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Escucha el reportaje narrado por su autor, Jorge Alacid
A Mavi y Paco el destino les hizo un guiño hace un largo año, cuando se ... mudaron a su nueva propiedad en el corazón del barrio del Carmen: un piso rehabilitado a su gusto, comodidad y conveniencia en plena calle Serranos. En realidad, esta nueva vida de la que hoy disfrutan les vino a visitar meses antes, cuando decidieron transformar la casa (un despacho de abogados: nadie lo diría hoy, visto lo coqueto de la rehabilitación) en su hogar. Era una nueva vida para ellos y también para su vivienda: de oficina, a uso doméstico. De paredes decoradas en colores, a un espacio donde prevalece el respeto por la arquitectura de antaño, reina la madera y triunfa la luz. Tres atributos que tienen algo de milagroso cuando se reforma una casa de esta naturaleza, porque no es una casa cualquiera.
El edificio nació en 1860. Es una espléndida muestra del ingenio de aquellos arquitectos que dieron al Carmen ese toque castizo que tanto nos deslumbra todavía hoy: una casa que llama la atención desde la calle, donde es habitual que el paseante se detenga unos segundos en su caminata y se solace con su contemplación. Situada haciendo frontera con el Refugio, cuyo techo se asoma al patio interior de la vivienda y garantiza la hermosa luz que penetra en la casa, la vivienda de Mavi y Paco se beneficia del ingenio que Lidia Molina, la arquitecta encargada de la reforma, aplicó para dotar de un confort muy especial a la experiencia de vivir en el popular barrio valenciano. «Enseguida vi el potencial del edificio», señala Molina. Se refiere a su capacidad para adaptar a las expectativas de sus clientes un piso de 80 metros cuadrados cuyo céntrico emplazamiento se beneficia para ellos de un aliciente adicional: en el piso superior vive su hijo. Reunir a toda la familia en la misma finca fue el elemento central que explica su decisión de abandonar su casa de Tres Cruces, donde la luz penetraba en todo su esplendor, para habitar una casa donde se temían que el caudal de luminosidad hubiera huido.
Se equivocaban. El talento de la reforma emprendida en su propiedad reside en la habilitación de una espléndida cristalera para separar la zona de cocina y comedor del ambiente más íntimo: el dormitorio, que da acceso a una habitación donde se oculta el vestidor y donde Paco tiene instalado su despacho (es músico), que cuenta incluso con un pequeño aseo. Un discreto espacio que se cierra con un precioso ventanal, guarecido por un vidrio emplomado que la rehabilitación ha respetado con un mimo ejemplar. Unas dependencias donde brilla el otro detalle que imprime a su casa un encanto especial: sus techos. Techos altos, que Molina emplea para dotar de una sensación supletoria de comodidad, serpenteados por las recuperadas vigas de madera. Gracias a esos hallazgos, la reforma vio satisfecha su pretensión original: conectar dos zonas en principio dispares que sin embargo ahora dialogan con naturalidad. Es la consecuencia de aplicar los principios que la arquitecta confiere a sus encargos: lo que ella llama minimalismo arquitectónico. A saber: «Luminosidad, funcionalidad y atemporalidad».
Prueba más que superada. Su vivienda atesora esas tres virtudes para satisfacción de Mavi y Paco, como ella misma confiesa con una sonrisa: «Después de tener a mi hijo, venir a vivir aquí fue la mejor decisión de mi vida». Una declaración basada en otros alicientes que le acompañan desde entonces. Por ejemplo, el espléndido aislamiento térmico y acústico, que les permite disfrutar de su casa sin pagar los peajes tan amargos que se suele cobrar el Carmen. «La prueba de fuego fue en marzo, con las Fallas, pero no se oía nada desde la casa», explica Mavi. Lo dice mientras se maravilla de otros hallazgos que dejó la reforma, como unas delicadas lamas de madera que enmarcan la puerta, hacen las veces de vestíbulo y otorgan al conjunto la clase de calidez que buscaban. De paso, enfatizan el acceso para bajar la altura del techo y contribuyen a reforzar la veta hogareña de su casa. Otro detalle más añade un toque delicioso al conjunto: esa filigrana de escayola que recorre la pared donde se ubica el comedor, una moldura que hace un guiño al venerable pasado de la finca.
El paseo va concluyendo. Nos hemos asomado a uno de los balcones, parapetados tras una galería metálica que Molina restauró para que proporcione una salida al aire libre muy agradecida por sus clientes. Todo el piso evoca un aire muy acogedor, sugerente. Es el resultado, alertan Mavi y Paco al unísono, de una acertada rehabilitación que puso énfasis en que los muebles se fabricaran a medida para que la armonía presida su casa. No es la única aportación de Molina que agradecen. Su piso se beneficia también de una acertada propuesta para el almacenaje de sus enseres, una cuestión central muy bien resuelta mediante una suerte de tabique-armario camuflado. «Es una casa práctica y cómoda, pero también moderna y atrevida», sentencian sus dueños. Y en esa frase se encierra otro de los valores que observan como vecinos del popular barrio: «Aquí estamos cerca de todo».
También Lidia Molina se reconoce satisfecha con la experiencia, aunque fue la primera vez que su despacho tuvo que lidiar con las exigencias municipales en materia de rehabilitación de inmuebles protegidos, como es el caso. Dice que este trabajo le ha servido para otros de índole similar, en el sentido de que aprendió una lección compleja y difícil: anticiparse a los problemas. Y observa además que la empatía con sus clientes le permite firmar esta elocuente frase: «Esta casa solo me ha dado alegrías». A su lado, Mavi asiente. Apunta luego hacia el delicado juego de luces que proporciona intimidad y confort por los distintos rincones de su vivienda y reitera su felicidad por habitar una casa tan coqueta, cerca de su familia, y situada en su querido barrio del Carmen, donde nació. «Esto es vida», concluye.
Una nueva vida.
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