista insólito, también poco conocido: desde la plaza de San Nicolás, a la que da acceso la puerta principal. La que sólo se abre en días de gran fiesta.